VICTORIA CIRLOT / HISTORIADORA Y ENSAYISTA
“Las palabras pueden palidecer ante la contundencia y la instantaneidad del gesto”
Esther Peñas 1/08/2021
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El mito narra cómo Ariadna (etimológicamente “la muy pura”) se enamora perdidamente de Teseo, ayudándole a vencer al Minotauro al entregarle el ovillo que le permite salir del laberinto. Después, el héroe aprovecha que la princesa duerme en la playa de Naxos y la abandona. Dionisio la descubre y se casa con ella. En esos extremos, el abandono y la espera, sitúa Nietzsche la cuerda que encincha su honda meditación sobre el mito, ensanchándolo, embriagándolo de un nuevo significado. Los cuadernos preparatorios de Así habló Zaratustra concedían un protagonismo explícito a Ariadna que curiosamente desaparece en la versión definitiva. La filóloga, traductora y ensayista Victoria Cirlot (Barcelona, 1955) se adentra en esta cuestión en su último trabajo, Ariadna abandonada (Alpha Decay).
¿Cómo se vive allí donde se sitúa Ariadna, en una tensión casi extrema entre el abandono y la espera?
El “allí” es un lugar intermedio, intersticial, “entre” una cosa y otra, y que por tanto participa de ambas, que son extremos, opuestos. Se trata de un lugar conflictivo. La “vida” en ese lugar es compleja, puesto que se puede decantar por un estado u otro: hacia el abandono y entonces aparece la melancolía, hacia la espera y entonces la vida está alentada por la esperanza, que también, no hay que olvidarlo, puede tornarse desesperanza… Dicho de otro modo, la espera es a su vez doble, lo que incrementa la dificultad de la situación. En cualquier caso, ante la pérdida, esta es la mejor de las situaciones: inevitablemente el abandono está ahí y el único modo de reducirlo es dando entrada a la espera.
Todo abandono, que despierta y aviva la memoria debería estar acompañado de esa proyección hacia el futuro que es la espera
¿Podría decirse que el abandono convocaría el dolor y la espera el goce?
Efectivamente, el abandono provoca dolor y sufrimiento, pero hay que distinguirlo de la ausencia, de la pérdida, o de la muerte. En el abandono hay alguien “que ha abandonado”, no es algo que “ha sucedido” sino que hay un sujeto que ha realizado la acción. Hay alguien que ha causado dolor con su partida y con su ausencia. Es la ruptura, siempre inexplicable, de una promesa de amor. Catulo lo entendió muy bien: su Ariadna del carmen 64 está de pie, a la orilla del mar, pétrea, como la efigie de una bacante, mirando como se aleja el barco de Teseo. “No se lo puede creer”, dice el narrador. La espera es una apertura a todo lo que pueda acontecer que, de algún modo, implique la disolución del dolor del abandono. Todo abandono, que despierta y aviva la memoria del pasado, de lo que se ha perdido, debería estar acompañado de esa proyección hacia el futuro que es la espera. Puede ser gozosa, pero no necesariamente, puesto que la desesperanza también está muy cerca.
¿Qué espera el ser que ha sido abandonado? ¿Qué le sostiene en esa espera?
El ser que ha sido abandonado espera, en primer lugar, el alivio del dolor, un apaciguamiento de las pasiones, como la ira, el odio, el rencor, el resentimiento, que proporcionan mucha energía pero que es una energía negativa y por ello muy perjudicial. Nos advertía de ello Simone Weil. La espera se sostiene por la fe en la vida, en las posibilidades, en la imaginación. Ahí cobra todo su sentido la afirmación de Heidegger en las primeras páginas de Ser y tiempo según la cual “más alta que la realidad es la posibilidad”, lo que consuena con el canto a la imaginación de André Breton en el Primer Manifiesto.
En el gesto es el cuerpo mismo el que habla para hacerse visible, siendo indicio de algo
“La vida reside en el gesto”. ¿Qué es el gesto para Nietzsche?
El gesto es la expresión de un sentimiento, de una pasión. En El nacimiento de la tragedia, Nietzsche entiende que en el origen de la obra de arte está el dolor expresado a través de un gesto. El arte antiguo no se caracterizaría por ninguna quietud ni serenidad, como quiso el arqueólogo e historiador del Arte Winckelmann, sino mucho más por un movimiento excesivo, lo que el historiador Aby Warburg denominó “fórmula del pathos” (Pathosformel). El arte antiguo nos habría legado un riquísimo registro de gestos para expresar fundamentalmente el horror de la vida. Lo apolíneo dio forma artística a ese sentimiento dionisíaco.
¿Qué dice un gesto que no puede expresar el lenguaje?
