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Cómo el hispanismo internacional ayudó a normalizar el franquismo

No es nueva la idea de que los estudiosos extranjeros de un país funcionen como agentes culturales o incluso políticos de ese país

Sebastiaan Faber 29/10/2021

<p>Felipe VI, durante su intervención en el homenaje al hispanismo internacional.</p>

Felipe VI, durante su intervención en el homenaje al hispanismo internacional.

Casa Real

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No ocurre todos los días que el rey te llame “especial”. Hace tres años, Felipe VI rindió un sentido homenaje al hispanismo internacional, gremio del que me considero miembro. Somos, decía el rey, “un colectivo muy especial… que, sin ser… hispanohablantes de nacimiento, dedican su vida profesional con verdadera pasión a promover nuestra lengua y nuestra cultura”: “Enamorados de nuestra cultura… difunden desde universidades e instituciones su conocimiento y entusiasmo por nuestro patrimonio cultural e histórico”. Como “auténticos embajadores culturales” –agregó– somos “un generador de valor” cuya gran virtud, además, es el “efecto multiplicador” que tienen nuestra docencia y actividades de difusión: sembramos en nuestros estudiantes y públicos “la semilla de la atracción” hacia las culturas hispánicas. 

Aunque pueda afectar mis posibilidades de llegar a Caballero de la Orden de Isabel la Católica, me atrevería a cuestionar algunos de los presupuestos implícitos en el discurso de Su Majestad. Me parece dudosa, por ejemplo, la sugerencia de que los intereses de España coinciden con los de las naciones latinoamericanas. Más cuestionable todavía es la idea de que estudiar o enseñar sobre la lengua y cultura españolas equivalga a promover esas culturas (¿no cabe también la posibilidad, no sé, de que los hispanistas adoptemos una actitud crítica hacia nuestro objeto de estudio?) o la de que el estudioso de España sea por tanto, automáticamente, un agente no solo efectivo sino afectivo del Estado español: un “embajador cultural” que, sin estar en la nómina del Estado sin embargo trabaja por defender o avanzar sus intereses, y que además practica su proselitismo como un acto de amor y de pasión. 

Hispanismo y Estado

No es nueva la idea de que los estudiosos extranjeros de un país funcionen como agentes culturales o incluso políticos de ese país; por algo los gobiernos les suelen premiar con becas y condecoraciones. Tampoco es una idea del todo equivocada. Es obvio que la comunidad académica ha ejercido, en ocasiones, ese papel de agente. Para quienes formamos parte de una disciplina no siempre es fácil distinguir entre la defensa y promoción de nuestro campo y la defensa y promoción de nuestro objeto de estudio.

La lealtad al Estado que se nos supone a los hispanistas se convierte en objeto de disputa cuando entran en pugna la identidad, legitimidad o unidad

Al mismo tiempo, hay factores que complican el idilio hispanófilo que nos pinta el rey Felipe. Para empezar, es fácil que la gratitud se convierta en sospecha. Es lo que ocurrió, por ejemplo, a comienzos de los años 50 cuando el profesor norteamericano Robert G. Mead se atrevió a constatar los efectos nefastos del franquismo sobre la vida cultural en España. El análisis le valió, en Ínsula, una acusación de “hispanófobo yanqui”, que se vio impelido a desmentir declarándose hispanófilo de toda la vida. Todavía hoy hay opinadores españoles que nos acusan a los hispanistas de difundir una imagen exageradamente negativa del país o promover “lecturas torticeras” de sus literatos más exitosos. Históricamente, desde luego, es verdad que el estudio académico de otras culturas –por ejemplo, a través de la antropología– ha servido para espiar, subyugar o destruir esas culturas. También ha sido común que los estudiosos de culturas otras que la propia atraigan la sospecha de sus propios gobiernos, como agentes extranjeros en potencia. Todo esto para decir que la relación entre hispanismo y Estado ha sido más complicada de lo que sugiere el idilio hispanófilo que nos pinta el rey.

Un segundo factor que lo complica es este: el amor y la lealtad al Estado o la nación españoles que se nos supone a los hispanistas se convierte en objeto de disputa cuando entran en pugna la identidad, legitimidad o unidad de ese Estado o nación. Es lo que ha venido ocurriendo en la última década con respecto a la crisis catalana, donde el españolismo y el catalanismo han intentado reclutar para sus respectivas causas a estudiosos extranjeros, cuanto más prestigiosos mejor. Y es lo que ocurrió en los convulsos años treinta, sobre todo después del golpe de Estado de julio del 36. 

