1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

CTXT necesita 15.000 socias/os para seguir creciendo. Suscríbete a CTXT

RODRIGO FRESÁN / NOVELISTA

“La verdadera posteridad de todo escritor es el capítulo siguiente”

Anna María Iglesia 27/02/2022

<p>El escritor argentino Rodrigo Fresán.</p>

El escritor argentino Rodrigo Fresán.

Alfredo Garófano

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

“Tengo la incómoda, pero a la vez satisfecha sensación de que mis libros pueden responder a toda pregunta que hagas sobre ellos. Y siento que, en las entrevistas, soy solo una especie de muñeco de ventrílocuo”, confiesa Rodrigo Fresán, que, tras diez años dedicado por completo a la escritura de La parte inventada, La parte soñada y La parte recordada, seguramente el proyecto literario más ambicioso de las letras en español, vuelve con Melvill (Literatura Random House). Tiene razón el escritor argentino cuando define como “satisfecha” la sensación de que sus novelas contienen y sacan a la luz su propia teoría y su crítica, porque, aunque a veces parece olvidarse, los libros deben hablar por sí mismos, porque, si algo hemos aprendido con el tiempo, es que lo que verdaderamente importa es el texto. Lejos de ser un punto y aparte, Melvill es la nueva obra de un autor que no solo sigue indagando en ciertos temas, sino que concibe su obra como la construcción paulatina de una voz y de un estilo. Porque, como dijo Ricardo Piglia, un autor no es más que su estilo o, si se quiere, no es más que las transformaciones de su estilo. Y Fresán responde perfectamente a esta definición y convierte, como lo hace su admirado Nabokov, la escritura en el personaje principal de su obra. Y así se define Melvill, una novela donde el autor recurre a la figura del padre del autor de Moby Dick para indagar en las relaciones paterno-filiales, en el legado, en la vocación y en la frustración, temas todos ellos recurrentes en la obra del argentino y que aquí vuelven a presentarse –una vez más– a partir de una reflexión sobre la escritura y sus mecanismos. De ahí los sueños, el delirio, las transcripciones, los recuerdos, las evocaciones “fantasmáticas”... Melvill aborda todos esos temas, pero sobre todo indaga sobre los mecanismos de la escritura y los misterios de la creación.

Cuando se anunció la publicación de Melvill, la pregunta que más de uno se hizo es: ¿qué hará Fresán tras esas tres Partes? Al leerlo, uno se da cuenta de que, a pesar de lo que pueda decirse, Melvill no es un punto y aparte, todo lo contrario.

Lo que yo creo captar en los ojos húmedos y en el temblor de la voz es que hay un cierto alivio de que esta nueva novela no se llame “La parte melvilliana” y tenga 900 páginas. Esto es lo único nuevo después de diez años de lo otro. Porque, evidentemente, no es un punto y aparte. No por casualidad, Melvill está anunciada en La parte recordada. Quizás impulsado por uno de los libros que desde mi más tierna infancia me ha marcado como escritor, Una casa para siempre de Enrique Vila-Matas, entiendo mi literatura como una casa a la que voy añadiendo habitaciones, en la que prendo y apago luces, pero que siempre es la misma casa. 

Entiendo mi literatura como una casa a la que voy añadiendo habitaciones, en la que prendo y apago luces, pero que siempre es la misma casa

Y un elemento básico de esa casa lo constituye la novela Los jardines de Kensington.

Bueno, en esa novela había la reconstrucción de la figura de un escritor real, Barry. Este es el punto de enganche más inmediato, pero no es el único. De hecho, ahí planteaba sobre algunas cuestiones que aquí volvemos a encontrar: el mundo de la infancia, el enigma de dónde viene la vocación y, sobre todo y de forma más intensa, la manera en que los padres creen que escriben para sus hijos, cuando en realidad son reescritos por ellos. Melville es un hijo sin padre y Barry es un padre sin hijos, es alguien que busca desesperadamente hijos, aunque estos sean ajenos. Pertenecen a la misma secta, pero profesan distintas formas de adoración.

Y otro elemento que aúna estas dos novelas es la escritura del delirio.