En el gesto es el cuerpo mismo el que habla para hacerse visible, siendo indicio de algo. Las palabras pueden palidecer ante la contundencia y la instantaneidad del gesto. Se trata de una comunicación inmediata, aunque no hay duda de que es cultural, es decir, que sus significados se han fijado en diversos contextos y paradigmas culturales. Pero también hay un lado biológico en que el gesto es la respuesta a una amenaza, un terror, grabado en la memoria para transmitirse durante siglos y sobrevivir a los cambios de civilización. Acabo de referirme al abandono y la espera: esa es la situación de la Ariadna mítica según algunas versiones antiguas, pero inmejorablemente esa situación existencial se manifestó en los gestos de la Ariadna durmientede los Museos Vaticanos, la del Museo del Prado, o la de los Uffizi de Florencia, todas ellas copias romanas de un original microasiático perdido: con la mano en la mejilla, el gesto de la melancolía, y el brazo apoyado en la cabeza, el gesto de la dormición, de la apertura, el gesto extático propio de las ménades.
¿Qué disposición de ánimo se requiere para recibir el acontecimiento, es decir, la llegada del superhéroe?
Una disposición decidida en contra de toda energía negativa de la que antes hablaba. Supone una orientación que tiene que cambiar la perspectiva de la mirada hacia el pasado. El gran psicólogo que era Nietzsche entendió a través del mito de Ariadna que la superación del abandono (Teseo) solo puede darse con la llegada del dios o superhéroe (Dioniso), y que eso no es sino una “dramaturgia del alma”, es decir, un proceso interior en el que tiene lugar la transformación interior, después de haber sufrido una muerte (o dormición) a la que sucede un nuevo despertar.
Nietzsche se olvidó de Ariadna en su Zaratustra de manera voluntaria o fue un lapsus?
No se olvidó. La borró. Los capítulos que tenían por títulos “Ariadna” y “Dioniso” de la tercera parte fueron sustituidos por otros. Si en los cuadernos preparatorios de la segunda parte aparecen los nombres de los personajes míticos, en la versión definitiva del capítulo titulado “De los sublimes”, los eliminó. En lugar de hablar de Ariadna, habló del “alma”. El “misterio del alma”: abandonado por el héroe, sueña con el dios. Así termina ese capítulo. A Nietzsche le pareció mejor no dar entrada al mito de Ariadna en el Zaratustra, pero no hay duda de que el mito le sirvió para pensar en el superhéroe.
Después de más de tres mil años el mito sigue vivo y continúa siendo útil para la comprensión de las situaciones de nuestra existencia
¿Fue Cosima Wagner para Nietzsche lo que Teseo para Ariadna?
Es muy arriesgado afirmar algo así. Pero por los testimonios que nos han quedado, Nietzsche sintió efectivamente el abandono del que habla con gran precisión en el Zaratustra distinguiéndolo de la soledad. Se sintió concretamente abandonado por los Wagner (así lo dice en una carta); por ambos, por Cosima y por Richard, pues el “idilio” de Tribschen no procedió solo de la relación del filósofo con el músico, sino que nació de esa relación triangular, y no me refiero a lo que habitualmente se entiende como mènage à trois, sino a pasiones comunes, conversaciones infinitas, en especial, sobre filología griega (Nietzsche acababa de ser nombrado catedrático de esa materia en Basilea) y sobre Schopenhauer.
¿Qué es lo más fascinante del mito de Ariadna?
La fascinación por el mito de Ariadna procede de diversos planos: en primer lugar, de cada uno de los elementos constitutivos del mito (laberinto/ danza/ hilo/ héroe/ minotauro/ princesa/ viaje por mar/ abandono/ playa de Naxos/ llegada de Dioniso y su tíaso), todos ellos de una gran potencia simbólica; en segundo lugar, el despliegue de posibilidades a través de las múltiples versiones de la antigüedad (¿qué hizo Ariadna cuando se vio abandonada por Teseo? ¿Se ahorcó? ¿Esperó su retorno? ¿Dioniso la castigó por haber huido con su amante? ¿Qué sintió ante la irrupción del dios en el carro tirado por las panteras? Para citar tan solo algunas variantes de las distintas versiones del mito) resulta extraordinario por lo que supone de indagación en la vida; en tercer lugar, por el trabajo en el mito de Friedrich Nietzsche, que es lo que realmente me ha ocupado en mi libro: cómo Nietzsche encuentra nuevos significados a partir de la estructura simple del mito, de modo que el mito cobra una nueva vida. Después de más de tres mil años el mito sigue vivo y continúa siendo útil para la comprensión de las situaciones de nuestra existencia.
El mito narra cómo Ariadna (etimológicamente “la muy pura”) se enamora perdidamente de Teseo, ayudándole a vencer al Minotauro al entregarle el ovillo que le permite salir del laberinto. Después, el héroe aprovecha que la princesa duerme en la playa de Naxos y la abandona. Dionisio la descubre y se casa con ella....
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