Una tentación peligrosa

En junio de 1937, el Heraldo de Aragón publicó una carta abierta de Miguel Artigas, ex director de la Biblioteca Nacional que simpatizaba con los rebeldes, a “los hispanistas del mundo”. Lamentando la supuesta destrucción del patrimonio cultural de parte de la República, apeló al gremio hispanista para que expresara su apoyo a la causa rebelde. El sucesor de Artigas, Tomás Navarro Tomás, no tardó en publicar una réplica, en castellano e inglés, también dirigida a los hispanistas del mundo, pidiendo su apoyo para la causa republicana. Pero la repuesta de la mayoría de los hispanistas a estas dos llamadas rivales fue más bien tibia. Desde el comienzo de la guerra, los líderes del campo en Estados Unidos habían impuesto una estricta neutralidad. Y es que los filólogos norteamericanos veían las convulsiones bélicas en Europa, ante todo, como una tentación peligrosa que amenazaba su prestigio profesional. A comienzos de 1939, el hispanista Henry Doyle se dirigió a los profesores de lenguas modernas para advertirles de que se guardaran de todo posicionamiento político: “Nuestro primer deber es ser norteamericanos, defensores de los derechos e intereses norteamericanos”. 

¿Qué hizo el hispanismo una vez que Franco declaró la victoria? Nos hemos acostumbrado a ver el hispanismo internacional –en particular, el anglosajón– como una fuerza positiva durante los oscuros años del franquismo: un aliado del exilio republicano y una especie de reserva de rigor y objetividad académicas, además de probidad moral, frente a la producción cultural, literaria y académica en la España del interior, restringida por la censura y la persecución. Cabe citar aquí a los historiadores consabidos, desde Hugh Thomas y Herbert Southworth a Gabriel Jackson y Raymond Carr. Otro ejemplo es el ya mencionado de Robert Mead, profesor de la Universidad de Connecticut, quien en 1951 escribió un breve texto en la revista Books Abroad en que analizaba los aciagos efectos culturales de la dictadura franquista, señalando que el exilio le ganaba con creces en calidad, vitalidad e innovación. Ese breve ensayo desató una larga y famosa polémica en la cual Julián Marías acabaría por argumentar que el franquismo, como todo régimen político, era un fenómeno superficial que si afectaba al desarrollo cultural era de forma positiva ya que lo había despolitizado, mientras que el exilio seguía lastrado por lo que llama su politicismo.

No es evidente, sin embargo, que Mead, con su crítica contundente al régimen y su reivindicación del exilio, representara al hispanismo extranjero como gremio. Para empezar, entre las críticas que le llovieron destacaba la de un colega suyo, Elias Rivers, especialista del Siglo de Oro en el Dartmouth College, quien fue quien le tildó de yanqui hispanófobo. Además, sin embargo, Mead, que aún no había cumplido cuarenta años, no era todavía ninguna autoridad en el campo; solo se había doctorado dos años antes, acababa de conseguir su primer puesto y se especializaba en literatura latinoamericana. (Dwight Bolinger, la otra voz norteamericana que se unió a la polémica en apoyo de Mead, tampoco se dedicaba a los estudios literarios españoles, sino que era lingüista.) 

En suma, la relación del hispanismo internacional con el franquismo fue más complicada de lo que solemos pensar. La verdad es que algunos de sus representantes más destacados desarrollaron buenas relaciones con el régimen ya desde la guerra. Y en los duros años de la posguerra no dudaron en regalarle cierta legitimidad. Es verdad que el exilio encontró en el hispanismo internacional la institucionalidad que le había sustraído la victoria de Franco –empleo, prestigio, posibilidades de enseñanza y publicación–. Pero el franquismo también encontró canales de legitimación institucionales en ese mismo hispanismo internacional. Entre muchos hispanistas, la aparente neutralidad –el rehuir de posicionamientos políticos explícitos– seguiría siendo la actitud dominante durante varias décadas después de la Guerra Civil. En la práctica, esto implicaba asumir el régimen franquista como la nueva normalidad española, minimizando o ignorando la realidad de la represión política. Entre informes sobre España que aparecen en las revistas profesionales en los años 40, se llega a decir que “España parece prosperar” y que “ya no existe censura de prensa”. 

