LA VITA NUOVA
Anti-cunnilingus
Casado haciendo guerra cultural con intensidad –mintiendo a lo bruto, que diría una madre– es un indicio de que el PP ha optado por prácticas y programas que en Europa los PP suelen dejar a otros grupos
Guillem Martínez 19/12/2021
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1- Un lago es aquello que, mayormente, no se ve. Debajo del lago de la actualidad hay un monstruo. Es algo que evita ser noticia. Es un cambio de época. El último estadio del neoliberalismo. El Estado como garante de los beneficios de la empresa. La empresa como sujeto político. Encima del lago, en la superficie, se producen las noticias. Las noticias son novedades que, sentimentalizadas, falseadas, organizan la vida, y permiten darle cierta lógica y calor donde no hay de eso, sino fondo de lago. No sé, les paso varias noticias sentimentalizadas/falsas que se han emitido como realidad: Chanquete ha muerto, en Cat no permiten ir al lavabo a los niños castellano-parlantes, el cat está muriendo por una conjura planetaria, hay un pizzería en Washington a donde van los demócratas a buscar niños para practicar esa pederastia propia del Democratic Party. Las noticias sentimentalizadas –los fakes, vamos– explican el mundo a través de la locura. Lo que nos lleva a Foucault, cuando alude a la locura como una defensa ante la muerte. En ocasiones la realidad, en efecto, es tan durilla que el delirio es un salvavidas. Por eso mismo, el fake enloquece a la sociedad, que de otra forma moriría depre, en tanto el fondo del lago no es una juerga.
2- No merece la pena hablar de fakes. El fake es la guerra cultural, aquello de lo que no se puede hablar sin caer en ella. El ejemplo de que no se puede aludir a una guerra cultural sin entrar en ella es un chiste. Chiste: digan en público, con lo amigos, el siguiente delirio: debemos acabar con todos los periodistas y todos los canarios. Alguien dirá: ¿por qué los canarios? En ese momento, alehop, la guerra cultural propuesta por la pregunta habrá concluido. Concluye con el permiso implícito de acabar con todos los periodistas. No se metan, ni de canto, en una guerra cultural. La guerra cultural es el único tipo de guerra que se pierde en cuanto te alistas. No discutan una guerra cultural. No la ponderen. No comenten una frase absurda de Trump, Salvini, Casado, Ayuso, Abascal & the Voxettes, o Borràs & the Juntettes. Comentarlas ya es perder la guerra. Peor aún: perderte en ella. Lo que nos lleva a la pregunta del millón: ¿qué hacer con las guerras culturales?
3- Respuesta: nada. Y después, nada. Y, después, nada. Posteriormente, reírse. Luego, en todo caso, describirlas. Describir una guerra cultural es una juerga. Permite situarse fuera, lejos de ella. Describir una guerra cultural permite ver lo que ocultan. Y, más aún, lo que no ocultan, aunque quieran ocultarlo.
4- Se ha iniciado una guerra cultural –es decir, desmesurada, total, falsa, sentimental– con el uso en la escuela de la lengua cat. Lo que sigue es un intento de describirla. Aparten a los niños.
5- Siempre es sorprendente ver qué y quién inicia una guerra cultural. No siempre es un político o un medio, sino que puede ser peor. En el caso de la guerra del cat –cuidadín–, la inicia el Estado. En la sentencia del TC sobre el Estatut –2010–, se reconoce el carácter vehicular del castellano en el sistema educativo cat. Desde esa sentencia/año, se han ido produciendo sentencias como churros al respecto. Que se pelan la dilatada normativa –constitucional– anterior. Y algo más importante, incluso. La costumbre y, más aún, el pacto –social, no político; y, por ello, exótico, notorio, improbable, frágil– realizado en Cat antes incluso de la Transi. Pacto, sinopsis: ante la propuesta del nacionalismo conservador cat –que nunca fue, snif, una joya–, consistente en establecer dos líneas educativas en Cat –una en cast, otra en cat–, las izquierdas promovieron establecer una sola línea. En cat. Eso evitaba, y así fue comprendido por la sociedad, la existencia perpetua y en colisión de dos comunidades lingüísticas y económicas, de clase, que vivirían segregadas. Eso suponía, a su vez, establecer el cat como lengua vehicular. Para ello se optó por un modelo pedagógico ideado por la minoría sueca de Finlandia. La inmersión. La inmersión lingüística suponía escuelas finlandesas en las que la minoría sueca recibía una educación continua, absoluta, en sueco y en un entorno sueco, como si estuvieran en una Suecia que ni siquiera existía en Suecia. Realizar eso en Cat, sin suecos, era una operación de riesgo. Lo que habla de la delicadeza del pacto. De la mayoría necesaria para realizarlo. De su maravilla. Y del secreto que escondía: la defensa de la unidad cívica, un concepto en las antípodas de la unidad nacional. Apostar por el cat era la defensa ante los posibles desmadres de dos nacionalismos y de sus dos respectivas unidades nacionales. Era un post-nacionalismo cuando no existía ese palabro. Quizás se trata del pacto explícito más amplio, complicado y profundo de la política esp: establecer una lengua débil como la lengua a proteger, como la apuesta democrática de una sociedad, que impedía perder tiempo y pasión en un conflicto identitario. Un cambio de doctrina constitucional al respecto no solo es una sorpresa, sino un nacionalismo. Un itinerario, un programa. Político. No cívico.
