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23 de diciembre de 2011. Lo primero que hizo Diego Pablo Simeone al aterrizar en el banquillo del Atlético fue predicar las bondades del contragolpe y prometer un regreso a la esencia primigenia rojiblanca, esto es, construir un equipo solidario, aguerrido y con más coraje que belleza. Después, en uno de los primeros entrenamientos, se acercó a uno de los centrales y le susurró: “No hace falta que juegues siempre en corto, puedes pegarla en largo”. El colombiano Luis Amaranto Perea, hasta ese momento rígido y tenso, lo miró con ojos de eterna gratitud, resopló de alivio y dijo: “Míster, no sabes el peso que me has quitado de encima”.
Diez años después, en el césped del Santiago Bernabéu, Koke trató de hilvanar una jugada de ataque mediante un pase raso, interior, de los que en otros tiempos estuvieron prohibidos en el Atlético, para dar pie al letal contragolpe del Real Madrid. Vinicius centró desde la derecha y Benzema remató solo, cerca del punto de penalti, bajo la desconcertante mirada de los seis defensores que poblaban todos los rincones del área propia, todos a excepción del lugar donde esperaba, tranquilo, el francés. Tamaña transformación solo puede ser comparada al radical cambio que llevó a la angelical Hannah Montana a convertirse en la peligrosa y salvaje Miley Cyrus. Con la notable diferencia, eso sí, de que el cambio, en el caso de Cyrus, ha sido a mejor: nos ha mostrado a una artista descomunal con una voz portentosa (quien no me crea, que se ponga en Youtube la versión que hace del Jolene de Dolly Parton).
El derbi del pasado domingo refrendó la sensación que muchos teníamos: se enfrentó un equipo que sabe perfectamente a lo que juega y con quién juega (nos sabemos de memoria el equipo de Ancelotti, a excepción del extremo derecho, en el que se reparten minutos Rodrygo y Asensio), ante otro que anda buscándose desde hace meses, que no sabe si atacar o defender y con un entrenador que parece abrumado al verse con el control de una plantilla excelsa, una plantilla que está confeccionada para mejorar la que ganó la Liga. El estupor de los jugadores colchoneros en Concha Espina fue mayúsculo, al comprobar que su rival logró la victoria de manera plácida haciendo exactamente lo mismo que ellos hicieron durante años. Ese era su plan, su puesta en escena, su sello. Simeone, durante tanto tiempo reacio a realizar cambios, ya había hecho los cinco en el minuto 68. Algo no anda bien en este Atlético.
No existe una explicación única a esta situación. Por un lado está el inexorable paso del tiempo –diez años son muchos– y la obligación tácita de evolucionar en el juego. La obsesión por el estilo no solo ha hecho estragos en el Barça, también en el Atlético. Simeone, reacio a priorizar la estética sobre el equilibrio, acabó cediendo ante el deseo de algunos jugadores y de una gran parte de la opinión pública: un equipo de envergadura ha de jugar de otra manera. Y el Atlético que ganó la Liga la temporada pasada, en muchos tramos, jugó de forma distinta, con un sistema diferente y con un mejor trato de balón. Los resultados respaldaron ese cambio tantas veces anunciado y, por otra parte, el equipo seguía defendiendo si no en su mejor versión, sí de manera bastante fiable (fue el equipo menos goleado de Primera).
Pero este curso los resultados –ese escudo de acero que tantas críticas ha frenado– no son buenos. La victoria de Oporto pudo marcar un punto de inflexión, más por lo emocional que por el juego, pero no parece que sea el caso. Al equipo le cuesta horrores defender su área, Oblak sigue parando mucho, pero ya no es el salvavidas infalible de antaño, y en la vanguardia las constantes rotaciones no están funcionando.
Nadie es fijo en un ataque que tampoco es certero en el área rival. Es comprensible en el caso de un ariete veterano como Suárez, pero menos en el de jugadores como Griezmann o João Félix, necesitados de continuidad y afecto para mostrar su mejor versión. Me preocupa especialmente la situación del portugués: es tan, tan bueno y le hemos visto tan, tan poco, que sería una dura derrota para el Cholo que se marchase en enero.
La confusión es tremenda, tanto que parte de la hinchada ya está pidiendo el fichaje de futbolistas de otro perfil, jugadores como los añorados Gabi, Juanfran o Raúl García. Nadie (ni jugadores, ni entrenador, ni afición), parece cómodo en el papel de favorito, epíteto que por otra parte –entre unos y otros– ya se han encargado de borrar incluso antes de terminar la primera vuelta.
Todo esto me recuerda un poco a la adolescencia, ese tramo en el que uno experimenta y experimenta en busca de una identidad propia. Durante una época, yo tampoco me encontraba a mí mismo, me gustaba la mezcla, no quería renunciar a nada: un día vestía como un heavy, otro como un pijo y al siguiente como un moderno de difícil catalogación. No solía caerle bien a los mayores, sobre todo a uno, que profesaba un odio infinito e inexplicable hacia mí. Un día, un amigo en común me sacó de dudas:
– Dice que no entiende por qué un día llevas una camiseta de Soziedad Alkohólika y otro un polo Lacoste. Le desconcierta.
Tal vez lo que verdaderamente pasaba era que no me entendía ni yo. Como le sucede al Atlético.
23 de diciembre de 2011. Lo primero que hizo Diego Pablo Simeone al aterrizar en el banquillo del Atlético fue predicar las bondades del contragolpe y prometer un regreso a la esencia primigenia rojiblanca, esto es, construir un equipo solidario, aguerrido y con más coraje que belleza. Después, en uno...
Autor >
Felipe de Luis Manero
Es periodista, especializado en deportes.
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