Franquismo normalizado

El archivo indica que el hispanismo internacional fue pionero en la normalización de las relaciones con la España franquista, al asumir y confirmar no solo la legitimidad de las instituciones culturales del régimen sino también su visión de la cultura española. ¿Cómo explicamos esa aparente afinidad con el franquismo de representantes del hispanismo filológico en países democráticos como Estados Unidos y Reino Unido? Un factor es lo que cabría describir como la atracción de la institucionalidad: un gremio reacio a politizarse –deseando proteger su prestigio y respetabilidad profesionales– tiende a asumir la legitimidad del estatus quo, sea cual sea. Pero también hay factores más netamente ideológicos: puntos de conexión entre la imagen de España que albergaban los hispanistas y la que propagaba el franquismo. Aquí es útil recordar la historia institucional del hispanismo en el extranjero y su lugar dentro de sus respectivos entornos nacionales. El hispanismo profesional en los países norteños nace de la hispanofilia amateur, un conjunto en cierto modo disidente en sus propias culturas. Muchos eran católicos o filocatólicos en países culturalmente protestantes; y su atracción hacia España como reducto de valores espirituales estuvo muchas veces motivada por una actitud ambivalente ante la modernidad que vivían en su propio país. La rápida profesionalización del hispanismo después de la Segunda Guerra significó una ruptura definitiva con este hispanismo amateur. Pero en muchos sentidos el campo mantuvo una serie de rasgos que permitirían un acercamiento al franquismo, como demuestra el caso de una de las autoridades hispanistas británicas más prominentes de la segunda mitad del siglo XX, Alexander A. Parker, especialista en Calderón. 

En la primavera de 1948, la revista de la Universidad de Aberdeen, en Escocia, publicó un breve texto de Parker, que ocupaba una plaza allí, sobre Cuarto Centenario Cervantino, que se había celebrado en Alcalá de Henares en octubre del año anterior, y para el que Parker confesó haber recibido “una invitación personal”. ¿Cuál fue su reacción ante este gesto de parte de un régimen que, en esos momentos, se encontraba en pleno aislamiento diplomático y al que la ONU había condenado menos de dos años antes? Hojeando la hemeroteca del ABC, nos encontramos en el número del 4 de octubre de 1947, en la página 5, con una prominente foto del hispanista británico como uno de cinco “representantes extranjeros en la Asamblea Cervantina”. En el pie de la foto se nos informa que, además, “el Gobierno español le ha nombrado caballero de la Orden de Alfonso el Sabio”. 

La relación del hispanismo internacional con el franquismo fue más complicada de lo que solemos pensar. Algunos de sus representantes más destacados desarrollaron buenas relaciones con el régimen

En su texto para la revista universitaria, Parker deja claro que el aprecio fue mutuo. Relata que la ceremonia en Alcalá –aquí algunas fotos de EFE– había sido “espectacular”, con una “función académica brillante a la que asistieron el Jefe de Estado y todos los miembros del gobierno”. Aunque “todas las ceremonias se condujeron con contención y dignidad”, le había parecido que el “color de muchas de las funciones proporcionó un agradable alivio ante la monotonía que parece haberse convertido en un rasgo permanente de la vida cotidiana”. En el párrafo final, destacó con gratitud la “cortesía” y el “calor” de la recepción recibida. “En un mundo desgarrado por el disenso”, dijo, “esta reunión internacional extendió una promesa de supervivencia y de un posible resurgimiento de un mundo mejor”.

Parker no era el único hispanista internacional en dejarse seducir tan pronto por el régimen. Al año siguiente, en abril de 1948, se celebró una segunda serie de sesiones de la Asamblea Cervantina a la que acudieron, además de Parker, sus colegas británicos Allison Peers y Henry Thomas, el hispanista holandés Jan Terlingen y el historiador francés Jean Lucas-Dubreton, que escucharon discursos de José María Pemán y Joaquín de Entrambasaguas y asistieron a la inauguración del “Instituto Cervantes” en el CSIC, dirigido por Julio Casares.

Virtudes domésticas

¿Cómo explicamos que un prestigioso hispanista británico como Parker estuviera dispuesto a figurar en lo que no dejaban de ser actos propagandísticos del régimen franquista? Nacido en Uruguay, en 1908, como hijo de un diplomático inglés y de madre uruguaya, Parker fue educado en Inglaterra y estudió en Cambridge, donde consiguió su primer puesto en 1931. En 1939, fue nombrado jefe del Departamento de Español en Aberdeen, Escocia; en 1953, asumió la Cátedra Cervantes en el King’s College de Londres. Empezó a publicar sobre España en 1930 –tenía solo 22 años– casi exclusivamente en la prensa católica, donde montó una defensa apasionada de la Contrarreforma. Meses después de la proclamación de la Segunda República, expresó escepticismo ante el proyecto modernizador de la inteligencia republicana. España, afirmó, era un país “más civilizado que la mayoría de los llamados grandes poderes”: una nación aún agrícola en la que “la familia aún reina soberana, … florecen las virtudes domésticas y la religión está viva en el corazón del pueblo”. Constatando que son todavía “escasas las grandes urbes” y que “la vida es dura y austera”, concluyó: “España no se ha movido con los tiempos, ¡gracias a Dios!”. Las dos decenas de artículos que publicaría Parker en los años treinta manifiestan una clara simpatía por la derecha católica y, en particular, el carlismo, que ve como defensas seguras contra la amenaza marxista. 