Apostar por el cat era la defensa ante los posibles desmadres de dos nacionalismos y de sus dos respectivas unidades nacionales
6- En 2014, el despelote judicial ganó enteros. El TSJC decidió –en palabras del catedrático de Derecho Procesal Jordi Nieva– “hacer justicia creativa”, estableciendo un porcentaje arbitrario de presencia de castellano en las aulas. El TSJC se metió en competencias de educación, sin pagar la morterada del máster preceptivo. Sin ningún criterio pedagógico, didáctico, o social, sino identitario. La sentencia llega a durar cinco líneas más y también hubiera podido proponer, puestos a entrometerse en disciplinas que los jueces ignoraban, los menús escolares. Los hubieran hecho con phoskitos, me temo. El porcentaje establecido para el cast, por cierto, era del 25%. No del 26% o del 24%. O mi favorito, del 3’1416%, ese número clásico. Jordi Nieva explica que se llegó a ese porcentaje arbitrario, sin razonamiento, a través de una sentencia del TEDH, de 1968, en la que aquel Tribunal se negaba al aumento de horas de francés en escuelas flamencas, a pesar de que, en algunos casos, la población valona fuera mayoría. Vamos, que el TSJC llegó a su 25% por cualquier mecanismo intelectual, menos por esa sentencia del TEDH. Muy posiblemente, el itinerario inspirador del TSJC fue la política, el mito y el nacionalismo.
7- El TSJC y el TS, que hace poco le dio la razón, se comportaron como Ejecutivo. Hizo labores de Ejecutivo. Y de Legislativo, pues propuso y aprobó una ley lingüística. Con todas las letras. Era un ejecutivo, por otra parte, expansivo, que pisó competencias de otro Gobierno. La Gene. Y que omitió, e invirtió, pactos sociales –esto es, costosos, improbables, fino-filipinos– de hacía décadas. ¿Es eso una guerra cultural? No. Es una guerra judicial. Es el Deep-State. Es otro episodio de un lento –bueno, no tan lento– y efectivo viaje hacia un punto no lejano en el que podrán legislar –lo ha hecho ya, también con lo del estado de alarma– o juzgar, tranquilamente, a políticos, militantes, activistas, periodistas… O al gato. La Justicia se está dotando de ese poder. Y lo ejercerá, pues el poder está para ejercerlo.
8- Siendo una guerra judicial, esa disciplina no se puede ejercer sin otra, previa y rolliza: la guerra cultural. Se trata de la confusión, de la sentimentalización, de la electricidad. A través de los marcos que puede crear y agitar el constitucionalismo, esa disciplina para-constitucional y para-democrática, formulada en los años 90, para crear una confusión entre poderes, y que en el siglo XXI está conduciendo a algo no previsto por la derecha española que creó el invento: el independentismo del poder judicial, que ha descubierto un juguete más sexi que su autonomía. Su preponderancia. Su liderato. Su poder absoluto, sin freno ni contrapoder. El constitucionalismo, esa guerra cultural non-stop, ha creado un monstruo. Un Judicial que convierte la CE78 en una serie de valores preconstitucionales. No creo que franquistas, sino anteriores. Quizás solo admira del franquismo su labor de reactualizar y conservar –por medio de mecanismos poco edificantes, brutales y verticales– esos valores nacionales de la Restauración. En el caso del cat, el Judicial ha primado la existencia de un concepto de Unidad Nacional del XIX. Lo que no solo va contra derecho, sino contra la buena educación en el siglo XXI.
El constitucionalismo, esa guerra cultural non-stop, ha creado un monstruo. Un Judicial que convierte la CE78 en una serie de valores preconstitucionales.