No pienso mucho cuando estoy escribiendo. De forma casi inconsciente, me prohíbo a pensar y sistematizar demasiado la escritura. Si lo hiciera, el tono terminaría siendo excesivamente mecánico y calculado y, personalmente, me gustan los libros que no están encorsetados, que están, más bien, en un estado de disolución, por hacer un símil con ese hielo tan presente en esta novela. Durante el delirio del padre se repiten párrafos casi iguales, puesto que este juego de espejos tiene su reflejo en el padre, convertido a su vez en una proyección del hijo. Y durante ese delirio no se sabe exactamente qué es lo que realmente dijo el padre, qué es lo que realmente Melville transcribió y cuánto reelaboró esos materiales.  

En La parte soñada, establecía una relación entre el sueño y la creación literaria. ¿Se podría decir lo mismo del delirio? 

Admiro en todo a todo a Henry James, pero no estoy para nada de acuerdo con su dictum “Cuenta un sueño y pierde un lector”. En mi opinión, el sueño es una de las fuerzas de la narrativa más poderosas. Es uno de los núcleos del arte narrativo. Y no es casualidad que, si duermes acompañado, nada más despertar, lo primero que haces es contarle a la otra persona lo que has soñado. Además, el sueño tiene esa cualidad tan literaria como es la de la disolución. Hay libros que, en su momento, tuvieron un gran impacto sobre mí, pero con el tiempo su recuerdo se ha ido disolviendo como un sueño. En cuanto al delirio, este funciona de manera opuesta. Es decir: en lugar de disolverse, se solidifica. Pero, más allá de esto, es también un material muy rico a nivel narrativo. Ambos, el sueño y el delirio, merecen ser extraídos de esa mina que es la mente.

En mi opinión, el sueño es una de las fuerzas de la narrativa más poderosas

Si La parte recordada terminaba con un padre que va a recoger a su hijo al colegio, Melvill comienza con un padre cruzando de la mano de su hijo el río helado.

Y estos dos momentos son determinantes también a nivel de estructura. Es decir. En la trilogía, el universo entero se va acostando, acostando hasta llegar a una escena: la del padre que recoge a su hijo del colegio. En Melvill, se parte de ese padre que cruza el río con su hijo y, progresivamente, el mundo en torno a esos dos personajes se va expandiendo de tal manera que el libro termina sin que haya un punto final. Pero, más allá de esto, efectivamente, en estas dos imágenes se concentra la esencia de todo: la relación entre un padre y un hijo, una relación que, además, trasciende la trama en cuanto yo soy el autor del libro y mi hijo es, como ya sucedía en las tres partes, el autor de la portada. 

Efectivamente, esa unión entre padre e hijo es momentánea, es solo el punto de partida para una historia de una ausencia. El padre, de hecho, tiene algo de fantasma hamletiano.

Es la omnipresencia de las ausencias. No hay nada más presente que un ausente. Y si hablamos de Hamlet hay que hablar también de la culpa y, sobre todo, del legado del padre. De hecho, se puede llegar a pensar que Melville inicia una vida aventurera para romper con las cadenas del ejemplo paterno, si bien termina sus días trabajando en una aduana, ingresando mercaderías y sin escribir. Y es aquí donde aparece la culpa, ese deseo inconsciente por parte de Melville de no ser más que su padre. 

¿Y cómo cambia la mirada del escritor cuándo se convierte en padre?

Ante todo, he de confesar que me parece mucho más interesante la figura de los escritores que deciden no tener hijos. Dicho esto, obviamente la paternidad te cambia, ante todo, porque dejas de ser hijo para ser padre. La cantidad de archivos corruptos que arrastrabas desde la infancia se van al cubo de la basura y comienzas a ser consciente de que las cosas no terminan contigo. Es perturbador y, a la vez, supone un gran alivio el saber que uno no es el final.

¿No cree que cualquier escritor sin hijo podría encontrar este mismo consuelo pensando en la perduración de su obra?

Pero ¿qué escritor piensa en la perduración de su obra?

Yo diría que hay más de uno preocupado en su “legado”, en lo que quedará de él.

Que les vaya bonito. Es lo único que puedo decir. Me parece algo tremendo pensar en esto. Mi idea de posteridad es llegar a final de mes y pagar todas las cuentas. La posteridad es algo que no depende de ti y, además, es una idea llena de injusticias y de sorpresas. No creo que se pueda escribir pensando en esto. Es cierto que los escritores nos nutrimos de posteridades ajenas: si no existiera la posteridad, no seríamos educados como escritores. En este sentido, repensando esta idea, quizás la posteridad es algo mucho más útil e importante para los lectores que para los escritores. Al escritor no le afecta en nada perdurar, como mucho, afecta durante los primeros ochenta años después de su muerte a sus herederos, pero ya está. Sin embargo, para un lector es esencial que perduren autores y, sobre todo, libros. Para mí escribir tiene que ver con el presente. Es lo único posible. No hay opción B. 

