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Como este es el primer texto de una columna periódica, voy a empezar diciéndoles la verdad. Estoy acobardada. De escribir aquí, en CTXT. ¿Han visto el nivel? ¿Las firmas? Toda esta gente que explica el mundo estupendamente y me ayuda a mí a entenderlo. Desde que me plantearon formar parte del consejo de redacción (un honor) tengo el síndrome de la impostora por las nubes. Y, bueno, es que ustedes no me conocen y no lo saben, pero esto no me suele pasar. Tengo fama en mi entorno de persona segura y razonablemente eficiente, lo de hablar en público o escribir no me suele suponer un problema. Y, miren por dónde, estoy paralizada y no hago más que pensar: pero yo qué hago aquí. De qué escribo. Qué digo.
Es que, además, lo mío no es la sociología, ni la economía, ni la politología, aunque he hecho mis pinitos en eso de la política activa (si eso, ya se lo cuento otro día, cuando haya confianza), ni el derecho, ni el periodismo, ni ninguna de esas herramientas imprescindibles para descifrar el presente, tan antipático él.
Me dedico a la cultura. Bueno, en concreto, el mundo de las imágenes: las películas, las series, la fotografía, el arte, esas cosas que ocupan lo mínimo en los presupuestos del Gobierno y en los planes de estudio (cuando lo hacen), aunque deberían ocupar mucho más. No, no me dedico a hacerlas, sino a analizarlas. Y estoy totalmente convencida de que ese es un saber relevante, aunque solo sea porque vivimos rodeados de ellas y más bien indefensos ante su poder. Es importante saber cómo se construyen, cómo se difunden, de dónde vienen. Ser plenamente conscientes no solo de que son discurso sino de que, actualmente, tienden a sustituir a la realidad. Nos confunden. Rodeados como estamos de imágenes por todas partes resulta que, muchas veces, en vez de mostrar, más bien tapan. Y por eso destapar y desvelar el engranaje es imprescindible.
Así que supongo que de eso les hablaré aquí, de lo que sé. De imágenes y relatos. De su muy compleja relación con la realidad. De mirar, que es mucho más difícil de lo que parece. De por qué nació ese impulso misterioso que hizo que uno de nuestros ancestros o ancestras decidiera un día pintar en una roca algo que aún somos incapaces de entender. De por qué demonios llevamos miles de años haciendo imágenes y contando ficciones: será que los necesitamos, tanto como comer o un refugio sobre nuestra cabeza. (Por cierto, Word me subraya ancestra y, efectivamente, en la RAE no existe en femenino. RAE, en serio, espabila ya de una vez con este tema).
Pero aunque todo esto es terreno seguro para mí y sé dónde piso, sigo con el síndrome de la impostora a tope. Llevo días dándole vueltas, pensando en la causa de esta inseguridad y creo que se debe a que no quisiera ser banal. Porque este medio, CTXT, no lo es. No están los tiempos para banalidades, ni para remedar lo que otros ya dijeron o para demostrar erudición. Si alguien tiene el privilegio de contar con una tribuna pública desde la que decir algo hay que aprovecharla. Aprovecharla para sumar en la guerra, porque es una guerra; contra la desigualdad, la intolerancia, la violencia y el fascismo. Y en esto sí que no tengo dudas: en el campo de las imágenes se juega una de las batallas y no la menor. Así que de eso irá esta columna, con síndrome o sin él. Encantada de saludarles.
Como este es el primer texto de una columna periódica, voy a empezar diciéndoles la verdad. Estoy acobardada. De escribir aquí, en CTXT. ¿Han visto el nivel? ¿Las firmas? Toda esta gente que explica el mundo estupendamente y me ayuda a mí a entenderlo. Desde que me plantearon formar parte del consejo de redacción...
Autora >
Áurea Ortiz Villeta
Historiadora del arte, gestora cultural y profesora universitaria. Forma parte del equipo de la Filmoteca de València, codirige un festival de series (LABdeseries), ha escrito libros y artículos sobre historia del cine y series de tv y habla de esas y otras cosas en algunas radios. Una vez (2015) se metió en la política activa: no duró mucho.
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