Sangría fría (IV)
De nuevo sobre feminismo y conocer a las personas
Seis escenas de verano de dos señoras perplejas
Carlos García de la Vega 6/08/2021
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CONCHA. ––¿Y no te da pereza que tu nieta te ponga la cabeza como un bombo con todo eso del feminismo y esas cosas?
MARI. ––¡Qué va, qué va! Como ahora tengo tanto tiempo y tan pocas preocupaciones, me gusta muchísimo la sensación de poner la cabeza a funcionar.
CONCHA. ––¿Qué quieres decir?
MARI. ––Al principio del confinamiento, cuando empezamos mi nieta y yo a hacer las videollamadas, había muchas cosas que no tenían sentido. Era como si me estuviese hablando en chino. Ella me dijo: “Abuela, tú pregunta, pregunta cada vez que no entiendas algo”. Y de repente, al contrario que con los huesos, que no va haber forma de arreglarlos, la cabeza, de la noche a la mañana, me va más ligera, es como si estuviese rejuveneciendo.
CONCHA. ––Pero eso tiene que ser maravilloso, ¿no?
MARI. ––¿Por qué crees que te doy tanto la matraca con el tema, Concha? Porque me parece que te vendría muy bien a ti también desengrasar lo único que nosotras podemos a estas alturas.
CONCHA. ––Pero es que no me apetece que tengamos que meternos en temas de política, podríamos hacerlo con cualquier otro tema más neutro.
MARI. ––Pero si es que lo que no me quieres entender es que el feminismo no es política. Al menos no lo es de una manera obvia o como tú lo estás queriendo pintar.
CONCHA. ––¿Entonces por qué lo defienden unos partidos sí y otros no?
MARI. ––Eso no lo sé. Es que en realidad con la niña no hablamos de partidos políticos ni de noticias de actualidad. Es otra cosa.
COCHA. ––¿Qué cosa?
MARI. ––Es como que siempre habías pensado que había una única manera de llegar a la mercería, por ejemplo, un solo camino, seguro, rápido, inequívoco… Toda mi vida ha sido eso: ser resuelta, eficaz, no hacer muchas preguntas y dar respuestas pragmáticas a quién me preguntara algo. Y resulta que no. Resulta que hay muchas formas de llegar y, sobre todo, de recorrer. Antes solo estaba iluminado el camino directo a la mercería. Todo lo demás daba como miedo, no me atrevía a pisarlo, no sabía lo que había. Pero, hablando con la niña, se han iluminado todas las calles laterales, los pasajes, las avenidas, los parques… Todo apetece. Ahora puedo escoger el camino y, en realidad, el objetivo ya no es llegar a la mercería. Y es cierto que no entiendo muchísimas cosas, pero de repente saber que hay más de una manera de pensar e interpretar la vida de las mujeres, de todas las mujeres, me tiene embelesada... Es como si jugara con un espejo a reflejar los rayos del sol en otra parte. No te lo puedo explicar bien.
CONCHA. ––¿Y eso gracias al feminismo?
MARI. ––Tu sabes coser, ¿no?
CONCHA. ––Sí, claro.
MARI. ––Pues es que todas estas teorías de mi nieta, del feminismo, es como si te dieses cuenta de que el patrón que tenías era solo una de todas las posibilidades. Que a ese mismo patrón le podías sacar centímetros, ensanchar unas piezas, alargar otras, modificar el talle, las costuras… Al final, a mí, la vida no me la va a cambiar nadie ya, pero al menos se me ha caído la venda de los ojos y puedo repensar todo lo que me ha pasado y entiendo en qué cosas he sido feminista sin saber que eso existía y en cuáles me dejé llevar por una corriente que actuaba con más fuerza que mi propio bienestar. Y, sobre todo, me alegro tanto de que las chicas de ahora sean conscientes de todo eso casi antes de empezar a vivir, no a toro pasado… Eso es lo que más alegría me da.
CONCHA. ––Es un poco lo que está pasando estos Juegos Olímpicos con los atletas más jóvenes, ¿no?
MARI. ––No me digas que estás mirando eso en la tele.
COCHA. ––Pues es que para tener de fondo el griterío de Sálvame, que me ponen mal cuerpo, esto me resulta mucho más relajante.
MARI. ––Yo creo que Sálvame está hecho para personas deprimidas, es como ver que hay gente más miserable que tú, aunque sea mentira, y que, por eso, engancha a tanta gente.
CONCHA. ––Puede ser. Pues lo que te decía es que, en estos Juegos Olímpicos, estos atletas tan jovencísimos no están dando nada por sentado. Están siendo personas de verdad que actúan como les dicta el corazón, sobre todo las chicas: rivales que se abrazan al terminar, la chiquita que prefirió dejarlo por su salud mental, los que han compartido la medalla de oro, todo lo que se le ha afeado al cafre ese del tenis que no supiera perder… Es como si ahora ganar fuera lo de menos, como si lo importante fuera participar, que siempre se ha dicho, pero ahora parece que lo piensan de verdad. No sé. Me parecía que era más o menos de lo que me estabas hablando.