Quizás la posteridad es algo mucho más útil e importante para los lectores que para los escritores

Y esto tiene su riesgo.

Sí, pero el riesgo es algo que se asume. Cada semana juego al Euromillón. Si lo hubiera ganado después de escribir La parte recordada, Melvill probablemente no existiría o no existiría ahora. Y no porque habría optado por dejar de escribir, sino porque estaría ocupado comprándome un piso para convertirlo en mi biblioteca. Bromas aparte, lo que sí es cierto es que Melvill fue para mí una buena manera de salir de lo anterior sin dar una patada en la puerta y saliendo por la parte de arriba del laberinto, que es por donde se tiene que salir. Hay escritores que leen y que son los que están preocupados por la posteridad y hay lectores que escriben, que están preocupados por cómo se enfrentarán al capítulo siguiente, que es la verdadera posteridad de todo escritor. 

Por tanto, ¿no se puede establecer similitud entre esta relación y la que tiene un escritor con su obra? ¿La obra, como el hijo, no termina en parte construyendo también la figura del escritor?

Bueno, no sé… la verdad es que, ante todo, no creo que haya el sentimiento de culpa. Diría que, de haberla, la culpa que siento hacia mi obra son las erratas y los ripios. Dicho esto, en cuanto al tema sobre cuánto la obra termina construyendo también al escritor, se lo dejo a segundas y terceras personas para que lo determinen. No me compete a mí. Me parece arriesgado llegar a alguna conclusión, porque implicaría poseer ciertas certezas sobre el funcionamiento de la obra que no quiero tener. Antes que certezas, prefiero la intuición a la hora de escribir. No me gusta saber el truco. Cuando escribo, me gusta preservar esa parte mía lectora que se pregunta constantemente qué va a pasar a continuación. De hecho, cuando comencé a escribir la novela no sabía que iba a haber una parte que transcurre en Venecia ni tampoco que iban a aparecer una especie de fantasmas-vampiros. 

¿Lo único que tiene claro es la estructura en tres partes?

Es algo que me es cómodo. Siempre trabajo a partir de tres módulos y aquí, obviamente, también. Tenía muy claro desde casi el inicio que la novela debía narrar tres momentos o situaciones claras: la travesía por el río congelado del padre de Melville, su agonía alucinada ante la presencia del pequeño Herman y el añadido de la letra “e” al apellido por muchas razones incorrectas. Una de las premisas que yo me puse a la hora de escribir es que el protagonista es el padre y no Herman Melville. Yo no quería escribir una novela con el autor de Moby Dick como protagonista y, de hecho, incluso la tercera parte, donde se cuenta en primera persona algo más sobre la vida del escritor, gira en torno al padre, pues es este que marca toda la existencia de su hijo, una existencia completamente hechizada por ese padre ausente. El otro día hablaba a propósito de todo esto con Alan Pauls, que me decía que lo que más admiraba de esta novela es que yo hubiera conseguido atarme las manos y no añadir toda la información que yo podía llegar a tener acerca de Melville y tampoco hacer de la segunda parte una especie de Mason & Dixon subiendo el volumen del delirio que ahí narro.  

Así que Melvill ha sido un ejercicio de contención.

En parte. Al inicio, soñé que la novela no iba a tener más de cien páginas, pero no lo creí posible. Y, en efecto, la primera versión, que fue la que compró la editorial y vendió a editoriales extranjeras, tenía doscientas. Luego, hasta el momento de llegar a imprenta, fue creciendo en digresiones. Y, ahora, en la segunda edición se han corregido erratas y se ha añadido una frase más. En la tercera edición quiero insertar el momento en que, en esa gira que hace y que le lleva hasta Jerusalén, se detiene en Venecia, donde busca los rastros de su padre y, al no encontrar nada, siente un cierto alivio. Más allá de esto, el libro estuvo desde el inicio bastante acotado, en parte porque vengo de todo lo anterior, de esas tres partes que en cada nueva edición han ido creciendo con nuevos fragmentos, y no me interesa añadir más de lo que te acabo de mencionar. 

