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¿Y por El espíritu de la colmena? ¿Quizá por Los bingueros? ¿Dolor y gloria? ¿O que arde? ¿El verdugo? ¿El último cuplé? Síganme el juego, si son tan amables, que, aunque lo parezca, esta no es una pregunta retórica. Tampoco un intento burdo de clickbait. Y no, no va de cine español. Es una historia de héroes inesperados e imágenes perdidas.
Durante el primer periodo talibán en Afganistán (es terrible que ahora tengamos que numerarlos) los trabajadores de la agencia estatal del cine afgano, Afghan Film, donde se conserva el cine hecho en el país, decidieron esconder las películas de su archivo para salvarlas de la furia iconoclasta y anticultural de los talibanes. Ya saben: prohibidos los cines, el arte, el teatro, la música… la cultura. Así que construyeron falsos techos y paredes donde metieron lo que pudieron de la producción nacional que conservaban, en parte producido por la propia entidad. Y daba igual que fuera un documental histórico, un noticiario, un drama musical, una cinta de aventuras, la hagiografía de un dictador o la filmación de una asamblea estudiantil. Para disimular, porque algo tenían que ofrecer a los que venían a destruir, les dieron otros materiales sin importancia, básicamente películas extranjeras. Les engañaron en sus propias narices. A los talibanes. A esos tipos que aparecían por las oficinas del Afghan Film con sus kalashnikov y sus cartucheras después de, pongamos por caso, haber hecho estallar en pedazos los Budas de Bāmiyān o maltratado a una mujer.
La pregunta surge inevitable: ¿tiene sentido jugarse el tipo por unas cuántas películas? Respuesta corta, rápida y visceral: no. La respuesta larga requiere ampliar el foco. Quizá se entiende mejor el acto heroico si pensamos en ese conjunto de películas como lo que es, un archivo, y a todo ello (el documental, el noticiario, el musical, etc.) le llamamos memoria audiovisual, algo que va más allá incluso del concepto de patrimonio cultural. Ahora la frase adquiere otra dimensión: lo arriesgaron todo por conservar la memoria audiovisual de su país.
Es fácil en nuestro mundo saturado de imágenes pensar que no tienen importancia: cualquiera las hace y en cualquier momento; se borran, se modifican, se superponen, se pierden, se olvidan. Pero habrá que convenir en que si los intolerantes quieren destruirlas, será por algo. El enemigo de las imágenes da la medida de su importancia y, con ello, de la necesidad de su protección. Los funcionarios del Afghan Film lo sabían, por eso se jugaron el tipo. Sabían que si esas imágenes y esas historias desaparecían, la victoria talibán sería aún mayor. Porque habría cercenado no solo el presente, también el pasado. Porque allí estaban sus raíces y su identidad: en la comedia tonta que el público había reído en su momento o en la crónica de una inauguración oficial por parte de un presidente odiado.
La memoria audiovisual está construida con imágenes e historias bellas y feas, sublimes y despreciables, esenciales y banales, oficiales y clandestinas. En nuestro caso, está conformada por Sierra de Teruel y por Raza, por Vente a Alemania, Pepe y por La ley del deseo, por El verdugo y por el NO-DO, aquel monopolio de la información creado por el régimen franquista, lleno de imágenes del dictador y su familia inaugurando cosas. Fruto de una única mirada, la del poder nacionalcatólico, se tapaba la realidad de una dictadura, pero era, es, un registro de cuarenta años de la historia de un país, con rostros, cuerpos y fragmentos de vida de quienes nos precedieron. Y con muchísimas ausencias.
Y es que las imágenes y los relatos, incluidas las que proceden del poder o del enemigo, con lo que muestran y lo que tapan, nos construyen, individual y colectivamente, y su pérdida deja un vacío inmenso e irreparable. Esto se entiende muy bien al ver Los ojos de Ariana (2007), documental que Ricardo Macián dedicó a esta historia del Afghan Film (Ariana es el antiguo nombre de Afganistán) y al que les remito (lo tienen en Filmin). No es un reportaje al uso, sino un muy bello ensayo audiovisual sobre el valor de las imágenes, la creación y la cultura. Y sobre la libertad, claro, que de eso también estamos hablando.
Supongo que se están preguntando qué ha sido de ellos, de los funcionarios del archivo, en estos momentos. Algunos han logrado salir de Kabul, otros, desgraciadamente, no. La directora del Afghan Film, la cineasta Sahraa Karimi, ha huido a Ucrania, desde donde ha hecho un llamamiento para que nadie les olvide. El Afghan Film está cerrado y yo no apostaría porque las películas se salvaran esta vez. Y entonces, sin la comedia intrascendente, sin el noticiario con el discurso propagandístico del prócer, sin el súper 8 de la asociación de estudiantes, quedará un hueco irreparable en la memoria colectiva. Ya les dije que no era una pregunta retórica: ¿se jugarían la vida por salvar el NO-DO?
¿Y por El espíritu de la colmena? ¿Quizá por Los bingueros? ¿Dolor y gloria? ¿O que arde? ¿El verdugo? ¿El último cuplé? Síganme el juego, si son tan amables, que, aunque lo parezca, esta no es una pregunta retórica. Tampoco un intento burdo de clickbait. Y...
Autora >
Áurea Ortiz Villeta
Historiadora del arte, gestora cultural y profesora universitaria. Forma parte del equipo de la Filmoteca de València, codirige un festival de series (LABdeseries), ha escrito libros y artículos sobre historia del cine y series de tv y habla de esas y otras cosas en algunas radios. Una vez (2015) se metió en la política activa: no duró mucho.
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