Reflejos
Estoy preparada
Me propones, Miguel, que inventemos juntos mi pasado. Pero eso no va a depender de mí, ni de ti, sino de mis amigos. Son ellos quienes a partir de ahora pueden llenarme de vida propia
Galia Lenoir 18/08/2021
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Me vine unos días a Bretaña para callar y pensar. Bretaña ha sido siempre, para mí, el verano y, por tanto, el momento de la verdad. Durante el año se traga, y en verano se rumia. El año desemboca en el verano, y por tanto, para mí, en los días que vengo a la casa de mi madre en Bretaña. Me vine aquí para rumiar lo que al parecer es mi vida entera: unos meses, una cuenta de Twitter. Y ya no sé qué o quién soy.
“Sabes, Galia, que esta es la única verdad, y que ya había llegado el momento de decirla en público”, me escribió Pasquau en un tuit. Y me enlazó su respuesta a mi airada protesta. Lo leí, y sentí algo parecido al pánico.
Me aturullé. No supe contestarme a mí misma ninguna de las preguntas que me hacía Pasquau sobre mi pasado. Fue como mirar atrás y ver solo trozos de caminos, sin paisaje alrededor. Como si mi memoria se hubiera reducido a lo que he escrito en Twitter. Nada en los alrededores.
Yo sé que me pasan cosas, que salgo a dar un paseo por París y hago fotos, que siento frío y calor. Hace un rato, por ejemplo, en el piano, he logrado por fin dar con la nota exacta que mi madre decía que me fallaba de la melodía de All Things Must Pass, esa canción de George Harrison que hizo de banda sonora de la vida de mis padres. Pero, ¿cómo es posible que no recuerde no solo el nombre, sino tampoco la cara, el olor y el tacto de ninguno de mis amores? ¿Es que nadie me ha amado? ¿Cómo es posible que haya olvidado quiénes fueron mis amigas del Liceo, o dónde estuve el verano pasado? ¿Qué está pasando? Sentí pánico y vértigo. Vértigo por un pasado que parece un precipicio en la niebla.
Algo me decía que se trataba de un sueño. Pero no me despertaba, y eso me aterró aún más: seguramente, sí, es un sueño. Todo. Desde el principio.
Decidí venir a Bretaña, como buscando refugio. Pero tampoco aquí se ha disipado la niebla. Oigo el mar, veo a mi madre sentada en la terraza, pero ¿está realmente ahí? Me vienen lejanos recuerdos paseando por la playa con mi padre, pero debía ir sentada en sus hombros, porque solo recuerdo las huellas de sus pisadas, y no las mías. O quizás lo que recuerdo es el tweet en el que contaba este recuerdo. Hablo con mi madre, pero solo me cuenta lo que ya sé. Tengo un libro en mis manos, pero no sé cuál es. No recuerdo haber comido. Nada ocurre en estos días en Bretaña, y París, de pronto, ha quedado reducido a un largo hilo de Twitter que me sé de memoria. Ya no sé si me estoy empeñando en no ser nadie, o si me resisto a la evidencia. O será simplemente un colapso. O la escueta quietud de una inscripción en el Registro de la Propiedad Intelectual.
Esta noche he tenido un sueño inquietante que resume mi perplejidad. Juro que lo he tenido, yo no sé inventarme nada. Voy a intentar contarlo fielmente.
