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Llegábamos en tromba. Mis abuelos nos recibían en la puerta, con una sonrisa extraña. Una sonrisa hacia dentro. No sabíamos que jamás, jamás, seríamos tan bien recibidos en ningún otro sitio. Ellos se sentaban y, simplemente, nos miraban, con los brazos apoyados en los reposabrazos. Nosotros jugábamos debajo del palo santo. De vez en cuando nos caía en la cabeza uno de sus frutos, que nos dejaba el cabello lleno de mermelada. En ese trance, llorábamos o reíamos, según nuestro carácter. Perseguíamos a las gallinas. Pero si estaban cluecas nos perseguían ellas a nosotros. Era aterrador. Su pico era un cuchillo de juguete, que provocaba un dolor, no obstante, certero y antiguo. De dinosaurio. Era la última fechoría de un dinosaurio. Un eco. Subíamos al tejado de uralita del gallinero. Pero ni siquiera eso exasperaba a nuestros abuelos, que nos seguían mirando, sonriendo. En el zaguán explorábamos viejas herramientas herrumbrosas. Las herramientas oxidadas no son un mensaje de otra época lejana, como creíamos, sino, ahora lo comprendo, el símbolo de la vejez, de su decisión suprema: la feroz apuesta de nunca volver a trabajar. Nosotros utilizábamos aquellas herramientas con una sola función y esperanza. Hacer hoyos hasta el fondo de la tierra. Abríamos todos los cajones de la casa, buscando tesoros, y encontrando baquelita y fotos de soldados, en los breves momentos en los que ganaron. Pasábamos horas tumbados, ante los agujeros que habían hecho los ratones por toda la casa. Cada uno era como la casa de Pixie y Dixie. Les dejábamos regalos. Creíamos aún que se podía hablar con los ratones, y que una buena conversación nos haría amigos para toda la vida. Algún día, al cabo de mil años, iríamos a cenar con nuestras mujeres y nuestros hijos, y nuestros ratones en los bolsillos. Tal vez enseñarían a leer a nuestros hijos sin dolor ni gritos.
Con estos recuerdos desordenados –y ese era el sentido de estas líneas–, a los huesos de mis abuelos le han vuelto el agua y la sangre y la piel. Los vuelvo a ver si me giro, y a oler si respiro. Están nuevamente sentados, con sus brazos aplastados en los reposabrazos roídos de sus sillones. Vuelven a ser nuestros espectadores silenciosos. Son dos faraones hieráticos y benignos. Eternos y desconocedores de su último minuto. Y con aquella sonrisa extraña en sus rostros, en la que pienso reiteradamente. Esa sonrisa no era pasaporte ni autorización para todas nuestras fechorías ruidosas. De hecho, no era para nosotros. Esa sonrisa era para ellos. Por lo que era, y es, un enigma. Que, con el paso del tiempo, creo que he descifrado. Nosotros, los observados, éramos el futuro. No éramos ese futuro del que hablan los telediarios, cuando hablan de los niños. Éramos el futuro, literalmente. Carecíamos de pasado, y no sabíamos la importancia de los recuerdos que fabricábamos. Ni siquiera sabíamos, de hecho, la importancia de la palabra recuerdo. Éramos el futuro en estado puro. Éramos, por eso mismo, algo no esperado ni previsto, un imposible, en una guerra, o en un campo, ese pasado continuo. Tal vez, y esto explica la brutalidad e intensidad de una guerra, éramos lo único que, al cabo de los años, no era guerra. Una guerra devora varias generaciones, hasta que nace una, imprevista, sin memoria, que cree, nuevamente, que los ratones hablan. Son el futuro. El futuro es costoso y, como el fuego, no te cansas de verlo, en las escasas ocasiones en las que se produce.
Llegábamos en tromba. Mis abuelos nos recibían en la puerta, con una sonrisa extraña. Una sonrisa hacia dentro. No sabíamos que jamás, jamás, seríamos tan bien recibidos en ningún otro sitio. Ellos se sentaban y, simplemente, nos miraban, con los brazos apoyados en los reposabrazos. Nosotros jugábamos...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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