Hablando de Venecia. La ciudad italiana le ha permitido reencontrarse con Proust, con el autor de La prisionera.

Sí, Venecia es el único viaje que realiza Proust al extranjero. Está él, pero también está Henry James y está la película Don’t look now, donde se aborda la muerte del hijo, como sucede aquí, puesto que a Melville le murieron dos de sus hijos. Y por lo que se refiere a la idea de volver, no solo a un autor, sino a una serie de temas y de planteamientos, esto conlleva un enorme desafío. Creo que para un escritor no hay mayor desafío que el que implica volver a lo mismo y tratar de hacer algo nuevo. Yo no siento que me estoy repitiendo, sino que estoy haciendo variaciones sobre un aria. Los escritores que me interesan son precisamente los que hacen algo parecido: Vila-Matas, Banville, Nabokov, Proust… Cada vez me atrae más la idea del escritor de “un solo libro”. Y estos son escritores en los que el estilo es muy determinante, en cuyas obras el estilo es el verdadero protagonista. Hay escritores, incluso muy buenos, que no llegan a pensar en estas cuestiones porque reflexionar sobre el estilo les complicaría mucho la vida y las historias que quieren contar.  

Cada vez hay más narradores. Algunos muy buenos y muchísimos, pésimos. Y cada vez hay menos escritores

De ahí la diferencia entre escritor y narrador.

Esta es la clave. Hay escritores y cada vez hay más narradores. Algunos muy buenos y muchísimos, pésimos. Y cada vez hay menos escritores. Y, precisamente, hablando de estilo, hoy, en un intercambio de mails, Enrique [Vila-Matas] me envió una frase de Paul Valery que dice: “Los otros hacen libros. Yo hago mi mente”. Este es el tipo de desafío, diversión, línea de partida y meta que me planteo yo. Y esta también es, seguramente, una buena definición de estilo, que es algo que se va configurando con múltiples desaciertos que acaban siendo aciertos. El estilo no es un hallazgo. No es algo que se encuentre. Más bien todo lo contrario: el estilo te encuentra a ti. 

Esto me lleva otra vez a las tres Partes, pero también a Melvill: son obras en las que asistimos a la construcción de una voz narrativa, algo que hace también Melville a través de la figura de Ismael.

Sí, y por lo que se refiere a Melvill diría aún más: es la historia de cómo se construye un estilo, el melvilliano, aunque filtrado por mí y por mi manera de hablar. Estoy convencido, de hecho, de que Melville no hablaba ni pensaba tal y como yo lo hago hablar y pensar en la novela. El tono de Melville que yo construyo es resultante de lo que él escribió, no de lo que él vivió o pensó. Es una especie de centrifugado de la Biblia, más Shakespeare, más El paraíso perdido. Lo que yo buscaba es que la novela tuviera una cierta cadencia de letanía, un tono elegíaco. Y, retomando lo que comentabas de la voz narrativa, diría que Moby Dick al construir esta voz lo que hace también es construir a su propio lector, algo que hacen todos los libros totémicos que empiezan y terminan en sí mismos: El Quijote, Tristram Shandy, En busca del tiempo perdido, El hombre sin atributos, La muerte de Virgilio, Ulises, La broma infinita, las novelas de Pynchon… Todos ellos son libros que me interesan mucho, porque hacen mutar al lector. No solo te invitan a leer, sino que te hacen pensar de manera distinta mientras los estás leyendo.  

En cuanto a construir un estilo melvilliano, ahí están los epígrafes y las notas al pie de página, que también definen la narrativa de Borges. ¿Ha vuelto al autor de El Aleph? Recuerdo que me comentó hace años que lo leyó siendo muy joven.

No, no he vuelto. Lo que sucede es que Borges está en el aire. Es como el coronavirus. Tuve la enorme suerte de leer a Borges del mismo modo que él leyó a Welles, Chesterton o Stevenson: como un autor de lo fantástico. Y como no tuve formación académica, no tengo una idea de Borges sofisticada. Yo leo El factor Borges de Alan Pauls como si fuera ficción, como uno de esos libros de Stanislaw Lem o de Italo Calvino.

