Ay, yo no he sido
‘Ulises’ y la madrastra
Son poquísimos los escritores que pueden dejar una herencia sustancial, o simplemente vivir de la literatura. La situación de los escritores españoles es precaria y ha empeorado con la pandemia
Rosa Pereda 8/04/2022
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Que sí, que vamos a asistir a una moda Ulises, o mejor, a una moda Joyce. Se anuncian reediciones y nuevas traducciones del genial dublinés, el de “silencio, astucia, exilio” como fórmula de supervivencia. Que lo dijo y lo hizo. Y no sólo de su Ulises, incluyendo faltas de respeto, que por qué no, sino de las Dublinesas, del artista adolescente (o cuando joven, que dicen ahora) y hasta, seguro que alguien más se atreverá, el Finnegans Wake. He tenido la oportunidad de hojear la edición de Ulises, de Galaxia Gutenberg, con las magníficas ilustraciones de Eduardo Arroyo y la estupenda traducción de J. Salas Subirat, la de Rueda, de Buenos Aires (1967). Y he recibido noticias de nuevas traducciones de toda su obra, por doquier. Los suplementos culturales ya dan por abierto el multidebate. Que si hay que leer o no a Joyce, que si cuál es la traducción buena, la de Salas Subirat (¡argentinismos!) o la de Valverde. Que si es un plomo infumable y de época. Y efectivamente, el libro es de 1922 y ahora cumple cien años, como La tierra baldía, el inmenso poema de Eliot, tan emparentado con él.
Hay algo que decir de Zabaloi. Su traducción de Ulises, con Edgardo Rico, lleva ya cuatro ediciones en la argentina editorial El cuenco de plata. Odiseo, del autor Jmes Joyce (sic) es, como dice el traductor, “una versión lipogramática” de su traducción, un lipograma a la manera de aquel libro de Perec sin la letra e. En este caso, la que salta es la a, y el experimento un poco dadá le hubiera encantado a Joyce. O no. En cualquier caso, está disponible en la argentina HCEditores.
Pero volviendo a la moda Joyce, no se trata de una conversión de los editores a la literatura de vanguardia, en el sentido más estricto y todavía no superado de la palabra. Simplemente se acaban de cumplir ochenta años de la muerte de James Joyce, en abril de 1941, y su obra ha pasado a dominio público. Sus herederos –su nieto, fin de raza, fallecido en 2020 y muy poco querido en el mundillo literario– ya no tienen el derecho moral ni el económico. Han sido desheredados de los derechos de autor y de los de control de la edición y difusión de la obra. Así que habrá barra libre para Joyce, como la hubo hace algunos años con La Regenta, de Clarín. ¿Alguien se acuerda? De no existir más que para estudiosos, se convirtió en un fenómeno de masas. Había que leer el gran novelón que es, que no ha dejado de ser nunca, simplemente porque los editores no tenían ni que prometer derechos de autor.
Los descendientes de los editores heredan sine die. Mientras dure. Los de los escritores, dependiendo de los países, entre setenta y ochenta años a partir de su muerte. Que será cuando, como en el caso de Clarín y ahora de Joyce, se monte el boom y su obra dará dinero. A sus editores. Si los escritores mueren jóvenes –pongamos Bolaños– desheredarán a sus hijos.
El dominio público de las obras culturales –literatura, música y supongo que etcétera– se basa en su interés social, en la idea de que éste debe primar por encima de lo privado e individual. Y es cierto. Y así es. Hemos conocido herederos y herederas obstruccionistas y censores que, por lo que fuera –odios familiares, disconformidades sexuales o políticas, miedo a algunas revelaciones–, han ocultado o incluso destruido y tachado partes de la obra que deberían custodiar en su integridad. (El propio Stephen Joyce ha sido muy duro en este sentido). La cultura, entendida como un territorio y un bien común, asume e incorpora todos los productos culturales y los pone a disposición del conjunto de la sociedad. Orgullosamente. Y eso está bien. Gracias a eso, por ejemplo, las ilustraciones de Arroyo al Ulises han podido ver la luz, en una edición que su heredero impedía basándose en que el irlandés no quería ediciones ilustradas. Lamentablemente, Eduardo no lo ha podido ver.
