televisión
Los cinco pilares de Ms. Marvel
Kamala Khan, identidad y espejo
Aránzazu Ferrero 18/09/2022
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Bismillah: con el nombre de Dios. Así comienza el Corán. Así comienza todo, hasta el examen de conducir.
Una se afirma musulmana o musulmán mediante la shahada, el testimonio de fe. No existe más que un Dios, de Quien Muhammad fue siervo y mensajero. La aventura de Kamala Khan comienza también con una afirmación, la de su naturaleza creyente, mestiza y nerdota. En las viñetas de Adrian Alfona contiene la lujuria ante un puesto de perritos. En la tele pronuncia la Basmala y se va a hacer cosplay. Tiene 16 años. Vive en un barrio de Jersey City, en un mundo donde un titán morado se cepilló medio universo chasqueando los dedos, y unos cuantos individuos disparejos decidieron juntarse y dar sus vidas para arreglarlo. La Tierra del universo cinematográfico de Marvel es un mundo globalizado con los Vengadores convertidos en icono pop, cada vez más desprovisto de sentido (como aquí, salvo que allí sus muertes y sus sacrificios son reales). Y mira por dónde: en ese mundo tampoco caen bien los musulmanes.
No sorprende que el motivo de existir de Ms. Marvel sea la identidad. ¡Una superheroína musulmana! ¡De origen paquistaní! ¡Protagonista! José Alfredo tuiteaba fuerte ya entonces qué necesidad había de cómics folklóricos con puertorriqueños y gente morena, pero es que la gente morena no se conforma con ser figurante. Y Kamala no tiene una sola identidad: no existe para ser musulmana o desiamericana o la naturaleza superheroica que la casa le quiera asignar. Es lo que tenemos los musulmanes, que somos muchas más cosas.
Hay centenares de personajes musulmanes. Decenas de cómics y películas al año con camellos, turbantes y mujeres excepcionales que atraviesan el infierno y se quitan el velo al final. Su tragedia no es inventada, pero estas ficciones refuerzan, casi nunca a propósito, qué mal está el Otro y qué bien Nosotros. La sociología las define como pornotrauma. En estas llega el género superheroico y se pasa por el forro la piedad social. Por eso la cairota Dina Mohammed eligió a una superheroína hijabi para hablar de feminismo en Qahira. Vino Kamala a nacer donde no tocaba: donde “musulmán” es sinónimo de “ajeno”. Más importante aún, llegó a salvarnos, no a que la salvaran.
Kamala Khan es cualquier cosa menos excepcional. Es caprichosa, insegura y voluble: lo que viene siendo una chavala. Fuera del foco del realismo, Ms. Marvel puede hablarnos de violencias cotidianas. Que el profe de gimnasia no sepa pronunciar tu nombre, que al capullo de clase le parezca gracioso ofrecerte vodka o embutido. Ser minoría en un puchero de minorías: no encajar por mora, por morena o por friki, por estirarte y encogerte todo el rato y no estar a la altura de los superhéroes veteranos. “¿Hay mejor metáfora de la adolescencia?” me preguntaba el crítico Ignacio Pablo Rico: yo no la he encontrado. Kamala vive en una prueba personal constante, como Peter Parker, con una única cosa clara: procurar ser buena persona, no conseguirlo y sortear petardas, racistas, vecindonas, miedo al desarraigo y ser invisible en un barrio invisible. Y en televisión, la showrunner Bisha K. Ali ha sabido crecer desde el material original y ponerse juguetona, enredar con lenguajes visuales o exponer intensamente las emociones, porque en eso consiste la adolescencia también. El género adolescente da libertad porque los adultos no miran, pero a estas narrativas “menores” les exigimos el triple. Más perfiles diversos, más tropos de clase. Que lo arregle todo, que para eso ha venido. Hace muchos años le pasaba lo mismo a otra heroína adolescente, que también huía por la ventana de su madre hiperprotectora. Se llamaba Buffy Summers.
