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El problema de las medidas excepcionales es que, si duran mucho, se convierten en comunes y corrientes. Es decir, que vinieron por unas circunstancias extraordinarias y se pueden quedar a vivir. Y con esta maldita pandemia, cuyo final sólo llegará cuando se universalicen las vacunas –es decir, cuando se vacune a la gente de los países pobres– creo que nos va a pasar. Estoy pensando, muy concretamente y como algo más que una metáfora, en la prohibición de fumar en las terrazas al aire libre, que, menos en Madrid (ya se sabe, la libertad y el poco 155) y en un puñado de Comunidades, se mantiene en el resto de la Península. De hecho, el Gobierno no la levantó cuando se suavizaron las restricciones. Que éstas hayan vuelto es otra cuestión. Así que no digo que ahora sea el momento de aflojar nada, pero sí de reflexionar un poco sobre las formas del poder y sus límites, en evitación de mayores males. Porque me consta que, esa prohibición en concreto, tiene toda la intención de quedarse. Y el modelo de control social puede que esté cambiando. A más.
Es curioso que el consumo de tabaco se estudie desde el Observatorio Español de las Drogas y las Adicciones, del Ministerio de Sanidad. Y que se estudie junto con toda la panoplia: de la coca y la heroína a las bebidas energéticas, del alcohol y el cannabis a las rulas sintéticas, de los analgésicos opiáceos a los ansiolíticos y antidepresivos… Según su informe del 2021, el tabaco es la sustancia psicoactiva más consumida en España después del alcohol. El porcentaje de fumadores diarios, como una misma, está en casi el 40%, un punto menos que en 2017. Claro que los fumadores como una misma estamos fuera de la encuesta, que escucha a personas entre los 15 y los 64 años. ¿Edad laboral? Los que nos salimos de la muestra, o estamos amortizados, o lo tenemos casi todo prohibido… por los médicos.
El informe dice también que alrededor de 340.000 personas empezaron a fumar en 2020, en pandemia y con la ley antitabaco endurecida. Vamos, que ese porcentaje de fumadores inasequibles al desaliento –como una misma– sigue y va a seguir. Aunque nos veamos reducidos a meternos la dosis de nicotina, de pie, apartados y lejos de la terracita y de la conversación.
Estas cifras desalientan a los prohibicionistas, así que el proyecto, parece, es endurecer aún más la ley que nos proscribe, y mantener la prohibición, que era extraordinaria y puntual –como la mascarilla en la calle, por ejemplo– para los restos. Por supuesto, se trata, como en USA y poco más, de preservar nuestra salud después de la pandemia… Pero, ¿a costa de qué?
Lo de la libertad madrileña, que ya es cachondeo nacional, tiene un lado particularmente molesto. ¿Desde cuándo la libertad individual y el prohibido prohibir son banderas de la derecha? Algo se está perdiendo en esta izquierda nuestra, gruñona y llena de señoritas Rottenmeier (sean chicos o chicas) para que Ayuso sea vista por sus votantes como la gran defensora de las libertades. Porque no nos engañemos: su continua llamada a la desobediencia al Gobierno central, predicada con el ejemplo impune, le ha conseguido estar donde está. La libertad de bar ha sido su coartada para las mil tropelías cometidas en el destrozo de lo público, sanitario y no sanitario, y en la propia gestión de la pandemia. Pero esas pequeñas libertades, suspendidas en pandemia por razón de necesidad, siguen siendo absolutamente necesarias en la vida normal –por nueva que sea la normalidad. Cuando llegue, que a ver si llega.
La izquierda en la que creo se fija en lo público y colectivo, pero no olvida lo individual y privado, desde el sexo a las costumbres. Y sabe que las sociedades, que se mantienen gracias a un sistema de prohibiciones y premios, a veces burdos y a veces sutiles, necesitan de esas zonas, cómo decir, de desahogo. Zonas cero, en las que es cada uno el que arriesga y elige. Zonas en que una tiene el derecho a equivocarse. Las drogas, que han destruido los mejores cerebros de nuestras generaciones, no sólo de la de Ginsberg, tienen un papel en todas las sociedades. Además de las ilegales y penalizadas, las que abren “las puertas de la percepción”, o las que ponen en fuga la conciencia del dolor de existir, están las que, por admitidas, atemperan los conflictos. Aunque puedan destrozar hígados y pulmones, el alcohol y el tabaco cumplen esa función en nuestro mundo. Esa pequeña satisfacción inmediata que proporcionan, y que es por la que nos hemos aficionado, es muchas veces y para muchos (40%) lo único positivo del día. Que no sólo de trabajar, o de buscar trabajo, vive el hombre. Ni la mujer. La guerra impone sacrificios de la voluntad individual, y la pandemia lo es. Impone una dura disciplina social, y la hemos asumido muy mayoritariamente. Pero las posguerras crueles sólo se dan si hay vencedores crueles. Aquí no hay vencidos, aunque haya víctimas, y muchas. Ahora nos toca el duelo y la reconstrucción. Entre muchos otros temas, de esas pequeñas libertades cotidianas con las que el poder debería mantenerse al margen. No veo, de verdad, razón para forzar la mano ni para dejar estas bazas a la derecha.
(Entre paréntesis, decía la genial Carmen Rico Godoy que las drogas –las ilegales, vaya– deberían darse con receta a los mayores de 75. ¿Qué el abuelo quiere trabajar el huerto, o tiene ganas de fiesta? Pues una rayita de coca. Que no está pa nadie y se muere de angustia, pues un chino. Que tiene el cuerpo serrano, su canutito. Y por supuesto, el viagra, el marlboro y el lexatin, en la mesilla de noche si los quiere. Pero que estas “sustancias psicoactivas” no destrocen la vida de los chavales, decía. Y lo decía completamente en serio. Lo uno y lo otro).
Y yo, lo dicho. Para la nueva normalidad, prohibido prohibir más, que ya hay bastante con lo que hay.
El problema de las medidas excepcionales es que, si duran mucho, se convierten en comunes y corrientes. Es decir, que vinieron por unas circunstancias extraordinarias y se pueden quedar a vivir. Y con esta maldita pandemia, cuyo final sólo llegará cuando se universalicen las vacunas –es decir, cuando se...
Autora >
Rosa Pereda
Es escritora, feminista y roja. Ha desempeñado muchos oficios, siempre con la cultura, y ha publicado una novela y un manojo de libros más. Pero lo que se siente de verdad es periodista.
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