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La ciudad que visitas de vacaciones siempre parece mejor que la ciudad donde vives. En esta, por ejemplo, está permitido beber por la calle, hay muchas reuniones y las botellas vacías siempre las recoge alguien, generalmente los pobres, porque te dan unos céntimos si las devuelves para reutilizar. No sabría decir si hay más personas sin hogar aquí o si se les deja algo más de espacio. Hay músicos en cada plaza, los niños corren, trepan y saltan por los monumentos y la gente va en bicicleta porque hay carriles para ello en un espacio urbano amplio, quizá demasiado amplio, y llano. Da la impresión de que nadie se fija mucho en nada y de que esto no supone un gran inconveniente para el funcionamiento de las cosas.
La vida parece un poco más tranquila y la gente más amable. Soslayo el hecho de que ser amable con los turistas es una parte básica de muchos trabajos y no pienso en todas las ocasiones en las que yo he sido muy educada con alguien mientras me acordaba de todos sus ancestros en silencio. Tampoco intento hallar los factores que permiten esta relajación ambiental, solo pienso que no está mal.
Con la información escasa y sesgada de la que dispongo, imagino una vida aquí y sospecho que sería un poco mejor.
Luego pienso en las dificultades conocidas: el idioma del demonio, alejarme de mis seres queridos, encontrar un empleo, un sitio donde vivir por un precio razonable; y en aquellas que no se me ocurren pero sé que aparecerían tarde o temprano, esas cosas que el turista no ve.
Dicen que se aprende mucho viajando. Según mi experiencia, esto es muy relativo. Se tienen que dar unas circunstancias determinadas para que alguien aprenda algo que no tenía previsto aprender.
Normalmente, en un viaje, encontramos aquello que íbamos buscando, entre otras razones, porque hay una industria muy potente dedicada a que así sea.
La idea de escapar me resulta familiar y respetable. La mayoría de mis amigos y amigas se han escapado de algo en algún momento. Algunos se han escapado dos veces. Últimamente, hablamos de vivir juntos en un antiguo caserón rehabilitado en un pueblo remoto, teletrabajar y cultivar la tierra y adoptar niños y desplazarnos por la zona en un minibús. Sabemos que en la práctica sería complicadísimo, pero es reconfortante comentarlo de vez en cuando e ir añadiendo nuevos detalles a la fantasía. Tengo otros proyectos de fuga, pero este es el más delirante y, por ello, el más sexy.
Siempre es fácil imaginar el fracaso, la pobreza, la tensión constante, pero a veces cuesta imaginar cómo sería el éxito. La soledad da mucho miedo, sin embargo, el refranero popular indica que se está mejor solo que mal acompañado, y algo de razón creo que tiene y diría que los hechos lo corroboran. Hace dos años escribí: “En Madrid todos sabemos que podría ser peor. Nos cuesta pensar que podría ser mejor”. Reniego de casi todo lo que escribo, pero sobre esta cuestión sigo pensando lo mismo. Podría ser mejor. Tiene que serlo. No jodas.
La ciudad que visitas de vacaciones siempre parece mejor que la ciudad donde vives. En esta, por ejemplo, está permitido beber por la calle, hay muchas reuniones y las botellas vacías siempre las recoge alguien, generalmente los pobres, porque te dan unos céntimos si las devuelves para reutilizar. No sabría decir...
Autora >
Elena de Sus
Es periodista, de Huesca, y forma parte de la redacción de CTXT.
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