Fuera del foco del realismo, Ms. Marvel puede hablarnos de violencias cotidianas. Que el profe de gimnasia no sepa pronunciar tu nombre, que al capullo de clase le parezca gracioso ofrecerte vodka o embutido
El ADN poliédrico de Kamala viene de sus dos madres: la editora Sana Amanat y la guionista Willow Wilson. Amanat quería crear un personaje musulmán racializado, y Wilson, también musulmana, colocó a los Khan y a sus amigos en el Nueva Jersey de su adolescencia. Se describe a Amanat como “de origen musulmán” (su familia es paquistaní) como si su melena o sus tirantes la hicieran más Nosotros. Corre paralela la suerte de Wilson con la apostilla de “musulmana conversa”. Ambas participan en la serie de televisión, pero es revelador que Wilson no aparezca en Assembled, la serie promocional de Marvel. Porque en Kamala seguimos viendo a Amanat. Empatizamos con esta familia migrante porque aún perturba que el islam forme parte de nuestra identidad. Kamala no es representativa, dice Mustafá en un directo en Instagram: tiene deseos, rabietas, la pifia, se estira, se encoje y sueña con perritos calientes. ¿Qué esperar de una conversa? Wilson se cachondea de su propio tropo en la novela Alif el Invisible con un personaje estadounidense, “la conversa”, que no tiene ni nombre.
Oración
La oración, la salat, apela a la relación de la creyente con Dios, pero también a manifestar esa relación, entre musulmanes y hacia la comunidad en general. Y justo eso sucede en el segundo episodio de la serie, particularmente entrañable porque podría titularse Teo va a la mezquita. Es condenadamente difícil ver a un musulmán rezar bien en pantalla. En Ms. Marvel se vienen arriba y enseñan el wudu (la purificación previa al rezo), el rezo mismo, el sermón y el día a día de una mezquita de barrio (de barrio de allí: aquí el día a día es renovar la licencia de actividad o quitar morcillas de la puerta). Ha molestado ver a adolescentes tiktokeando y cuchicheando porque en algunas mezquitas son todos santos, pero en la mía somos gente normal y la cagamos, Mustafá.
El relato en Ms. Marvel funciona en dos planos: hacia el espectador no musulmán y hacia el creyente
Como la salat, el relato en Ms. Marvel funciona en dos planos: hacia el espectador no musulmán y hacia el creyente. Por ejemplo, al público adulto le ha fascinado la “valiente crítica al islam” que supone la discusión de Kamala con el sheij Abdullah. Cuando Wilson la escribe en 2014 se está haciendo eco del proyecto Side Entrance, de Hind Makki. Makki y las feministas islámicas llevan más de una década documentando y reclamando espacios dignos e igualitarios en las mezquitas. Ese tebeo, de hecho, se titula “Entrada lateral”. Wilson homenajea un movimiento crítico dentro del islam, de nosotras para nosotras. Sin embargo, era sencillo, quizá inevitable, que un buen número de fans lo vieran como crítica al islam, puesto que (una vez más) el islam siempre es el otro. Tan es así que la escena de televisión omite expresamente el argumento de Kamala, que en Medina la comunidad del Profeta (lpsce) rezaba junta en el mismo espacio. Shaytan anda en los detalles, y esas pequeñas censuras dan otra lectura a las palabras de Sana Amanat: “Han sido dos años durísimos, pero hemos llegado”. Cada fragmento de esta serie es una negociación con el miedo y se nota en estas omisiones, pero si me enfado me acuerdo de la mutilación que sufrió Halcón y Soldado de Invierno y se me pasa.
Con todo, el islam atraviesa a los Khan: las expresiones, las caligrafías de la casa, las festividades, incluso los perfiles de sus vecinos. Kamala reza y reza alegre. Es más, reza con amigos, hasta Bruno cabe en la mezquita. Recita el Takbir, Sólo Dios es Grande, y lo recita con una sonrisa de oreja a oreja. ¿El momento más disruptivo de la serie? Probablemente. Lo auténticamente revolucionario de Ms. Marvel es mostrar musulmanes felices. Por eso me resulta difícil encajar las comparaciones con Daredevil: nunca hemos visto al Diablo comulgar. Le hemos visto confesarse, eso sí. Kamala Khan es una creyente. Matt Murdock, el pobre, es un pecador.
