Nacionalismos
‘Rebranding Spain’
Cualquiera que se haya detenido a observar este país sabe que hay más Españas que las dos enfrentadas. Tal vez rescatar el plural-pluralista, no dicotómico, de “Las Españas” es el cambio de marca que este país necesita
Fray Poll 11/08/2021
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Hace unos días, gracias al algoritmo de Youtube, me puse a ver una intervención de Marc Giró, de hace más de un año, en el late night show de Buenafuente. Con su don de palabra, espídico y preclaro, soltó un chorro de cosas graciosas e interesantes sobre España. Una me llamó particularmente la atención. Sugería que este país necesitaba un rebranding, una renovación de su marca y, específicamente, de su nombre.
Lo dijo en un programa de entretenimiento. Y lo dijo un entertainer de pura raza. Por tanto, la cosa sonaba a coña o a trivialidad. Pero nada más lejos (y añado, como comentario general, que las opiniones de Giró suelen ser de provecho). Pues sí, a lo mejor España necesita cambiar de nombre. Tal vez ha puesto el dedo en la llaga. En realidad, llevamos siglos de ambivalencia con el nombre. En concreto, seguimos admitiendo variaciones en un aspecto: su género. ¿Singular o plural? ¿Vivimos en ‘España’ o en ‘las Españas’?
Históricamente convivieron las dos formas. Pero el singular se comió al plural, como el Sapiens se comió al Neandertal. Si vamos al origen último del país, a la “fusión de reinos”, veremos que el título inicial es el de Rex Hispaniarum, que se traduce como “rey de las Españas”. Hispaniarum es genitivo plural. Si lo hubiesen querido en singular, le habrían puesto Rex Hispaniae. Pero no, fue en plural; así nació la criatura.
Cierto es que el singular empezó pronto a dominar a su congénere en el lenguaje, pero la referencia a “las Españas” resulta muy habitual en los siglos XVI, XVII y XVIII (y más allá). Valga como ejemplo que tanto Calderón, en su testamento, como Cervantes, en su Quijote, se refirieron al españolísimo apostol Santiago como el “patrón de las Españas”. Menos dudas siguió habiendo en lo político, donde resultaba claro que “haberlas, habíalas”: la monarquía hispánica se manejaba en varios continentes (con distintas categorías de súbditos) y en la península misma hubo virreinatos hasta comienzos del XVIII.
El plural no murió. Pero se transformó. Una búsqueda en Google del término “Españas” arroja 908.000 resultados (frente a los 1.400 millones del singular), lo que no está nada mal. Pero no nos ilusionemos. Pervive porque seguimos hablando de “las dos Españas” de Ortega y Machado. Es decir, del antagonismo. Del país contra sí mismo. De lo plural como invertebrado. Del imperio y su podredumbre. De la España y la anti-España. De un ser de luz frente a su gemelo malvado. Ya se sabe: una de las dos ha de helarte el corazón. El franquismo, por si acaso, lo repitió hasta la extenuación: “Una, Una, Una”.
Cualquiera que se haya detenido a observar un buen rato este país, sabe que, si hablamos de Españas, hay más de dos. Hay una roja y otra azul, sí, pero también hay una independentista, otra nacionalista gallega, otra insular, otra que habla bable, otra ultracatólica, otra andalucista, otra simplemente obrera, otra marica, otra neoliberal, otra feminista, otra que pasa hambre… Aunque la división en dos es muy potente (y razones históricas sobran), en realidad, deberíamos reservar el plural para referirnos a la inclusión de sus variadas formas políticas, económicas y culturales en un mismo concepto. Al fin y al cabo, eso es lo que hace el género plural en la lengua: agrupar cosas relativas o relacionables en un mismo conjunto. Es también, salvando las distancias, lo que le hace un Parlamento a la política, especialmente uno fragmentado.
Tal vez rescatar ese plural-pluralista, no dicotómico, es el rebranding que este país necesita. Pongo un ejemplo, aplicado ahora a mi caso personal. A mí me cuesta mucho trabajo aceptar a ese tercio de conciudadanos herederos de la cultura nacionalcatólica que tanto poder político y económico tienen. Pero la gente que me disgusta no se borra sola del mapa. De alguna manera tengo que aceptar que están ahí, que una de las Españas es así y que, aunque a veces se les derrote políticamente, aquí seguirá habiendo fachas hasta el día en que me muera. Tal vez el plural pueda servirme para aceptar (relativamente) a los demás y, también por qué no, para limitar peleas inútiles y devastadoras. Tal vez también ayude a nuestros adversarios a sufrir menos, aceptar que no existe una anti-España y que no es necesario fusilar a 26 millones de personas para quedarte a gusto.
Lo vuelvo a pensar y, seguramente, es una chorrada (¡ay, lo simbólico otra vez!). Soy un ingenuo que sigue esperando a que lo rediman de ser mal español. Los que manejan la marca no están interesados, ni van a ceder su monopolio. Cambiar la denominación de un país es una cosa muy seria. Ocurre en raras ocasiones, aunque ejemplos recientes no faltan (Países Bajos, Macedonia del Norte, Chequia, tal vez Filipinas...).
¿Es lo mismo decir “Cataluña forma parte de España” que decir “Cataluña forma parte de las Españas”? Le veo connotaciones diferentes; tal vez relevantes, tal vez reparadoras. El plural admite la existencia de diferentes versiones. Abre puertas a la imaginación y, por tanto, al futuro. El tema es, por lo menos, para darle una pensada. Feliz verano.
Hace unos días, gracias al algoritmo de Youtube, me puse a ver una intervención de Marc Giró, de hace más de un año, en el late night show de Buenafuente. Con su don de palabra, espídico y preclaro, soltó un chorro de cosas graciosas e interesantes sobre España. Una me llamó particularmente la atención....
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