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Nina Simone decía que la libertad era no tener miedo. Y quizá sea eso lo que explique la sensación que ahora mismo transmite el Atlético de Madrid. La de estar dentro de una jaula invisible de la que no sabe salir. La de ser un equipo con miedo. Con miedo a fallar, con miedo al futuro, con miedo al rival, con miedo a la mala suerte, con miedo al árbitro y con miedo a no saber flotar en esa sopa de expectativas que hemos cocinado entre todos. Podríamos buscar culpables o perdernos en los hechos, las cifras, las sensaciones, las excusas razonadas o los análisis sesudos; la realidad, mucho más cruda que todo eso, es que el equipo colchonero es el último de su grupo de Champions y que no ha sido superior a sus rivales en ninguno de los partidos que ha disputado.
La importancia del partido contra el Milan podía palparse en los alrededores del Metropolitano, en el ambiente de la grada o en el lenguaje beligerante que habían empleado los medios; donde no se vio fue en el césped. O bueno, se vio por el lado que no convenía. Los de Simeone realizaron otro mal partido europeo, lo que desgraciadamente no es ya una novedad. Sin ser un encuentro de grandes ocasiones, ni especialmente desequilibrado, mi sensación es que el equipo milanista fue superior en todos los aspectos. Defendió mejor, presionó mejor, trató mejor la pelota, tuvo más claro lo que tenía que hacer, desplegó más físico (o lo desplegó mejor), fue más preciso, fue más valiente y hasta tuvo más personalidad. El fútbol está lejos de ser una ciencia exacta, y el marcador podía haber sido cualquiera, pero se me hace complicado encontrar algo que contradiga lo anterior.
A vueltas con los tres centrales, la defensa de cuatro, el jugar con o sin mediocentro, que si un ariete fijo o uno más móvil, olvidamos quizá lo más importante: el Atleti no tiene personalidad. O no sabe a qué juega, que es otra forma de decir lo mismo. En competiciones obsoletas y sobrearbitradas como la Liga, todavía puede valer eso de confiar en la calidad puntual de tu plantilla. En la Champions League, donde los equipos se juegan su viabilidad económica y donde, cada vez más, se juega a otro deporte, las costuras mal rematadas se rompen. Las dudas se convierten en heridas y las heridas supuran sangre.
El Atleti no tiene personalidad. O no sabe a qué juega, que es otra forma de decir lo mismo
El Atleti es ahora mismo un equipo que duda. Duda Hermoso cada vez que el balón anda cerca, duda Giménez en situaciones en las que antes no dudaba, duda Koke cada vez que recibe un balón en zona crítica y, lo que es peor, duda Simeone. Y esa duda es la que en mi opinión hace que la mezcla de jugadores no ligue y la mayonesa se corte. Es decir, que no sea un equipo. Es muy probable que la plantilla del Atlético de Madrid sea mejor que la del Milan. Personalmente lo creo así, pero no es eso lo que vimos en el campo. A lo mejor tenía razón Nina Simone cuando decía que el talento no es una bendición sino una carga.
Los de Simeone construyeron dos ocasiones de gol al inicio de cada parte. Eso fue todo. El resto del partido, sin estridencias, fue para un rival que impuso sus normas. El Atleti fue incapaz de superar la excelente presión italiana hasta el punto de dar la sensación de ser un equipo incapaz de trenzar tres pases a cierta velocidad. Algo difícil de creer, viendo los jugadores que tiene. Tampoco el balón largo tuvo mucho mejor efecto. Predecible, si se trataba de que Luis Suárez recibiese melones a cuarenta metros del área. Las bandas no hacían daño. El centro del campo no existía. Los de Pioli, mientras tanto, cerraban todos los huecos, llegaban antes al cruce, corrían más (o mejor), se adueñaban del balón y lo movían de una forma mucho más aseada.
Llegada la parte mollar de la segunda parte, el marcador seguía igual en Madrid, pero no en Liverpool donde mejoraba para los intereses rojiblancos. Eso debió jugar su papel, aunque me cuesta mucho identificar las intenciones de Simeone en los cambios que realizó en esa parte crítica del encuentro. Fuesen las que fuesen, ni sirvieron para aumentar las posibilidades de ganar el partido (más bien lo contrario), ni sirvieron para conservar un empate que hoy hubiese sido ambrosía. Y es que este equipo no sabe especular con el resultado. Deberíamos saberlo ya. Ni para bien, ni para mal. Cuando en el minuto 87 apareció la cabeza de Messias para marcar el gol definitivo –permítanme que me ahorre el chiste fácil–, a nadie le sorprendió.
Más allá de tácticas concretas o de frases de manual de autoayuda, si hay algo que ha caracterizado al Atlético de Madrid en los últimos años ha sido el ser un equipo MUY incómodo para el rival. Siempre. Jugando bien y jugando mal. Ganando y perdiendo. Ya no lo es. Y quizá la reconstrucción debería empezar por ahí: olvidándonos de los cantos de sirena y agarrándonos a lo que sabemos que no se mueve.
Irónicamente, el Atleti puede todavía clasificarse para la siguiente fase de la Champions League, pero creo que es más importante centrarse en dar el siguiente paso sin tropezar; en mantenerse de pie como forma de empezar a recuperar el equilibrio. Es menos espectacular, pero resulta más útil. Deberíamos saberlo a este lado del Manzanares. No merece la pena sufrir por cosas que no han existido. Volvamos a la esencia del saber disfrutar del camino, porque eso nos ha traído hasta aquí. Es decir, y volviendo otra vez a Nina Simone, es un nuevo día, es una nueva vida… and I’m feeling good.
Nina Simone decía que la libertad era no tener miedo. Y quizá sea eso lo que explique la sensación que ahora mismo transmite el Atlético de Madrid. La de estar dentro de una jaula invisible de la que no sabe salir. La de ser un equipo con miedo. Con miedo a fallar, con miedo al futuro, con miedo al rival, con...
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