Pero volvamos a las notas…

Bueno, son un contrapunto constante a la melodía principal. 

A esto quería llegar: la novela como letanía; las notas como contrapunto; el chiste, que puede pensarse como un cambio de tono y la estructura en tres siguiendo el modelo de A day in a life de los Beatles. ¿La prosa entendida en términos musicales?

Hay cosas muy intuitivas, hay cosas que salen automáticamente y otras que busco en cada momento. Por ejemplo, en esta novela uso mucho “entonces”, incluso dos veces por frase. Es un guiño a ese “then” que tanto utilizaba Melville. Y, por lo que se refiere a cuestiones musicales, cuando escribía la última parte del libro me fue muy útil Key West, una canción del último disco de Bob Dylan en la que se nos presenta a un personaje caminando por Florida en distintos momentos del arco temporal. 

Esto que comenta sobre el “then” y su uso del “entonces” me hace pensar en cómo la prosa inglesa influencia la escritura en español, no solo en su caso, sino también en el de Laura Fernández, por ejemplo.

Mi traductora al inglés dice que le resulta extremadamente fácil traducirme y esto, seguramente, se debe al hecho de que el 95% de lo que leo es en inglés. Y, como dice mi traductora, mi español está completamente radiado por el inglés. Esto se ve en cosas tan sencillas como el poner el adjetivo antes que el sujeto: a mí me gusta más como suena “oscura casa” que “casa oscura”. Estas interferencias lingüísticas, además, son fruto de una necesidad de fuga. Yo siempre digo que no me siento un escritor argentino y, como digo en la novela, es más importante el lugar donde mueres, puesto que es fruto de una elección –tú decidiste ir allí– que el lugar donde naces, que es aleatorio. Suscribo todo lo que dice Borges, en El escritor argentino y la tradición: puesto que tenemos que resignarnos a la fatalidad de ser argentinos, tenemos el consuelo de que nuestro tema es el universo entero. Y esto es muy liberador y, al mismo tiempo… 

¿Impone?

Sin duda. Yo me siento con la obligación de ir explorando a través de la escritura no la galaxia, pero sí lo que yo considero mi nebulosa. Lo que sucede es que lo argentino es como un sabueso que te sigue y no es del todo fácil liberarse de él. Por esto, aquí aparece un vampiro que es precisamente un argentino. 

En una ocasión me dijo que, en su opinión, Los jardines de Kensington era su novela más argentina. Siguiendo esta lógica, ¿se ha ido argentinizando?

Sí, porque tanto esta novela como las que la siguieron son libros donde hay un reconocimiento extremo de lo argentino a partir de la necesidad de no ser argentino. Historia argentina y Mandra [su primer libro de relatos y su primera novela, de 1992 y 1995 respectivamente], por ejemplo, se nutren de lo asquerosamente argentino, mientras que las otras nacen del deseo de escape y de negación, un deseo que, evidentemente, nace de un conflicto. 

Melville es un personaje realmente interesante. Es una especie de Van Gogh de la literatura

Antes hablábamos de su regreso a Proust. ¿Cómo ha sido volver a Melville?

Mi primera lectura fue en esa colección de clásicos Bruguera que tenían una página de texto y, a lado, una página de cómic y, a veces, se contradecían la una a la otra. Para mí, fue mi primer acercamiento, involuntario, a lo metaficcional. Y fue en esa primera lectura donde encontré algunas de mis aficiones, como es la de los epígrafes. De todas maneras, no hay que olvidar que Melville es mucho más que Moby Dick: todo lo que escribió después es extrañísimo, empezando por Pierre o las ambigüedades y siguiendo con sus relatos hasta llegar a Billy Budd, donde retoma la cuestión marinera, pero de una manera completamente distinta. Luego está su relación con Hawthorne. Es un personaje realmente interesante. Es una especie de Van Gogh de la literatura. Y lo que a mí más me sorprende es que siempre se habla del fracaso de Melville, pero, en realidad, es el fracaso de los lectores contemporáneos de Melville. No había en su época lectores preparados para la literatura que él quiso hacer e hizo. 

De ahí que usted construye un personaje marcado por el dolor del fracaso.

