PIONERA
Mercedes Pinto: una mujer que no se calló
Una lectura de ‘Él’ y ‘El divorcio como medida higiénica’
José Ángel Barrueco 21/01/2022
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Para quienes no lo sepan, y seguro que aún quedan personas que lo desconocen, Mercedes Pinto, nacida en La Laguna (Tenerife) en 1883 y fallecida en Ciudad de México en 1976, fue pionera en algunos asuntos relacionados con la protesta ante el maltrato y la exigencia de un divorcio rápido para librarse de maridos paranoicos. Sucede con ella, en la industria editorial, algo absurdo aunque frecuente: durante algunos lapsos de tiempo está de actualidad, luego deja de estarlo y, al cabo de unos años, regresa con fuerza al primer plano. Puede que ahora estemos en ese punto en que está un poco olvidada, pero no me sorprendería que los responsables de alguna editorial estuvieran trabajando para reeditar sus obras.
Vaya por delante que no soy ningún experto, y que la gran especialista de España en Mercedes Pinto es la poeta e investigadora Alicia Llarena González, quien además de ocuparse del rescate de su obra en 2001 a través del Cabildo de Gran Canaria y del Instituto Canario de la Mujer ha escrito prólogos, artículos, estudios preliminares, la biografía Yo soy la novela. Vida y obra de Mercedes Pinto (2003) y una semblanza para niños ilustrada por Luisa Rivera, Mercedes Pinto. La escritora que abrió ventanas de colores (2020), de modo que mi texto sólo será una guía orientativa para abrir el apetito de sus posibles nuevos lectores.
Me centraré en la lectura de la novela autobiográfica Él, y en ese texto breve y revolucionario (en realidad una ponencia) titulado El divorcio como medida higiénica, que le costó a su autora el exilio en los años 20. La edición que figura en mi biblioteca es posterior a ese rescate iniciado en 2001: la mía pertenece a Ediciones Escalera, cuyos editores, Talía Luis Casado y Daniel Ortiz Peñate, publicaron en 2011 dos obras de Mercedes: Él y Ella. La primera, que es la que me interesa aquí, incluía al final el texto sobre el divorcio, y, aunque abarca pocas páginas, acaba resultando aún más interesante que la propia novela, que Luis Buñuel trasladó al cine en 1953, con Arturo de Córdova y Delia Garcés en los papeles protagonistas.
Él
La novela autobiográfica Él fue publicada en 1926. Es la historia, escrita mediante fragmentos y breves estampas que podríamos considerar muy cinematográficas, de su matrimonio con un hombre paranoico y dañino que la maltrata a ella, física y psicológicamente, pero que también ejerce su crueldad en los animales. Que nunca sepamos el nombre del individuo, y que la narradora siempre se refiera a este fulano como “Él”, siempre en mayúscula, es un giro irónico, como si un tirano nos hiciera creer que está a la altura de los reyes e incluso de los dioses y ella se burlara de esa osadía, de ese toque egocéntrico que predomina en los maltratadores. Incluso el hombre llega a gritarle: “¡Yo triunfaré y seré para las gentes como un dios!”. La protagonista de estos desvelos soporta “noches de sadismo y horror”, e incluso reprimendas del marido cuando le anuncia que está embarazada, pero nadie la escucha. Le faltan pruebas. No puede demostrar que convive con un loco que ejerce violencia pero no deja huellas. Quizá la peor clase de maltrato porque no se puede probar. Los demás no lo saben, pero ella sí: el hombre con el que vive está mal de la cabeza, es un enfermo, arrastra graves desequilibrios psíquicos, trastornos emocionales, tendencias suicidas y una crueldad extensiva a quienes cree que son sus enemigos en la sombra.
