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Pregunté por el camarero que me atendía casi cada mañana. Me dijeron que se había ido a la guerra. Una camarera nueva, de su mismo país, me explicó lo del camarero de forma lacónica, sin recrearse. Solo se recreó para decirme que el camarero, cuando comunicó su marcha, fue lacónico, y lo hizo también sin recrearse. Luego, pasó a hablar de otra cosa. Como, supongo, también hizo el camarero. Me caía bien ese hombre. Nos alegrábamos de vernos, hablábamos poco, casi siempre desde el escepticismo. El hecho de que haya ido a la guerra sin peroratas patrióticas o heroicas ha aumentado mi respeto hacia él, de manera que no puedo evaluar su decisión. La guerra es un imán, innegociable, que se suele negociar con peroratas patrióticas o heroicas. Cuando no existen, queda algo desnudo, que algunos ven. Como, supongo, el camarero. Es el poder magnético de la guerra. Milenario. No es anecdótico, sino único. Es, ni más ni menos, que el perdón de todas las deudas y de todos los pecados. Algo en verdad milagroso, pues nadie ni nada perdona. En la soledad de la noche, antes del desahucio, comprendes la facilidad del perdón. Sería un esfuerzo nimio. Abriendo el correo se observa que el perdón sería lo más obvio e imposible. En la calle infinita que no lleva a ningún lugar, es perceptible que el perdón es la única solución, y la única improbable. Y la guerra perdona. Todo. Una vez les vi marchar a la guerra. Eran diversas actitudes, que convivían con el miedo. Y, entre ellas, la más antigua. Personas ya desposeídas, que han dejado cualquier posesión atrás, y que no buscan nuevas, sino el perdón. Están preparados para ello. El perdón llegará en un segundo inesperado y con una violencia tan desmesurada como rápida. Sus deudas y pecados serán borrados en ese instante, y dejarán de pesar.
Tetis advirtió a Aquiles de su muerte en Ilión, y Aquiles fue a Ilión. No quería la inmortalidad de la fama, sino tal vez la mortalidad del olvido. Ser perdonado de todas sus deudas. Desaparecer. Esa búsqueda no habla de la brutalidad de la guerra, pues todo en la guerra es brutalidad deleznable. Habla de la brutalidad de la paz. No perdona, jamás, jamás, deudas ni pecados. La paz, sin perdón, es lo más próximo a la guerra. Sin el perdón, en la paz vive la guerra.
Pregunté por el camarero que me atendía casi cada mañana. Me dijeron que se había ido a la guerra. Una camarera nueva, de su mismo país, me explicó lo del camarero de forma lacónica, sin recrearse. Solo se recreó para decirme que el camarero, cuando comunicó su marcha, fue lacónico, y lo hizo también...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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