La mezquita para los musulmanes es muchas cosas, pero en Ms. Marvel es sobre todo afirmación. Si en Loki lo más importante sucede alrededor de una mesa (el escenario menos superheroico imaginable), aquí la mezquita subvierte su función narrativa tradicional. El escenario y el sheij Abdullah son con lo que más nos han troleado las guionistas. Un señor mayor cuya existencia está bajo sospecha desde que le ves, pero que sabe que esas adolescentes molestas son el puntal de su comunidad. Sheij Abdullah se lleva tres escenas clave de la serie, en las que, él sí, representa qué significa vivir conforme al Corán. Y no es la ropa que llevas, lo larga que sea tu barba ni tu acento, ni pasar un examen de representación correcta.
La serie termina con papá Yusuf recordándole a Kamala lo fundamental: quien salva una vida salvará a toda la humanidad. Yusuf está citando literalmente la sura V del Corán, “La mesa servida”. El islam nos pide un esfuerzo interno por encontrar lo esencial, lo que conecta a un creyente con Dios. Es lo que hace Kamala en este primer viaje, lo que Matt Murdock no ha acabado de encontrar aún: eso que los musulmanes llamamos jihad.
Ayuno
Ms. Marvel nace del hambre. Estábamos hambrientas de ser vistas, y de ser vistas todas. Hartas de que otros “nos dieran voz”. Amanat y Wilson respondieron a esa hambre y ahí están los secundarios.
Bisha K. Ali ha entendido que la representación que necesitábamos en 2014 (cuando se publicó el tebeo en el que se basa la serie) no era la misma que en 2022, alhamdulillah. Mamá Muniba es uno de los cambios más valientes. La Muniba de 2014 es cariñosa, paciente y comprensiva, porque necesitábamos ver familias musulmanas amistosas. En 2022, Muniba puede permitirse ser esta señora autoritaria pero bondadosa, muy preocupada por el qué dirán, que esconde secretos, que miente incluso. La normalización nos regala la posibilidad de no ser ejemplares. Y, con todo, los Khan son una de las pocas familias cero disfuncionales del MCU.
Por su parte, Nakia nació para representar a las feministas islámicas. Para contar que existimos. La Nakia de televisión sale de casa con rasgos que la de papel ha ido ganando con el tiempo. Con todo, el personaje siempre ha sufrido embates. Que si es cuota, que si no es realista, que si no es auténtica. Nakia es nieta de emigrantes turcos. Y por eso nos cuenta, en un monólogo desgarrador, su apuesta por el hijab. Hasta tal punto la experiencia de las culturas islámicas bosnias, turcas, ucranianas o rumanas es negada que Jasmeen Fletcher recibió reacciones negativas por no ser una actriz hijabi (cosa con la que estoy de acuerdo), pero sobre todo por ser “demasiado blanca”. A estas alturas creo que entendemos por qué.
La crítica cultural habla a menudo de la commodity representation, aparentar inclusión sin que en realidad cambie el paisaje. Sinceramente, niego la mayor. Reconozco la impostura cuando la veo, pero la musulmana en la ficción existe para ser una víctima rescatable o La Chica del Hijab, empoderadísima, con ocho doctorados, dos libros, alta y delgada como su madre. Alguien que podamos apreciar a pesar de ser musulmana, no como el resto, que tienen todas bigote. Quienes critican la commodity representation suelen ser quienes ya están de sobra representados o son agentes mediadores de representación. Igual tu testimonio ya no es el único, Mustafá.
¿Cómo desdeñar estos retratos por poco significativos, cuando pasado mañana vuelve José Alfredo del crucero de Pulmantur y me va a explicar el Corán a mí, con pelos y señales, y los escalofríos que sintió con las pobres mujeres del zoco, que no hablaron con él en los dos días que pasó en Túnez? Cuando la minoría eres tú, o eres minoría en la minoría y lo único que se te ofrece es Malala Yousazfai o una taxista iraní en prisión, la commodity representation es puro maná. Poca broma que el equipo de arte de la serie ha incluido un asesor de arte islámico y una estilista de hijab. Más minorías delante de la cámara está suponiendo más minorías detrás. Queda un camino infinito por recorrer, pero así es el juego de la representación, nunca se gana del todo. Y tras las tres décadas de mujeres veladas sufriendo no solía haber oportunidades de agencia, porque siempre hay alguien que te conoce mejor que tú.