Que nunca sepamos el nombre del individuo, y que la narradora siempre se refiera a este fulano como “Él”, siempre en mayúscula, es un giro irónico
El pasaje en el que el marido se queja del embarazo porque resulta inoportuno y les acarreará más gastos resulta demoledor: “Los preparativos para el nacimiento fueron pocos, silenciosos, como vergonzantes. Todo modesto; envuelto en una timidez desolada, con algo de la humildad con que los pobres se sientan en la iglesia, sin hacer ruido ni ocupar mucho hueco”. Es en fragmentos de este calibre donde asoma la fuerza de la escritura de Mercedes Pinto, algo que concuerda del todo con su imagen más famosa: mira en escorzo hacia la cámara, luce labios pintados y un lunar bajo la nariz, las cejas pintadas en arcos suaves… pero lo mejor son los ojos, una mirada asombrosa, a medio camino entre la altanería de una princesa y el desafío de una guerrera. Parecen los ojos de una dama decidida a no soportar ya ninguna infamia más, ojos que parecen expresar: “Ten cuidado conmigo o te meto una hostia” (pero Mercedes no pronunciaría el taco). Siempre hay mujeres que no se callan y Pinto fue, sin duda, una de ellas.
La novela Él se va volviendo más y más asfixiante a medida que pasamos páginas. Cuando el marido se lamenta de sus fracasos y ella se apiada y le muestra compasión, las consecuencias son terribles: dado que su mujer no se ha burlado, él confiesa que así no puede descargar su ira sobre ella y estrangularla. Los maltratadores también suelen enfocar su odio, su rabia y su violencia en todos aquellos seres vivos que a la maltratada le importen o a quienes haya transmitido su cariño. En uno de los pasajes más terribles, a la narradora le han regalado un gatito… pero el hombre le coge manía porque a ella le gusta el animal: su venganza consiste en introducirlo en un saco y arrojarlo desde la azotea. Algo del estilo hará con un pajarillo.
Durante su lectura podemos sentir el agobio, la frustración, la impotencia de no resolver su situación, sobre todo en una época donde las mujeres parecían condenadas a sufrir sin protestar. La narradora no puede más: “Desconfianzas, suspicacias, absurdos, malicias, crueldades, sadismos, horrores me cercaban, me estrujaban, me oprimían como cadenas de espíritus malvados, y yo sola ante la vida, sin claridad para la defensa, sin pruebas para la acusación, ¿qué haría?”.
Mercedes Pinto escribió este libro tras sufrir varias calamidades, éxitos y fracasos: ya estaba en el exilio, se había separado de aquel marido que inspira Él, se había vuelto a casar y en Lisboa había perdido a uno de sus hijos y alumbrado otro durante el viaje por mar hacia Latinoamérica. Quien escribe esta obra es una mujer fuerte, lastrada por las heridas, porque no todas cicatrizarán.
El divorcio como medida higiénica
El texto anteriormente citado, El divorcio como medida higiénica, sirvió de detonante para que Primo de Rivera la expulsara de España durante su dictadura. Si un tirano te echa de tu país por escribir unas palabras que son dinamita (pero que en realidad no ofenden a nadie: sólo cuentan verdades), entonces has triunfado. Ha merecido la pena.
En mi edición del libro se incluye una nota pertinente y aclaratoria. Nos cuenta que, en noviembre de 1923, se celebró un Mitin Sanitario en la Universidad Central de Madrid. La escritora y periodista Carmen de Burgos iba a clausurar el programa, pero a última hora no pudo asistir por motivos de salud. Dado que eran amigas, le pidió a Mercedes Pinto que la sustituyera. Y Mercedes les ofreció esta bomba, donde dijo cosas que entonces les debieron estallar en las narices a machistas y conservadores: “Un señor discutidor, suspicaz, dispuesto a agriar las conversaciones con frases molestas y hasta llegando alguna vez a una agresión, no es para los ojos de los extraños más que un hombre de mal carácter, o tal vez cuando más ‘un señor raro’; pero esas gentes ven las cosas de lejos, no saben los disimulos, las suspicacias y los engaños con que esos hombres que no son raros sino sencillamente enfermos, llegan a ocultar al público completamente las espantosas negruras de su hogar”.
El divorcio como medida higiénica, sirvió de detonante para que Primo de Rivera la expulsara de España durante su dictadura
La autora comienza hablando de la herencia genética. De cómo una madre de entonces se alegraba si le decían que su retoño era el vivo retrato de su padre… salvo en el caso de que ese progenitor fuera paranoico, enfermo, lastrado por la manía persecutoria. Mercedes sabe, así lo dice, que esa enfermedad puede afectar tanto a hombres como a mujeres, pero ella es una mujer y por tanto va a hablar en nombre de ellas. Y añade: “Los hombres casados con una enferma de este género lo tienen todo a su favor”, porque en el caso del hombre sano desposado con mujer enferma la gente se apiadará de él, podrá llevarla a un sanatorio y pasar página; en el caso inverso, el Código establecía para el divorcio que hubiera golpes, pruebas, testigos ajenos a la familia.