La mudanza a Aberdeen en 1939 supone un corte a partir del cual Parker ya apenas comentaría sobre temas de actualidad. En su conferencia inaugural, meses después del final de la guerra, evita casi toda referencia a la trágica actualidad española. Eso sí, hace un alegato a favor del valor de la cultura española tradicional. La literatura medieval y del Siglo de Oro, dice, manifiesta las virtudes duraderas del pueblo español. Apunta también que la concepción española de la democracia es “diferente de la común” ya que “en la cultura española no existe el deseo de despreciar o destruir el principio aristocrático”. “Hoy”, concluye, “… el mensaje de España y de su cultura destacan vívidamente como un elemento vital en la tradición cristiana de la civilización europea”.

Después de la Segunda Guerra Mundial, Parker lideró la profesionalización del campo en Reino Unido, introduciendo un nuevo rigor metodológico inspirado por la escuela de Leavis y Richards. Pero como ha argumentado Malcolm Read, este nuevo rigor pudo convivir perfectamente con la ideología conservadora que había predominado en las décadas anteriores. En una conferencia que dio Parker en el Ateneo de Madrid en abril de 1951 –más o menos cuando Mead publicaba su denuncia de la España franquista– argumentó que el humanismo español era más “verdadero, sano y completo” que el humanismo renacentista en otras latitudes porque siempre se negó a privilegiar lo humano sobre lo divino: “Puesto que la misma experiencia de la vida que hoy tenemos prueba cuán acertado era el humanismo español, aprendamos de él la sabiduría que nos ayude a vivir”. Al mismo tiempo, la profesionalización y especialización también supusieron una aparente despoliticización del campo, basada en la idea de que la filología se ocupa del objeto literario científicamente. Esto, a su vez, permitió desde luego que un hispanista asumiera sin chistar la normalidad institucional de la España franquista.

Aberraciones filosóficas

Esto no significó que no pudiera criticar la vida intelectual española. En 1953, el mismo año en que asumió la cátedra en Londres y fue nombrado consejero del CSIC, Parker sacó un largo ensayo en que desmenuzó las corrientes del pensamiento conservador español del momento, denunciando la “mórbida obsesión” con la supuesta decadencia nacional de parte de cierta derecha española, en la que detecta “tendencias alarmantes” y “aberraciones filosóficas”. Por primera vez, Parker se pronuncia abierta y críticamente sobre los fundamentos ideológicos del franquismo. Como escribió Nicholas Round, Parker aquí demuestra la capacidad del hispanismo británico, armado de una metodología empírica, de cuestionar los míticos clichés de la historia cultural española promovida por la dictadura. Al mismo tiempo, ilustra los límites críticos del hispanismo filológico profesional. Nunca se aventura más allá del mundo de las letras y de las ideas; a diferencia de Mead, no habla de ni de censura ni de represión. Más bien, Parker acaba por adoptar una posición cercana a la de Julián Marías, abogando por una mayor separación entre cultura y pensamiento, por un lado, y política, por otro. Concluye su ensayo llamando porque se ponga fin al aislamiento internacional de la España franquista. Como sabemos, en 1955 España entra a la ONU; al año siguiente, Parker recibe una segunda condecoración del régimen, esta vez en la orden de Isabel la Católica.

Coda

La actitud benevolente de Parker ante el régimen franquista no era compartida por todos sus colegas en el Reino Unido. J.B. Trend era un hispanista y musicólogo de claras simpatías republicanas, pero se sintió aislado en un campo predominantemente conservador. Otros hispanistas prominentes, como William Entwistle y William Atkinson, estaban más cercanos a Parker. Trend, disgustado, acabó por girar hacia Latinoamérica, adonde muchos de sus amigos españoles se habían exiliado. De hecho, un efecto más general del franquismo en el hispanismo filológico anglosajón –cuya trayectoria difiere del hispanismo historiográfico– fue que los especialistas de temperamentos más progresistas se acabaran decantando por el latinoamericanismo. 

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Nota

Una versión de este texto fue leída en el congreso “Literatura y Franquismo: Ortodoxias y Heterodoxias” celebrado del 19 al 22 de octubre en Alcalá de Henares. Algunos episodios de esta historia los cuento en mi libro Anglo-American Hispanists and the Spanish Civil War, donde también se pueden encontrar las referencias debidas.

No ocurre todos los días que el rey te llame “especial”. Hace tres años, Felipe VI rindió un sentido homenaje al hispanismo internacional, gremio del que me considero miembro. Somos, decía el...

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Autor >

Sebastiaan Faber

Profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. Es autor de numerosos libros, el último de ellos 'Exhuming Franco: Spain's second transition'

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