MARI. ––Claro, claro… (se queda pensativa), pero qué lista eres. Quizá a ti no te haga falta engrasar el cerebro, hija, tú siempre lo has tenido a punto.
CONCHA. ––Y me llaman mucho la atención estos hombres de la edad de nuestro hijos, o un poco mayores, que en realidad parece que piensan como nuestros abuelos, criticándolo todo, diciendo que el deporte es el deporte, que la competición no sé qué, burlándose de lo que no es como ellos piensan que tiene que ser. Haciendo el ridículo, en definitiva.
MARI. ––Eso es el patriarcado, Concha.
CONCHA. ––¿El qué? Anda, no me líes y ponme un poco más de sangría. (Mari apura lo que queda en la jarra en las dos copas, preocupándose de ponerse ella bastante más que a su amiga, que no se da cuenta. Vuelve a sentarse.)
MARI. ––¿Tú crees que se llega a conocer del todo a las personas?
CONCHA. ––Nosotras nos conocemos bastante y sabemos de qué pie cojeamos cada una, ¿no?
MARI. ––Antes me dijiste que no eres tan facha como yo me creo, y la verdad es que yo nunca he pensado eso de ti, así que, en realidad, a lo mejor, la que no me conoce del todo eres tú.
CONCHA. ––Mira, Mari, no me fastidies. Me estás preguntando esto por alguna otra cosa que se te ha pasado por la cabeza y ahora me estás queriendo hacer el lío. ¿Estás otra vez dándole vueltas a los padres de los asesinos de Samuel? Se ha dicho que son familias del Opus, y que los van a defender abogados cristianos. Menudo cristianismo.
MARI. ––Me regaló mi nieta una lupa gigante, más grande que un folio, con cuatro patitas y con luz por debajo para que se ilumine el libro. Me la mandó con una empresa de ahora, Amazónico o algo así, que te dejan las cosas en casa. No me fío nada. Tener a una legión de personas recorriendo los barrios calle a calle para que esta gente de hoy en día no tenga que mover el culo a una tienda… ¿Hay quién los entienda? Me trajeron una caja que parecía que había dentro un telescopio. ¿Se puede saber para qué tanto gasto de cartón, qué necesidad? Mi nieta muy feminista, pero luego aquí con esto muy contradictoria, muy poco coherente, la verdad.
CONCHA. ––Mari, que te estás desviando.
MARI. ––El caso es que ahora estoy empezando a leer por las noches, tranquilita, en la mesa de la cocina, con el libro iluminado y bien ampliado, y aunque me cuesta, es muy agradable dejarse llevar por la mente de otra persona, entrar en una cabeza distinta a la tuya por un rato… Si llego a saber antes que leer es tan bonito, hubiese aprovechado más mi tiempo y mis ojos, la verdad.
CONCHA. ––Yo es que siempre he leído mucho y es eso justo que dices. Entrar en otro mundo sin necesidad de irte del tuyo. A ver si me voy a tener que comprar una lupa de esas yo también.
MARI. ––¡Te la regalo yo, que te la mande mi nieta! (Se le ilumina la cara). El caso es que estoy leyendo los libros que tenía mi marido. Muy poquitos, que guardaba él en el mueble bar, fíjate tú el sitio. Y es un poco como intentar reencontrarme con él, como saber muy a destiempo las cosas que le interesaron y quiso guardar, ¿sabes? Pues resulta que tiene los libros subrayados a lápiz, pero muy, muy subrayado, y con algunas anotaciones que no entiendo casi ninguna. Y, Concha, me estoy dando cuenta, por lo que subrayó, de que no le conocía tanto.
CONCHA. ––¿De verdad?
MARI. ––Es como lo del feminismo y la mercería. Nuestra relación fue todo el rato resolutiva, de alcanzar objetivos que eran los que tenían que ser y solucionar constantemente problemas. No nos llevamos mal ni mucho menos, pero la verdad es que no sé si nos conocimos del todo. Trato de reconocerle en los subrayados y no acabo de poder casarlo con el recuerdo que tengo de él.
COCHA. ––¿Para bien o para mal?
MARI (se queda un buen rato pensativa y niega con la cabeza). ––Pues no lo sé (perpleja).
CONCHA. ––¿Y no te da pereza que tu nieta te ponga la cabeza como un bombo con todo eso del feminismo y esas cosas?
MARI. ––¡Qué va, qué va! Como ahora tengo tanto tiempo y tan pocas preocupaciones, me gusta muchísimo la sensación de poner la cabeza a funcionar.
CONCHA. ––¿Qué quieres decir?
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Carlos García de la Vega
Carlos García de la Vega (Málaga, 1977) es gestor cultural y musicólogo. Desde siempre se ha dedicado a hacer posible que la música suceda y a repensar la forma de contar su historia. En CTXT también le interesan los temas LGTBI+ y de la gestión cultural de lo común.
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