A pocos les importa, porque son pocos, poquísimos, los escritores que pueden dejar una herencia sustancial en lo que se refiere a derechos de autor. Es más: son muy pocos los que pueden vivir de la literatura. Es más: la situación de los escritores españoles es, directa y mayoritariamente, precaria. Y la pandemia no ha hecho sino empeorar lo que ya había empeorado la crisis de 2011. La cosa funciona así: de los libros no se vive. Si el autor tiene otra profesión vivirá de ella. Y hay actividades derivadas de su escritura y de su estatus en el mundillo: jurados, conferencias, prólogos, colaboraciones en prensa, cursos, congresos. Primero los recortes y luego los aislamientos pandémicos han terminado con eso para la mayoría. Podría dar nombres. No lo voy a hacer, pero voy a dar algunos datos.
En CEDRO, la agencia que gestiona los derechos reprográficos, por copia privada, estamos asociados 27.674 autores, entre escritores, traductores y periodistas. En su faceta asistencial, y según datos de la propia organización, este año se han acogido a las ayudas de urgente necesidad 134 autores, con ayudas de distintas cuantías. Y 3.975 han recibido la ayuda de hasta 200 euros anuales para el reembolso de gastos para la adquisición de audífonos, material óptico, tratamiento dental, podológico o fisioterapia de rehabilitación.
Por otra parte, CEDRO habilitó, en 2021, un fondo covid, extraordinario, de medio millón de euros, para paliar la bajada de ingresos por derechos de autor, que se repartió mezzo mezzo entre autores y editores. 194 autores pudieron acogerse a esta ayuda extra, justificada vía declaración de Hacienda, lo que para los escritores suele ser bastante complicado, dado que, además, el descenso de ingresos se arrastra desde 2011. Es decir, que sólo una pequeña parte de los “necesitados” podían acudir a ellos. Preguntada mi fuente sobre los datos de precariedad constatables, me dice que “desde CEDRO hemos podido observar que con la pandemia la situación de precariedad aumentó. El número de Ayudas de Urgente Necesidad de 2019 a 2020 se incrementó un 77% en número y de 2020 a 2021, un 50% más. Por todo ello, para ayudar a paliar esta situación desde CEDRO se creó el Fondo COVID 19 durante los años 2020 y 2021 ayudando a todo el sector con 1.000.000 €”. Hay que decir que son plenamente conscientes de que estas ayudas puntuales no resuelven el problema, aunque son muy bienvenidas. Porque las historias se viven de una en una. Y las angustias, y la pobreza.
Así que la madrastra. Estamos todos de acuerdo en que la cultura es un bien público y un derecho. Que el dominio público es el corolario necesario. En fin, que todo muy bien. Pero la ausencia de debate en este sentido es clamorosa, el que ni aparezca ni se la espere en los debates públicos ni en las campañas electorales –véanse estas últimas castellanoleonesas–, el que no se considere prioritaria, el que se abarate continuamente nuestro trabajo, en fin. Que, en esta historia, los agentes culturales somos las hijastras. Y entre todos, los escritores y escritoras, las que más.
Que sí, que vamos a asistir a una moda Ulises, o mejor, a una moda Joyce. Se anuncian reediciones y nuevas traducciones del genial dublinés, el de “silencio, astucia, exilio” como fórmula de supervivencia. Que lo dijo y lo hizo. Y no sólo de su Ulises, incluyendo faltas de respeto, que por qué...
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Rosa Pereda
Es escritora, feminista y roja. Ha desempeñado muchos oficios, siempre con la cultura, y ha publicado una novela y un manojo de libros más. Pero lo que se siente de verdad es periodista.
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