Ser se ha convertido en una necesidad absoluta, que requiere mucha inversión y muchos objetos y atributos. Y eso, a su vez, supone mucho peso. Es un peso insoportable y, por ello, antinatural, que afecta a los movimientos, haciéndolos, por fuerza, reducidos, grávidos y forzados. Predecibles. Hay dos pruebas o situaciones que indican, dramáticamente, que lo natural es no ser, no ser con tanto aparato y persistencia, o ser en otro sitio, distinto y no calculado, al menos. Una prueba y situación de ello es la amistad, imposible con tanta ceremonia de la identidad, al punto que esta las elimina, o la amistad no llega a producirse jamás. En una cena, por ejemplo, cuando un amigo imita a otro, crea el humor. Todo el mundo ríe porque es, en verdad, gracioso ver los objetos, los tonos, las trampas en las que se sustenta algo tan ligero que debería mantenerse en el aire, como la risa que, en ese momento, todo el mundo observa en la mesa con confort. La otra prueba o situación es el amor. En el momento de asumir su amor, una persona encuentra una inutilidad que le lastra, y de la que se debe desprender de manera urgente e imperiosa. Ese estorbo no es más que ella misma. Se inicia en ese momento un momento de cambio continuado, de olvido de lo que se era. Que puede llegar a ser abismal, según la calidad y densidad del amor y de su apuesta. Esa persona no solo tiene la necesidad de ser otra persona sino, incluso, la de ser otra cosa. Esta aventura de alteración, cambio y ligereza sólo finaliza cuando lo hace el amor, momento en el que se vuelve a producir el peso insoportable y, por ello, antinatural, que afecta a los movimientos, haciéndolos, por fuerza, de nuevo reducidos, grávidos y forzados.

Están acabando con el amor y con la amistad, que al cabo no es más que amor. Casi todo lo que ves a diario solo puede existir únicamente sin amor ni amistad. Esconde lo que te quede de todo ello. Que sea tu secreto. Que no te los encuentren en los controles, en los registros, en las entrevistas laborales.