EN MAYÚSCULAS
La buena escuela
No en todas las casas se promulgan como importantes los valores de respeto, empatía, humildad y tolerancia, sino que prima el construir otro tipo de personalidades que conciben como normal el privilegio
Ana Bibang 26/10/2022
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Que va a ser que la buena escuela es como la buena estrella, la tienes o no la tienes.
Servidora la tuvo desde bien pequeña, en casa, donde nunca faltó tiempo para educar o reprender si correspondía, pero sobre todo para transmitir valores. Y oigan, para llevar a cabo estas labores, no hizo falta organizar un simposio con un calendario de jornadas, bastó con querer hacerlo, normalizando y premiando lo que está bien y explicando y/o sancionando lo que está mal.
Bien es cierto que es necesario distinguir el bien del mal, porque si no se tiene claro, igual se es un poquito psicópata; pero esto ya es otra historia, así que vamos al turrón.
Como comentaba, quien escribe estas líneas tuvo su buena escuela en casa, y cuando salí del nido y empecé la vida académica, lo hice con una mochila bien construida.
Fui niña de colegio de monjas, en el centro concertado del barrio, gestionado por una orden religiosa de larga trayectoria misionera, donde se premiaba el trabajo y el buen comportamiento, se prestaba apoyo a las niñas más desfavorecidas o aquellas que tenían más dificultades en el aprendizaje y, por descontado, se sancionaba con dureza el mal comportamiento y la falta de respeto o educación.
Y qué cosa, porque nunca se me aplicó aquello de que “la letra con sangre entra”, ni tengo ningún trauma mental por la disciplina recibida, al contrario, aunque me llevaban más tiesa que una vela y el adoctrinamiento católico me llevó directa al agnosticismo, guardo buenos recuerdos de aquella época y usos y costumbres que me acompañan.
Así debía ser también en el colegio religioso masculino que estaba enfrente del mío; con su alumnado empezaron los primeros flirteos inocentes (y no tan inocentes) y las primeras fiestas, así como los encuentros y desencuentros propios de la edad, sin que se supiera de ningún incidente desagradable entre ambos centros.
Entonces y ahora, lo que acabo de detallar era y es para mí lo normal y lo entendía como aplicable al resto de la población. Ilusa de mí.
Yo tuve la buena estrella de tener una buena escuela, pero el entorno en el que una vive es solo una parte de un todo y ahí fuera, en ese todo, hay infinitas categorías de fauna y flora. Me tocó descubrirlo en su momento y ahora, lo sigo presenciando.
Descubrí que no en todas las casas se promulgan como importantes los valores de respeto al semejante y al diferente, la empatía, la humildad o la tolerancia, sino que prima el construir y garantizar otro tipo de personalidades que conciban como normal el privilegio, que sepa mandar pero no acatar, que perpetúen el concepto de clase que les sitúa en la de más alto rango para mirar “desde arriba” al de “abajo”, (al que se puede menospreciar sin problema) y que mantenga las distancias con aquellos de no sean de su “tribu”; por supuesto, las políticas sociales, de igualdad o feministas les provocan el mismo rechazo que comer piedras, porque en su entorno “esas cosas no pasan”, ergo, no son necesarias. Solo faltaba. Eso es de pobres.
Y ya está preparada la mochila con la que algunos salen de casa.
Por supuesto, el camino continúa por raíles que sustentan lo que para ellos es un dechado de virtudes, en instituciones educativas y entornos académicos donde se retroalimenta lo aprendido, recibido y heredado ideológicamente sin ningún atisbo de crítica o revisión. Y si puede ser en grupo, por aquello de que la catarsis colectiva siempre une mucho y desde la soberbia que proporciona el saberse respaldado por el poder económico y social, mucho mejor. Que se sepa.
Y así, entonces y ahora, llegan algunos individuos a colegios mayores como el centro Elías Ahuja y protagonizan sin pudor episodios tan lamentables como el que hemos presenciado estos días. Normalizado y consentido, por heredado y aprendido. Sin más.
Normalizado, porque no es la primera vez que ocurre ni será la última; pero al menos, si la primera en la que se descubre de forma pública, porque en la era de las redes sociales y los smartphones es fácil mostrar lo que no se quiere enseñar, para bien o para mal y forzar a más de uno a plegarse a la evidencia.
Consentido, por los responsables que hacen dejación de sus funciones y miran para otro lado ante situaciones vergonzantes, porque son “tonterías de adolescentes”, “cosas de chavales que no van más allá”. Y por ellas, las receptoras, abnegadas justificadoras de lo cometido por los miembros de su misma “tribu”, porque por encima de todo está la tribu.
Otro gallo cantaría si en vez de los miembros de la tribu, hubieran sido un grupo de chavales de un barrio cercano los que se hubieran unido al ritual entre colegiales, dirigiéndose a las alumnas en semejantes términos. Entonces no sería una tradición estudiantil, sino una agresión verbal injustificable a manos de unos delincuentes de arrabal y se clamaría al cielo pidiendo que se tomaran medidas protección, al mismo tiempo que se increparía a políticos progresistas y movimientos feministas por no lanzarse a las calles y rasgarse las vestiduras para proteger a unas jóvenes estudiantes. Ya lo creo que sí.
Pero bueno, esa es la escuela que han tenido algunos y que siguen a pies juntillas, hasta el punto de llegar a minimizar el daño o perjuicio que sus actos puedan causar a terceros; sin embargo, como a una servidora le tocó descubrir en su día a contrario sensu, el entorno que a una le rodea no es el todo y esta vez, ese todo incluye una sociedad que alza la voz, se indigna y denuncia los comportamientos machistas, agresivos, humillantes e insultantes.
Como no puede ser de otro modo y porque no está bien. Tal y como aprendimos en la buena escuela.
Que va a ser que la buena escuela es como la buena estrella, la tienes o no la tienes.
Servidora la tuvo desde bien pequeña, en casa, donde nunca faltó tiempo para educar o...
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Ana Bibang
Es madrileña, afrodescendiente y afrofeminista. Asesora en materia de Inmigración, Extranjería y Movilidad Internacional y miembro de la organización Espacio Afro. Escribe sobre lo que pasa en el mundo desde su visión hipermétrope.
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