9- En este capítulo de la guerra cultural del cat –un preciosismo, pues la guerra judicial ha sido más determinante–, los partidos del nacionalismo esp –PP, C’s, Vox– han participado dentro de lo que es su costumbre y hábito, formulado en los 90, y sin muchos cambios, pero importantes. Así, han participado en un conflicto lingüístico para rentabilizarlo electoralmente fuera de Cat. Para crear la idea de una persecución lingüística al cast, y con ella la vertebración de un nacionalismo esp defensivo. Los nacionalismos, en fin, son defensivos. Siempre. Siempre invaden Polonia para defenderse de Polonia. La novedad aludida ha sido el delirio empleado. El delirio –la creación de una realidad inexistente, si bien magnética– ha consistido en el uso de una mentira más elaborada. Es decir, más simple, más salvaje y a pelo –niños castigados sin wc, u obligados a llevar piedras en la mochila, por no haberse leído el Tirant lo Blanc–, que es como es la mentira –libre, creativa, básica– en el siglo XXI. Eso ha sido importante. Ha sido importante que Casado se haya metido hasta las cejas en una disciplina que es la seña de la extrema derecha planetaria, y que, por el reparto internacional del trabajo, debería ser más de Vox. Casado haciendo guerra cultural con intensidad –mintiendo a lo bruto, que diría una madre– es un indicio de que el PP ha optado por prácticas y programas que en Europa los PP suelen dejar a otros grupos. Cuidadín. Estamos, abiertamente, en otra fase. Con otro PP.
10- Por otra parte, en esta emisión de guerra cultural ha habido otra novedad. Importante. Otro nacionalismo excluyente inesperado, dotado, ya de serie, con la gran herramienta de la extrema derecha: el fake y la capacidad, a través del fake, de hilvanar guerras culturales. El procesismo, que ha evolucionado en esa dirección bajo la tutela de JxC. Éramos pocos y etc.
12- Las extremas derechas son, básicamente, guerra cultural. Su capacidad de emitirla. Su imposibilidad para otras verbalizaciones. En ese sentido, la extrema derecha cat –centrada en JxC que, como Vox, presiona de manera determinante marcos en los partidos de su nacionalismo; es una extrema derecha más cercana a la Liga que a Fratelli d’Italia, para orientarnos; más salvinista que voxiana; pas mal– hace tiempo que recurre al conflicto lingüístico para no meterse en marcos chungos con la emigración. Alude a la emigración de los 60-70 –varias generaciones que no solo participaron en la creación del modelo de inmersión, sino que fueron educadas en él– como un dique que impide la plenitud del cat, que impide que se pueda hablar cat, fuera de las escuelas, 24 sur 24. Algo, por otra parte, ya imposible en Europa, continente en el que no se puede vivir en una lengua 24 sur 24 –ayer, verbigracia, estuve 20 minutos de reloj discutiendo con un taxista en inglés por hacerme la pirula en un trayecto; era listo y me la coló; la primera vez que me vi en una así fue en París, el epicentro jacobino; mola–. A partir de ese mito de la plenitud del cat truncada, en los últimos años se ha realizado bullying a emigrantes no europeos, que atendían cara al público en comercios. Y han nacido insultos nuevos –colonos, nyordos– con los que aludir a la población que no habla cat más allá de los puntos pactados en los 70 y 80, y que utiliza la lengua que quiere en otros –el patio de la escuela, o su casa, por ejemplo–. Con todo ello se pretende reducir la sociedad cat a su 50%, esa propuesta común a todas las extremas derechas planetarias. El pueblo ese. Que se defiende de otro nacionalismo. Con guerras culturales. Con cierta rapidez –con propuestas dadás, tales como dar a elegir el médico según la lengua– se está construyendo segregación. Dos comunidades. El proyecto originario de un nacionalismo derechista que, ahora lo vemos, no entendió la inmersión. Era construir sociedad, y no nacionalismo a partir de una idea de lengua similar a la del nacionalismo español –esto es, símbolo de una identidad, y que no puede entrar en contacto con otras lenguas–. El establecimiento de comunidades es una novedad en Cat y en el cat. Son la opción contraria a la unidad social. La opción contraria a la supervivencia social de una lengua.
13- Esta emisión de guerra cultural ha supuesto dos derechas buscando desesperadamente enemigos internos, con fines electorales. Ahí, tirado en medio, está el cat, atacado judicialmente y por el fuego enemigo de dos guerras culturales, esas cosas indialogables, que atienden a dinámicas electorales, pero no sociales ni lingüísticas.
14- Hay herramientas para paliar la ofensiva judicial. Como hacerse el sueco, para seguir con la inmersión, ese invento sueco. Pero son difíciles sin unidad social, tal vez perdida tras varias décadas de guerra cultural esp, y diez años de guerra cultural cat. A ver cómo salimos de esta. Tradicionalmente, el cat ha salido de cosas peores.
1- Un lago es aquello que, mayormente, no se ve. Debajo del lago de la actualidad hay un monstruo. Es algo que evita ser noticia. Es un cambio de época. El último estadio del neoliberalismo. El Estado como garante de los beneficios de la empresa. La empresa como sujeto político....
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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