Uno de los extractos más célebres de esta ponencia dice así: “Esa locura engañadora, que lleva generalmente al que la padece a ver en los demás maldad y refinada malicia, desprestigia a la esposa del loco, por regla general, y a las iras de éste se les llamará “de mal carácter”, y a su sadismo exageraciones de la esposa que comprende mal las expansiones de un apasionado, y a sus celos los llamarán “exceso de amor”, si es que no –¡lo que desgraciadamente ocurre!– se vuelve la opinión en contra de la esposa, y dicen que algo habrá en ella cuando él la cela”.
Imaginemos lo que debieron significar, para la sociedad de entonces, la España de los años 20 sumida en una dictadura, frases como éstas: “De manera que todas las violencias, las torturas y los horrores incontables por asquerosos o brutales que contra su esposa pueden ocurrírsele a un paranoico, no son nada ante las leyes; tiene que esperar que le peguen un tiro… (y no le acierten) para que los jueces piensen que si le acierta… ¡se hubiese quedado en el sitio! Y por lo que se refiere a los testigos, desde luego comprenderéis lo imposible de que ciertos martirios, generalmente de alcoba y nocturnos, tengan testigos, porque no es costumbre que los amigos estén en las habitaciones a esas horas, y si la esposa grita, ya tendrá cuidado de no volver a hacerlo porque el marido lo impedirá, del modo que pueda, pero lo impedirá”.
Lo que ella propuso es que los médicos pudieran diagnosticar esos desequilibrios para poder garantizar un divorcio rápido que las librara de semejantes taras y violencias: “Es indudable que la única medida a tomar es la del divorcio, pero un divorcio rápido, que basado en un certificado radical de doctores especializados evite el nacimiento de nuevos seres, o la muerte violenta de la esposa, que si bien nuestras leyes no han podido evitarla, no será después de ocurrida castigada tampoco, puesto que tardíamente y con el solo objeto de salvar del castigo, se dirá y se demostrará muy a deshora que ‘era un irresponsable’”.
Precursora y feminista
Como vemos, Mercedes Pinto fue una mujer combativa, precursora, feminista, adelantada a su tiempo y dotada de un ímpetu literario que la condujo a escribir poemas, novelas, ensayos, artículos y obras de teatro. Incluso recibió los parabienes de Pablo Neruda: del poeta son las palabras que figuran en su epitafio. Intervino también en un par de películas: Días de viejo color (Pedro Olea, 1967) y El coleccionista de cadáveres (Santos Alcocer, 1970), y en los créditos de la segunda figura con su nombre de casada: Mercedes Rojo. Además de la adaptación de Él llevada a cabo por Buñuel, en 1995 la directora Valeria Sarmiento rodó una especie de remake o nueva adaptación titulada Elle.
Su vida fue apasionante, digna de elogio, de admiración. De haber nacido en Estados Unidos, en Hollywood ya habrían rodado el correspondiente biopic sobre sus hazañas, éxitos y viajes. Antes de la reedición de Ediciones Escalera de 2011, el cineasta David Baute rodó el documental Ella(s), en el que intervienen Silvia Munt, Marta Aura y Paola Bontempi, tres mujeres en busca de sus huellas: pero aún no he conseguido verlo. Su obra y su nombre van y vuelven al plano de actualidad cada cierto tiempo, sobre todo gracias a la citada Alicia Llarena: busquen en su página web más anécdotas, más detalles, más imágenes. Y luego lean alguno de sus libros y la historia del texto-dinamita sobre el divorcio, relatada por Llarena. No olvidemos que, cuando una mujer habla o escribe como Mercedes Pinto, al patriarcado le tiemblan las rodillas.
Para quienes no lo sepan, y seguro que aún quedan personas que lo desconocen, Mercedes Pinto, nacida en La Laguna (Tenerife) en 1883 y fallecida en Ciudad de México en 1976, fue pionera en algunos asuntos relacionados con la protesta ante el maltrato y la exigencia de un divorcio rápido para librarse...
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José Ángel Barrueco
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