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Gracias a los estudios de paleogenética se han descubierto dos Homo imprevistos. Uno es el Homo Denisovano. Desconocemos su aspecto. Tan solo se han encontrado pequeños huesos en una cueva. Descubrir su secuencia genética, su existencia, supuso invertir en ello uno de los pocos huesos de esa especie, que vivió en Asia hasta hace 40.000 años. El otro Homo hallado es aún más misterioso y fascinante, si cabe. Puede remontarse a unos 600.000 años. Muchos. Carece de nombre, y desconocemos de él no solo su aspecto, sino cualquier tipo de restos. No se ha encontrado ningún fósil. Y es difícil que eso suceda, pues vivió en el sur-oeste africano, un territorio húmedo y caluroso, que no facilita la conservación de huesos, ni su fosilización. Sabemos de su existencia porque aún existe. En el interior de nosotros. Concretamente, en el interior de algunos sapiens actuales. Es parte de nuestro ADN. Nuestro ADN confirma que, como los denisovanos y los neandertales, aquel Homo sin nombre tuvo miles de nombres, que conocieron al Sapiens, y se mezclaron con él hasta desaparecer en sus brazos, para pasar a convertirse en, tal vez, parte de sus brazos. Lo que explica un planeta en el que los diferentes homínidos se fueron reconociendo como humanos, conforme se iban encontrando. Y se mezclaron. Sin reparos y sin posibilidad alguna de evitarlo u omitirlo. El Sapiens es, así, una ola, un torrente, un río caudaloso, en el que todas las especies humanas coincidentes se bañaron y se diluyeron formando más agua. Y, como el agua, solo aportaron más agua al volumen de agua. Aún así dejaron, en ese trance, pruebas ocultas, hasta hoy, de su roce. El Talmud explica que en el cuerpo de Adán y Eva estaba el alma de todos los hombres y mujeres futuros. Y solo se equivoca en pequeños detalles, como la existencia de Adán y Eva. Y su ubicación en el tiempo. Los primeros hombres y mujeres transportaban la posibilidad, la potencialidad azarosa de que existiéramos, mientras que nosotros transportamos, en efecto y con rigurosidad, a todos los hombres y mujeres habidos. En nuestro ADN. Adán y Eva no fueron, así, los primeros. Adán y Eva somos nosotros, los últimos. Cuando hoy decidimos morder una manzana, en cierta medida lo hacen también varias especies anteriores, que llevamos en el interior, sin saberlo. Tanto pasado encima supone, por fuerza, un peso agotador. Sorprendentemente, miles de miles de años en nuestro interior no pesan. Nada en absoluto. La ausencia de ese peso, de toda esa memoria más que milenaria, nos hace en verdad livianos e inocentes. Como a Adán y Eva. Sería imposible lo contrario. Vivir con tanto pasado encima. O, peor, dentro.
Nuestro ADN es tal vez nuestra única originalidad como especie. Carecemos de originalidades como especie. La consciencia de la muerte, hoy inexistente en grandes partes del mundo, fue una. Sin ella es difícil definir qué es un humano. Imagínate definir qué son esas otras categorías más anecdóticas, como hombre o mujer. Carecemos de definición de nosotros mismos, pero, como hace miles de años, nos reconocemos cuando nos encontramos. En todo caso, nuestro ADN nos explica una definición en clave, una porción amplia y categórica de nuestra humanidad. Su sello. Se trata, además, de algo tan intenso que debe ser una táctica sostenida, utilizada con éxito para sobrevivir hasta hoy. Es nuestro secreto. Y no es otra cosa que el olvido. El olvido más absoluto y radical de nuestro pasado. El olvido debe ser importante, por tanto. El olvido es nuestro Paraíso. El olvido es nuestra identidad como especie. Al menos, esa ha sido nuestra constante más intensificada, que ha posibilitado omitir el peso sobrehumano de miles de años de fuerza y felicidad gastada inútilmente, de despedidas y desapariciones.
Cuando alguien, de repente, olvida que es olvido y grita, acredita una identidad sólida, antigua e innegociable, que requiere enfrentamiento rampante y fatal, simplemente se aleja de la especie. Esos alejamientos son aparatosos, pero anecdóticos. No son, por fuerza, duraderos, pues no servimos para eso. Nunca hemos servido para eso. Nuestro ADN lo explica, al explicar el olvido. Nunca hemos tenido enemigos perdurables, porque no disponemos de la memoria necesaria. Ese esfuerzo ostentoso es imposible, pues no disponemos de esas persistencias entre nuestras posibilidades. Somos inútiles para ello, según afirma nuestro ADN.
Gracias a los estudios de paleogenética se han descubierto dos Homo imprevistos. Uno es el Homo Denisovano. Desconocemos su aspecto. Tan solo se han encontrado pequeños huesos en una cueva. Descubrir su secuencia genética, su existencia, supuso invertir en ello uno de los pocos huesos de esa especie, que vivió en...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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