Tributo
Tras el ayuno de Ramadán se abona el azaque, que unos traducen como “limosna” pero en realidad es un impuesto: dar parte de lo que tienes a los que no tienen. Ms. Marvel nos habla de lo lejos que queda Jersey City de Manhattan. A sus descampados llegan, con suerte, las sobras de los grandes pifostios Marvel. La serie recoge la dialéctica entre Vengadores y Callejeros, entre las tragedias cósmicas y el drama de la esquina.
Bisha K. Ali también ha pagado su tributo al gran arco narrativo. Nos hemos perdido las aventuras de barrio, el desarrollo en profundidad de Bruno, que en los tebeos cataliza todo el conflicto de gentrificación y clase. Nos hemos perdido a Tyesha citando frases de Dune, y con ella al islam afroamericano. Nos hemos perdido al Kamran original, que es gilipollas. Y necesitamos musulmanes gilipollas como el comer: un pijo convencido de que todo es suyo porque para eso es rico y oye, con poderes. A cambio Kamran nos ha ofrecido una bonita metáfora visual de lo que es ser un adolescente musulmán y asiático en Nueva Jersey y en cualquier país europeo. No es un desliz que tenga que rehacer su vida en Karachi.
Kamran nos ha ofrecido una bonita metáfora visual de lo que es ser un adolescente musulmán y asiático en Nueva Jersey y en cualquier país europeo
Pero sobre todo nos hemos perdido a Amir. Amir es salafí. Sí, como esos. La rama más estricta del islam sunní: duros, muy estudiosos, antipáticos, nos caen mal, poco atractivos para la cultura pop. Sus diálogos limados del primer tercio de la serie huelen a miedo. En Paquistán y Oriente Medio los fans creían que esa barba y ese shalwar kamiz ya eran demasiado. Y aunque este Amir es más maduro, casado ya con Tyesha, muchos fans se han alegrado de no toparse con un friki reza que te reza. Yo no. Amanat y Wilson sabían que la representación no estaría nunca completa sin esos miles de musulmanes y musulmanas, constantemente estigmatizados; y no solo por la sociedad no musulmana, sino por algunas instituciones progresistas, a las que nos viene muy bien que anden los salafíes por ahí para poder echarles la culpa de todo, sin plantearnos qué sucede dentro de nuestras comunidades.
Peregrinación
Si tiene los medios, todo musulmán debe regresar a Meca, el lugar donde empezó todo, aunque sea una vez en la vida. Kamala también regresa al origen, aunque vaya como un pulpo en un garaje, porque al final la suya es la historia de cómo una generación se relaciona con sus raíces: “Lo que buscas te busca a ti”.
El islam no somos solamente los musulmanes y musulmanas. También hay un paisaje, un Lugar Islam que lo mismo te saca un desierto que una alfombra o deviene sinónimo de Tercer Mundo. Pensemos en el primer Iron Man de 2008. En el cine, Tony Stark tiene su experiencia de origen en la región pastún de Kunar, Afganistán. Cómo no: una de las dos vergüenzas estadounidenses contemporáneas. La encarnación cinematográfica de Los Diez Anillos quiere ser un retrato de Al Qaeda, como lo son los vídeos del Mandarín en Iron Man 3. Nada les identifica como musulmanes: no es el paisaje de En tierra hostil ni mucho menos, y Favreau desarrollará cuestiones interesantes desde ahí; pero, indudablemente, es una postal típica del Lugar Islam. Catorce años después el escenario de Ms. Marvel subvierte ese paisaje. José Alfredo sostiene que este Paquistán no es realista. No entiende que haya pijas en Karachi, si él sabe de buena tinta que Allí© a las mujeres las compran y las venden, qué le ando diciendo de Nayyab Ali y las activistas trans con la de noticias que llegan de Esos Países©. De modo que, aunque los Khan en papel van justitos, y me molesta ese casoplón colonial, creo que es lo que habría escrito yo si tuviera que mostrar el hogar de mis abuelos. Nani Sana vive en una ciudad moderna, dispuesta a aprovecharse de los turistas (como la Cairo de Caballero Luna), habitada por chavalería diversa y con superhéroes locales expertos en lo suyo. No es casualidad que las grafiteras de Karachi hayan elegido hacerle un mural a Ant-Man, vengador inocente, currante y feliz en un mundo donde, dice el crítico indio Momin Abbas, el héroe ha de estar desconsolado para pasar por maduro.