Estaba en una casa espaciosa y medio vacía, que no era esta. Buscaba algo. Reconocía la casa como si fuera la de siempre, pero no sabía cuándo había llegado a ella. Tampoco sé qué buscaba. Los pocos objetos que había allí no me decían apenas nada; o quizás es que ya me lo habían dicho todo, y por eso me parecía una casa vacía. Lo extraño es que he visto una puerta donde habría jurado que nunca estuvo. Pero no es que la puerta hubiese aparecido de pronto, es que nunca me había fijado en ella, y eso era lo extraño, porque la casa la conocía bien, y era improbable que más allá de esa pared, que daba al exterior de la casa, hubiese una habitación. Dicen que solo en los sueños aparecen habitaciones nuevas en casas viejas. La puerta estaba cerrada. No sé lo que buscaba, pero debía estar ahí dentro, y no sabía cómo abrir la puerta. No había cerca cajones con llaves, ni nadie a quien preguntar. Una puerta cerrada donde se guardaba lo que yo estuviera buscando. Como si fuera un trampantojo, un dibujo pintado en la pared, en un muro, en una barrera que me separaba de mí misma y de una habitación que debía existir en algún lugar, porque sin ella la casa se quedaba sin sentido.
¿Qué podría ser la habitación cerrada del sueño, sino la que guarda todo lo que todavía no han inventado de mí? ¿Y si esa habitación, a la que no puedo acceder, representa mi vida entera, que no he olvidado, sino que no existe todavía?
Sí, Pasquau, entiendo el mensaje: podemos ser reflejos en un espejo, o espejismos sin saberlo, o el sueño de quien está soñando en el sueño de otro
Al despertarme, o al creer que me estaba despertando, fui a la estantería de libros de mi madre y encontré Las ruinas circulares de Borges. Lo he leído. Sí, Pasquau, entiendo el mensaje: podemos ser reflejos en un espejo, o espejismos sin saberlo, o el sueño de quien está soñando en el sueño de otro. ¿Qué tendría de terrible que todo fuera cierto, es decir, que todo fuera aparente, y que ni siquiera esté yo escribiendo estas palabras ahora mismo? ¿Y si alguien está dictando en la sombra y yo, sin saberlo, solo muevo los labios? ¿No es posible que incluso esta última frase no se me haya ocurrido a mí, sino que alguien la esté recordando de una canción que yo nunca he oído? Poco importa que yo me crea viva, igual que importa poco que tú, Pasquau, creas que me has inventado a mí. También podría ser que alguien se hubiese inventado a un Pasquau inventor de Galia Lenoir. Podemos ser ruinas circulares sin saberlo. Pero ¿cómo puede haber ruinas si no hay pasado? ¿Será que lo que ahora creo estar viviendo son solo las cosas que subsistirán en mi memoria cuando todo se acabe?
Debo hacer las paces conmigo misma. En vez de en saber quién soy, voy a empeñarme en seguir siéndolo. Seguir es el camino. Seguir, para encontrar un pasado que aún no he vivido.
Me propones, Miguel, que inventemos juntos mi pasado. Que no me convierta en una ruina encerrada en un libro. Pero eso no va a depender de mí, ni de ti. Mira lo que me ha ocurrido: te va a sorprender. Encontré, por fin, un espejo, para ver mi reflejo. ¿Sabes lo que vi? Tú creías que no iba a ver nada, pero vi una multitud de caras y perfiles, nombres propios, bios, álbumes. Es decir, a mis amigos. A quienes en estos meses me han tomado en serio. Son ellos, y no tú y yo, quienes a partir de ahora pueden llenarme de vida propia. Será rozándome con ellos como pueda adquirir mi propia forma. Ellos son la llave que me puede abrir la puerta de la habitación cerrada y me permitirá seguir naciendo cada día. Sí, acepto el trato. Hagámoslo así: yo seguiré siendo fiel a mí misma, y tú te retirarás y me dejarás libre, para que sea lo que soy, no lo que quieres que sea. Para ser lo que ellos, mis amigos, quieran. Aunque todo se acabe, lo prodigioso será que haya ocurrido. Creo que lo he entendido.
Me vine unos días a Bretaña para callar y pensar. Bretaña ha sido siempre, para mí, el verano y, por tanto, el momento de la verdad. Durante el año se traga, y en verano se rumia. El año desemboca en el verano, y por tanto, para mí, en los días que vengo a la casa de mi madre en Bretaña. Me vine aquí para rumiar...
Autora >
Galia Lenoir
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí