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Decía Saramago que la identidad de una persona no es el nombre que tiene, el lugar donde nació, ni la fecha en que vino al mundo. La identidad de una persona consiste, simplemente, en ser, y el ser no puede ser negado. Pues bien, el actual Atlético de Madrid, por lo que sea, no es. Y no sé bien por qué o por quién, pero hace tiempo que no veo al Atlético de Madrid en el campo. Veo otra cosa. Una colección de buenos jugadores, si quieren, que la mayoría del tiempo presenta la forma de un colectivo falto de conexión. Un colectivo sin identidad, que es lo más preocupante. Sí, porque la identidad del Atleti no la define el salario de sus jugadores, una playa artificial con pistas de pádel, o la vistosidad con la que se mueve el balón. La identidad, me temo, es una cosa mucho más complicada. Y no la veo. Y me preocupa. Mucho.
El partido de Leverkusen creo que no sólo ha estado mal planteado desde el principio, sino que se ha jugado de forma excesivamente mediocre. Con una mezcla de miedo y desdén, sin pasión en cualquiera de sus variedades y sin ningún tipo de agresividad. Es decir, sin lo que antes eran las señas de identidad de este equipo. Ni siquiera fueron capaces de gestionar con algo de habilidad las emociones del rival, un equipo que llegaba al partido en horas bajas y que jugaba frente a una grada que podía ponerse en contra a poco que se apretaran un poco las costuras. Ni siquiera. El Club, y aquí incluyo a todos, lleva varias semanas chapoteando en un lago de incertidumbre y desazón que cada vez es más ancho y profundo. Viviendo noches como las de hoy, será cada vez más difícil divisar la orilla.
Simeone sacó al campo un equipo repleto de cemento. Una defensa de cinco sin profundidad en los laterales. Es decir, cinco defensas con la idea de defender. A eso le sumó un centro del campo repleto también de hormigón y carente de creatividad. ¿Por qué lo hizo? Imagino que quería evitar las contras del equipo alemán, que fueron su mejor arma el año pasado. Entiendo la idea, pero me deprime la ejecución. Sí, porque el exceso de músculo, para mí innecesario, hacía que el equipo estuviese muy desequilibrado. Si el hecho de que no pasase nada en el campo podemos asociarlo a controlar el partido, efectivamente el Atleti controló la primera parte. Eso sí, a costa de no ejecutar un solo tiro a puerta. No parece la mejor de las ideas.
El Atleti se perdía en la mediocridad de su planteamiento, en la falta de velocidad de sus futbolistas y en la ausencia total de agresividad
El Atleti se perdía en la mediocridad de su planteamiento, en la falta de velocidad de sus futbolistas y en la ausencia total de agresividad para dominar el marcador. João Félix parecía un espontáneo que se había tirado al campo para molestar, porque era el único que intentaba salirse de la desesperante mediocridad que lo envolvía todo. Enfrente, el Bayer, lógicamente, se sentía cada vez más cómodo.
Lo único destacable de la primera parte fue que asistimos a uno de los robos más flagrantes que yo he visto desde que funciona esto del VAR. Una mano en el área pequeña de los alemanes que es exactamente la definición de mano. Véanlo y juzguen ustedes mismos. No hay “Zona Dogso” que lo salve. Uno puede entender que un señor al que le pagan una millonada por ver ese tipo de cosas no las vea en el césped. Venga. Lo que es imposible de entender, sin apelar al delito, es que los profesionales del VAR colaboren con este reality llamado Champions de una manera tan burda. Es el mercado, amigo.
Simeone retiró a Saúl en el descanso (errático y totalmente intrascendente) colocando a De Paul. Es decir, insistió otra vez en lo mismo. El argentino es un jugador casi tan lento como Koke, que sigue buscando su sitio en este equipo y que ha demostrado poco con la camiseta rojiblanca. Mi sensación es que tiene más minutos de los que le corresponden, pero puede que sea sólo una sensación.
El partido, por llamarlo de alguna forma, siguió igual hasta el minuto en el que la directiva del equipo permitió que Griezmann saliese a jugar. Carrasco se sumó a la partida y el equipo fue mejor, lo que tampoco era muy difícil. El problema es que seguían teniendo las mismas carencias de antes (falta de agresividad, inapetencia, horizontalidad), e incluso alguna más, porque el equipo quedaba debilitado en la parte de atrás con la salida de Reinildo. El Atleti se quedó con el balón, pero empezó a triangular con él como si estuviesen en un reportaje de Amazon y no en un partido europeo. Cambiaron las sensaciones y cambió el lugar del campo en el que se jugaba, pero no cambió el número de ocasiones de gol. Cero.
Simeone, seguramente desesperado, modificó la delantera. Correa y Cunha son futbolistas de primer nivel y pueden resolver un partido en cualquier momento. El problema, me temo, no era ese. Tampoco lo era dejar o no dejar a João en el campo. El problema, ya lo hemos visto, es otro. Los cambios trajeron además otro efecto no deseado, aunque previsible: el equipo se desequilibró todavía más. Ir a la desesperada sin agresividad, sin personalidad y sin precisión dejaba mucho espacio a la espalda de tu defensa. Seoane, el entrenador local, lo vio tan claro que decidió poner en el campo a sus dos jugadores más rápidos. Y claro, dos contras, dos goles. Fin del partido. El Bayer Leverkusen, que había comenzado el encuentro en depresión, era ahora un equipo feliz. Enfrente, el Atleti seguía sin tirar a puerta. Frío. Sin sangre. Sin comunión. Sin identidad.
La derrota aprieta el grupo de Champions y hace que todo siga prácticamente como empezó. Si uno amplía el foco y respira muchas veces seguidas puede incluso que piense que tampoco se ha perdido tanto. Y quizás tenga razón, porque el drama ahora mismo es otro. Tal y como lo veo yo, es muy difícil identificarte con algo que no consigues reconocer.
Decía Saramago que la identidad de una persona no es el nombre que tiene, el lugar donde nació, ni la fecha en que vino al mundo. La identidad de una persona consiste, simplemente, en ser, y el ser no puede ser negado. Pues bien, el actual Atlético de Madrid, por lo que sea, no es. Y no sé bien por...
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