Kamala regresa de la peregrinación renovada: para eso están las peregrinaciones. Lista para revelarse a los suyos. Pero Ms. Marvel sigue viviendo en un mundo donde las agencias de seguridad privatizada pueden pisotear las alfombras de una mezquita cada vez que quieran. Donde es incómodo citar el Corán en una serie adolescente, o donde cientos de fans tuitean incansables sobre “lo cultural” porque la sola idea de que el islam forme parte de nuestra cultura, aquí y ahora, en Nueva Jersey o Getafe, es inasumible.
Kamala lo ha dado todo. Las autoras lo dieron todo. Pero de ahí precisamente sus problemas. Ms. Marvel libra una batalla que no puede ganar: si hubieran acercado el foco a Amir o Tyesha habrían consolidado más el orientalista Lugar Islam. Apostando por rubricar nuestras contradicciones, muchos deciden recrear la vista en la tradición o dejar claro lo problemático que es enseñar una mezquita como espacio de acogida donde la gente, Dios nos asista, hasta se lo pasa bien. Porque si con Loki u Ojo de Halcón hubo dobles mortales para no reconocer que estaban emocionándose con gente en mallas, ahora vemos a gente incapaz de asumir que les caiga bien un abuelo musulmán.
Pero el barrio, la pequeña ummah de Jersey, responde, porque ningún superhéroe ha llegado muy lejos solo, y Ms. Marvel nos deja un delicioso finalote a lo tercera temporada de Buffy, puro género adolescente ganso y gozoso como pocos. Hasta con esos polis locales que no son nuevos en la Marvel callejera, y que expresan menos la realidad que una esperanza.
Y que en Paquistán hayan pasado la serie en salas de cine, o que su crítica cultural haya confesado emocionarse con los trenes de Amritsar, es una cura de humildad interesante para nuestras profundas consideraciones sobre qué les tiene que parecer correcto y qué no. Y como decían algunos fans desde Lahore, “si queréis ponemos unos capítulos de Homeland”. Ms. Marvel no podía luchar todas nuestras batallas, pero las ha ganado simplemente existiendo.
Queda pendiente ver hacia dónde lleva el viaje de Kamala Khan. A su vuelta de la Alpha Flight la esperan familia y amigos. A mí me gustaría que, para cuando volvamos a Nueva Jersey el año que viene, esté acompañada. Que nuestros medios especializados cubrieran el Cairo Comix Festival, que alguna editorial tradujera a Dina Mohammed o Huda Fahmi. Que escucháramos más temas de Miss Raisa o se conociera a la teóloga Hajar Hniti fuera de nuestros círculos. Que Hajar Brown interpretara a un personaje cuyo hijab fuera un accesorio más. Por lo pronto, Silver Kincaid será hijabi en la nueva temporada de The Boys.
Las hermanas de mi halaqa están felices de verla, de vernos. A veces con la misma cara que debieron poner los vecinos del Bronx cuando vieron The Get Down, pero bien está. Suyas son muchas de las reflexiones de este texto.
El juego de la representación nunca se gana. Siempre habrá un colectivo olvidado, un prejuicio más. Pero cada retrato quita una piedra del camino. A mi hija mayor, que conoce al personaje desde que nació y ha leído los cómics, lo que más le impresionó no fueron los poderes cambiados ni Amir ni las Dagas Rojas. A mi hija le impresionó ver una noria en la fiesta del Eid, acostumbrada a la minimezquita del barrio, a los rezos comunitarios ocasionales en el parque y a que nos pregunten por qué la niña rubia no quiere cerdo. Quiere llevar hijab porque quiere ser Nakia. De momento es esa chavala sentada en lo alto de la farola, como en la portada de McKelvie, vigilando a villanos de otra dimensión mientras chatea. La vida misma, alhamdulillah.
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Aránzazu Ferrero es escritora y guionista.
Bismillah: con el nombre de Dios. Así comienza el Corán. Así comienza todo, hasta el examen de conducir.
Una se afirma musulmana o musulmán mediante la shahada, el testimonio de fe. No existe más que un Dios, de Quien Muhammad fue siervo y...
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Aránzazu Ferrero
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