LECTURAS
Nos dijiste que nos querías y era verdad
Una invitación a Montserrat Roig
Andrea Toribio 7/06/2022
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El otro día mi amigo Luis López Carrasco me mandó una fotografía al móvil de un libro, y no era un libro cualquiera, que dicen por ahí. Se trataba de Spanish Cultural Studies: An Introduction. The Struggle for Modernity (1996). Sus editoras –mis más que adoradas Jo Labanyi y Helen Graham– anotan en un apartado especulativo, con sumo cariño y respeto, unas palabras para Montserrat Roig (1946-1991). Estas piensan en la autora de Tiempo de cerezas tan solo cinco años después de su muerte. Dicen dedicarle el texto, y lo hacen al abrigo de su memoria, la de alguien a quien consideran no solo novelista, sino también historiadora, periodista y crítica literaria. Tal es la ocasión de celebrar su talento creativo, la claridad de su pensamiento político y vibrante humanidad. Por mi parte, estuve a punto de enviar otra imagen de vuelta (Luis, prometo que iba a hacerlo, pero luego no lo hice): la de mi mano sosteniendo la primera edición de aquel tiempo “acerezado” que encontré en la biblioteca de Carmen Martín Gaite de El Boalo. Lo hago ahora, la dejo por aquí. Supongo que esto es lo que sucede cuando dejamos a una milenial a solas en una biblioteca privada, se hace fotografías públicas con los libros en lugar de hojearlos.
Este inopinado happy place que me baja de nuevo sobre los ojos, el libro de Labanyi y Graham, me hace pensar en varias cosas al mismo tiempo, y todas ellas tienen que ver, como no podía ser de otro modo, con Montserrat. La primera de ellas es la pobreza sin ambages de la crítica española moderna, su falta de rigor historiográfico. Comprendo (o con el tiempo he llegado a comprender), por un lado, el borrado sistemático de las grandes intelectuales de nuestro pasado siglo por purita cuestión de espacio, algo que me recuerda mucho a algo que dijese Belén Gopegui en Ellas pisaron la luna (si no recuerdo mal), sobre la rapidez con la que las mujeres deben expresarse, como si tuviésemos las palabras contadas y un reloj de cuco sobre el coco. Por el otro, que apenas se lee. O no se lee casi nada. Al tiempo que aprendía cómo convivir con esta tensión narrativa, también comprendí que la crítica extranjera, la norteamericana en concreto, emitía juicios más veloces sobre nuestro patrimonio cultural que nosotros mismos, y que era algo que les cedíamos sin apenas molestarnos en mirar lo que se estaban o no, dicho coloquialmente, llevando. No eran mejores ni más inteligentes, solo eran más rápidos. Las piececitas de un museo sin armar.
La segunda sería lo que su escritura representa para mí: aquel momento inesperado en el que se lee un texto que se va a recordar siempre, y que va a tratar de aprenderse de memoria, por si alguna desgracia ocurriese, y que tiene que ver en mi caso (y en exclusiva) con un texto titulado: Arizona, a las nueve de la mañana. Este se encuentra en Dime que me quieres, aunque sea mentira. El placer solitario de escribir y el vicio compartido de leer (1991), y aparece encabezado con una bellísima cita extraída de Temblor, de Rosa Montero: “Algodón rebulló a mi lado y suspiró entre sueños. Y pensé: cada vez que beba un trago de agua helada, procuraré recordar que hubo una tarde en la que fui capaz de detener el tiempo”.
Montserrat Roig era alguien que continuamente se metía en jardines, como aquel de irse a Rusia para escribir uno de los tesoros más muditos de nuestra literatura, La aguja dorada (1985), y procurar contarnos, Pall Mall en mano, el sitio de Leningrado, Pushkin, Rasputín, los zares y sus zarinas. El huir de la edulcoración del estado de gracia al que se somete el escritor cuando lee o escribe en pos de una idea brillante es una majadería genial que centellea. Denunciar la caducidad de un pensamiento político al servicio de la ideología y no de la inteligencia, la expresión artística, y el sentido común también lo es. Y ambas cosas se las debemos a Montserrat Roig. Volvamos a la crítica y sus lagunas. ¿No es Vilnis (2021), de Bárbara Mingo, un texto que dialoga con excelencia y derroche de pasión con la Roig frente al Kremlin?
Nunca, en toda mi ¿breve? vida lectora (por Dios, tengo la impresión de haber caminado durante décadas), había leído un interés tan crudo por la narración, por la crónica de la mirada; por captar con especificidad y profesión las capas que componen la contemporaneidad sin acabar por ser una auténtica pelma. La huida perpetua del cliché por parte de esta escritora, nuestra escritora, Montserrat Roig, es de manual. Ay, sufro por Montserrat que no pudo jugar en la liga sénior por una cuestión de estadística, es verdad. Pero querría dejar de padecer si obtuviese su obra el lugar que merece, y me perdonáis esta colocación de producto. Tanto Labanyi como Graham cierran esa nota con la que iniciaba esta pequeña carta de amor a la que es para mí una de las narradoras –en un sentido amplio del relato– más importantes, si no la más, de la segunda mitad del siglo XX en la península, de manera profunda y hermosa. “We take the measure of our loss”. “Estoy en Temple, Phoenix. Cada día enciendo el televisor a las nueve de la mañana. Fuera, las puertas de los apartamentos todavía están cerradas. Ni un hálito de aire bajo un cielo que, de tan azul, hace daño…” (continúa).
El otro día mi amigo Luis López Carrasco me mandó una fotografía al móvil de un libro, y no era un libro cualquiera, que dicen por ahí. Se trataba de Spanish Cultural Studies: An Introduction. The Struggle for Modernity (1996). Sus editoras –mis más que adoradas Jo Labanyi y Helen Graham– anotan en un...
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