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Au pair significa “a la par”, como una más de la familia. Así me trataron en mi primera casa, y luego supe que aquello no era tan frecuente. Según la Wikipedia, el concepto de la au pair nació precisamente en Suiza hace ya varios siglos. En el simpático país transalpino, del que ya he dado sobradas referencias en otras ocasiones, hay tres regiones bastante bien diferenciadas en las que se hablan cuatro idiomas. Los suizos franceses (los del oeste) no se mezclan mucho con los suizos alemanes (los del este), y a su vez ambos grupos ponen a parir con frecuencia a los suizos italianos, que están ahí en el sur, viviendo su vida y disfrutando de una gastronomía bastante menos cutre que la del resto. A veces ni siquiera se entienden entre ellos, porque en cada región se habla por lo general un solo idioma. También se tiran los trastos a la cabeza para atribuirse la receta original del rösti, un plato típico de la gastronomía helvética que es como una tortilla de patatas pero sin huevo, sin cebolla y sin ganas de vivir. Está bastante rico. Lo que quiero decir es que Suiza es un país complicado de entender.
Las familias acomodadas del pasado encontraron que podían solventar el problema idiomático intercambiando a sus hijas jóvenes para que pasaran largas temporadas en casas de la otra punta del país o incluso en otros países. ¿Haciendo qué? Pues cuidando niños y cosas así ligeras, claro, se supone que eran ricas y no era plan de ponerlas a currar de verdad. Excepto porque cuidar críos sí es un curro de verdad.
Con el paso del tiempo el concepto de au pair se ha extendido a casi todos los países del mundo y se sigue vendiendo como el primigenio intercambio lingüístico y cultural que pretendía ser en el siglo XVIII. Incluso, si te metes a curiosear en la web de au pair más tocha de todas, verás que se habla todo el rato de una oportunidad para aprender idiomas y viajar mientras haces tareas chorra tipo ir a la tintorería o jugar un rato con los críos al parchís por las tardes.
La bromita se termina, y de esto puedo dar buena fe, cuando registras tu perfil, empiezas a clickar en las familias solicitantes y ves lo que piden y lo que ofrecen. Curros encubiertos de más de 40 horas semanales (no es raro que lleguen a 60) a cambio de salarios de miseria, muy por debajo del SMI nacional. Trabajo doméstico y de cuidados muy pesado y que a menudo precisa de alguna cualificación. Gente que busca sin tapujos a una enfermera titulada porque tienen un crío pachucho que necesita supervisión profesional, pero lo pagan a precio de saldo. Familias que necesitan, más bien exigen, una incorporación para dentro de dos días, dos. Padres que, en realidad, quieren una empleada para su negocio familiar pero trayéndose a una extranjera al país y dándole de alta sólo como au pair. Y luego están las cosas raras, un capítulo aparte. Peña super pirada que quiere que te pongas uniforme de doncella y tiene la casa llena de cámaras que graban 24/7 (esto le pasó a una amiga mía, así tal cual). Hombres divorciados que dicen tener la custodia compartida y a la primera conversación para entrevistarte muestran intenciones tan turbias que les tienes que bloquear en el chat. Gente que busca un amigo de pago para su hijo autista adolescente. Estafas obvias y otras no tan obvias. Pescando en ese río revuelto están, además, todas las agencias de colocación, que cobran –y no poco– a las au pair por encontrarles una familia más o menos honorable. Pagar por trabajar de criada. Yo jamás lo hice, prefería tener entrevistas extensas con las familias y tratar de fiarme de mi instinto, pero en cualquier caso, con o sin agencia, la que pone el cuerpo y la que se la juega siempre eres tú. Sola, en el extranjero y trabajando de criada aunque le pongan un nombre glamouroso en francés.
Y ahí es donde intento llegar. Fui feliz en Holanda y hablo poco del año que pasé allí, pero trabajé. Las au pair (no me refiero a ellas en femenino por casualidad) son empleadas domésticas encubiertas. El trabajo de cuidados no es un entretenimiento para muchachitas, y se puede volver particularmente duro y hasta traumático cuando se desarrolla bajo ciertas condiciones. Emplear en tareas domésticas y de cuidados a jovencísimas mujeres extranjeras a cambio de salarios miserables y la promesa de aprender un idioma no es más que la enésima expresión del patriarcado neoliberal. En muchos países de Europa ya no pueden vivir sin ellas. Pero ahí siguen: cobrando a veces 100 euros a la semana, trabajando 40, 50, 60 horas. En ocasiones sin ni siquiera contrato. Formando parte de esa red tupida, invisible e infrapagada de cuidados que sostiene al mundo.
Au pair significa “a la par”, como una más de la familia. Así me trataron en mi primera casa, y luego supe que aquello no era tan frecuente. Según la Wikipedia, el concepto de la au pair nació precisamente en Suiza hace ya varios siglos. En el simpático país transalpino, del que ya he dado...
Autora >
Adriana T.
Treintañera exmigrante. Vengo aquí a hablar de lo mío. Autora de ‘Niñering’ (Escritos Contextatarios, 2022).
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