Y no solo. Es el dolor por ser tachado de loco. No se limitaron a decir que su libro era malo, sino que pidieron que lo internaran en un manicomio. No creo que haya habido otro caso igual. Cuando se habla de Melville, siempre sale el tema de la gran novela norteamericana. Es una cuestión compleja y todavía sin resolver. De hecho, diría que todavía la están buscando como si fuera una especie de Moby Dick, imposible de apresar. Probablemente, Jonathan Franzen sea el Capitán Ahab de nuestros tiempos. De lo que no tengo dudas, sin embargo, es que Moby Dick es una obra que inaugura la literatura nacional norteamericana. De la gran literatura norteamericana. Es la novela del multisimbolismo y la multiinterpretación. Algo parecido sucede con La letra escarlata, la novela por antonomasia sobre el pecado, el acoso sexual y el protestantismo. Ambas son, además, novelas, como sucede también con las de Mark Twain –pienso, en concreto, en la voz narradora de Las aventuras de Huckleberry Finn– o Henry James, que con el tiempo se han ido reencarnando en otras y han influenciado a otros autores. 

Lo que quería decir es que la figura de Melville le permite retomar la idea de fracaso y la del fracaso de la literatura, sobre la que reflexionaba a lo largo de las tres Partes.

Es cierto que la idea del fracaso está siempre ahí, pero por lo que se refiere al hecho de que mis personajes se sienten incomprendidos, te diré que para un escritor o, por lo menos para mí, la idea de la comprensión total es un auténtico infierno. A mí, los escritores que generan un consenso absoluto no son los que más me interesan. Como lector, no siento una particular inclinación hacia esos escritores que todo el mundo reconoce como buenos, legibles o necesarios. Me gustan más los escritores que fomentan la disensión y la discusión, incluso entre sus fans. Dicho esto, alguien que escribe con la enorme seguridad de sentirse dueño de la comprensión absoluta para ser absolutamente comprendido haría mejor en dedicarse a otra cosa, a otro oficio más provechoso desde un punto de vista material. La vocación literaria es un reflejo muy infantil que parte de una insatisfacción: aquella que nace del saber que, en el fondo, lo que te gusta es estar solo para leer y escribir. Este deseo de soledad ya implica una cierta incomprensión con todo lo que te rodea o, por lo menos, implica el no sentirse completamente a gusto todo el tiempo. Sabes, en el fondo, que existe otro lugar, el de la soledad, en el que te lo pasas de puta madre con los libros y la escritura. 

No quiero terminar la entrevista sin preguntarle sobre Nabokov: es un autor clave en toda tu obra y, además, como dijo Foster Wallace al acuñar el concepto de “los hijos de Nabokov”, está detrás de toda la literatura postmoderna que usted ha reivindicado. Pero, más allá de esto, ¿qué es lo que más le interesa de él? ¿El hecho de ser un escritor que escribe siempre el mismo libro? ¿El hecho de ser un autor cuya lengua literaria no es su lengua materna?

A Nabokov lo leí por primera vez cuando era adolescente y volví a él hace unos siete años. Hice una relectura atenta y me impresionó ver cuánto me había influenciado, sin ser yo consciente de ello. Siempre digo que él es el acelerador de partículas de la lengua inglesa. Es un santo patrono, es ese amigo que llama a mi puerta y me dice: “Salimos a jugar”. De él me interesa mucho su uso del retruécano, el chiste malo, la autorreferencia, el guiño a la propia obra… Algunos podrán decir que Nabokov es el culpable de mis defectos, pero, no puedo evitarlo, todos estos tics me resultan muy atractivos. Y, por lo que se refiere a que es un autor que siempre escribe lo mismo… Bueno, volvemos a esa idea de Paul Valery que te comentaba antes. Me gustan los escritores mentales. Y esto no significa escritores experimentales, para nada. Por ejemplo, Cheever es un autor que, a su modo, toca la misma área siempre. Cuando le acusaban de hacer siempre lo mismo, Nabokov contestaba: “Sí, pero lo hago muy bien”. Y tiene razón. Al final, cuando descubres un planeta o lo colonizas, no tienes que estar preocupado por el planeta de al lado.

“Tengo la incómoda, pero a la vez satisfecha sensación de que mis libros pueden responder a toda pregunta que hagas sobre ellos. Y siento que, en las entrevistas, soy solo una especie de muñeco de ventrílocuo”, confiesa Rodrigo Fresán, que, tras diez años dedicado por completo a la escritura de La...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí

Autora >

Anna María Iglesia

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí