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Hace unas semanas, los profesores Steven Barnett, Tom Murdoch y Judith Townend publicaban un artículo en Journal of Media Law cuyo título planteaba la transformación de los medios en organizaciones benéficas: “Where public interest and public benefit meet: the application of charity law to journalism”. En un país como España, esta idea resulta extraña, pero lleva ya algunos años siendo objeto de debate en el Reino Unido, donde incluso hay modelos de éxito que unen prensa, caridad y donaciones. Sobre este asunto, Roy Greenslade y el propio Steven Barnett se preguntaban en 2014 si la caridad podría salvar a la prensa de proximidad, poniendo como ejemplo el Maidenhead Advertiser. Se trata de un periódico semanal local, gestionado por el Louis Baylis Charitable Trust, que lleva funcionando como institución caritativa que realiza importantes donaciones a la sociedad civil desde 1962, sin renunciar a la rentabilidad.
La idea fundamental que gravita sobre el denominado charitable journalism tiene que ver con la posibilidad de dar salida al sector informativo, en un momento de crisis de negocio, mediante la concesión a las empresas periodísticas del estatus de organizaciones benéficas. La fórmula parece ideal, pues posibilita la entrada de benefactores que pueden proveer de fondos al medio, lo que garantiza su continuidad, con los beneficios que ello reporta en términos democráticos. Sin embargo, la realidad demuestra que la información es un bien público a proteger y que los donantes pueden tener intereses temáticos y/o financieros que desvirtúan su papel. Por este motivo, la Charity Commission de Reino Unido ha identificado los principales propósitos que debe tener cualquier empresa mediática si quiere ser considerada de carácter filantrópico. Entre ellos, hay algunos que podrían encajar con los fines de una corporación periodística, sobre todo cuando se refieren a los avances del desarrollo comunitario y cívico o a dar una visión general sobre el beneficio público de la institución.
La posibilidad de transformar una empresa informativa en una entidad altruista ha tomado tanto impulso en Gran Bretaña que, incluso, se ha puesto en marcha el Charitable Journalism Project. Se trata de una iniciativa que reúne a periodistas, donantes, abogados, académicos y expertos que trabajan juntos para impulsar un “periodismo de interés público” que se canalice a través de organizaciones independientes y de carácter benéfico. El objetivo de la propuesta persigue dos tipos de rendimientos para este nuevo charitable journalism. Desde el punto de vista económico, las exenciones fiscales que se producen redundan en ingresos adicionales que pueden servir de sustento al medio en cuestión. Siguiendo los datos de THE CAIRNCROSS REVIEW. A sustainable future for journalism, en países como Canadá, el gobierno puso en marcha un paquete de medidas fiscales en 2019 (por un montante de 400 millones de euros), en el que se incluía el estatus de entidad benéfica para las empresas informativas, como posibilidad para acometer la fuerte crisis económica que afecta al sector periodístico. En segundo lugar, este nuevo modelo de financiación permite invertir en periodismo local y de investigación como forma de reforzar la democracia, al menos desde un punto de vista teórico.
Multinacionales como Facebook llevan realizando alianzas con organizaciones como la Fundación Gabo desde 2017 en lo que se denomina Proyecto de Periodismo
Mientras que en países como Estados Unidos, la cuestión de la intervención filantrópica en diferentes sectores está fuertemente arraigada, el debate sobre su vinculación al periodismo está siendo discutido en otros países europeos, tal y como hemos visto en Gran Bretaña. La propuesta se dirige así a la posible transformación de empresas periodísticas en organizaciones sin ánimo de lucro financiadas por donantes/filántropos que permitiría promover investigaciones informativas centradas no en inclinaciones corporativas/políticas sino en el interés público. Según el informe A new deal for journalism, realizado en 2021 por el Working Group on the Sustainability of Journalism del Forum on Information and Democracy, la discusión sobre qué define a una organización como “caritativa” en el marco de los medios de comunicación está abierta en lugares como Canadá, Australia, Alemania o Francia, donde las autoridades se muestran más cautas. En este sentido, el escrutinio que estos países hacen sobre el carácter filantrópico de las corporaciones informativas puede tener que ver con las intenciones de los posibles donantes. Multinacionales como Facebook llevan realizando alianzas con organizaciones como la Fundación Gabo desde 2017 en lo que se denomina Proyecto de Periodismo de Facebook para formar a periodistas de Iberoamérica. Una de las actividades, realizada en 2021, tenía que ver con el manejo de salas de redacción y específicamente se afirmaba que “los participantes pudieron conocer y acercarse a herramientas y buenas prácticas para conectar más con las audiencias a través de Facebook e Instagram”. Cabe preguntarse, entonces, si la inversión aparentemente desinteresada de la corporación le reporta en realidad beneficios, no solo de autopromoción, sino de control informativo a través de sus dos principales empresas.
Muchos medios adaptan sus intereses, de manera consciente o no, a las agendas que priorizan los filántropos. Negarse es difícil
El listado de medios que han recurrido al dinero de filántropos es extenso. No es un fenómeno novedoso, pero sí ha crecido sustancialmente como consecuencia de la crisis económica en la que están inmersas las empresas periodísticas tras la recesión mundial de 2008. Esta situación ha incrementado de manera exponencial el flujo de dinero procedente de las fortunas privadas hacia los medios. Los datos lo confirman: según recoge la web Media Impact Funders, desde 2009 hasta 2022 entidades como la Fundación Ford, Google.org Corporate Giving Program, la Fundación Knight, la Fundación Bill&Melinda Gates, o la Fundación MacArthur han donado más de mil millones de dólares a proyectos periodísticos de diversa índole. La suma total asciende a más de 27.000 millones de dólares en el período apuntado. Una cantidad nada desdeñable para un fenómeno al que se le ha puesto la etiqueta de filantroperiodismo.
Los filántropos no tienen reparos en financiar medios consolidados (como The Guardian, The New York Times, The Financial Times, Der Spiegel, Le Monde o El País), medios sin ánimo de lucro (ProPublica, The Intercept), así como cualquier otra iniciativa que coincida con sus compromisos altruistas. Es aquí donde se produce el primer problema: muchos medios adaptan sus intereses, de manera consciente o no, a las agendas que priorizan los filántropos. Negarse es difícil, dado que las temáticas abordadas concitan interés para la opinión pública: educación, menores, colectivos vulnerables, género, derechos humanos, sostenibilidad y medioambiente, etc. Es lo que Rodney Benson denomina fashionable issues, temas de moda con efecto e impacto inmediato en redes sociales. ¿Quién puede resistirse? Los ‘likes’ y ‘retuits’ están asegurados.
Un 52% de los donantes admiten que el dinero invertido en los medios se destinaba a la cobertura informativa de áreas donde deseaban lograr un cambio
Se olvidan, entonces, los criterios periodísticos para la selección de temáticas relevantes (la famosa agenda setting) y los reporteros rediseñan la esfera del interés general, desarrollando su labor informativa solo sobre los temas que reciben, prioritariamente, los fondos de los donantes. Esto provoca cambios directos sobre las rutinas laborales en las redacciones: no es extraño pensar que aumenta el clima de censura interna que, a su vez, lleva al profesional a autolimitarse, lo que provoca, irremediablemente, una disminución del caudal de información que reciben los ciudadanos a través de los medios. Esto anula al periodista en la toma de decisiones (ya no puede controlar, como profesional, la cobertura informativa), al tiempo que destruye los lazos de solidaridad establecidos en la redacción, pues se establece una competencia atroz para conseguir el preciado botín de la subvención, la beca, la ayuda e, incluso, el premio. Y en la ciudadanía, se provoca un claro menoscabo de su capacidad de informarse libremente y desarrollar un pensamiento crítico en relación con la realidad que le rodea.
Mientras todo esto sucede en la profesión y en la sociedad, para los donantes, invertir en los medios y lograr acercarse a la opinión pública es como encontrar una pepita de oro en una mina. Las razones se encuentran en lo que los investigadores Martin Scott, Mel Bunce y Kate Wright denominan capital simbólico: el prestigio de determinadas iniciativas publicadas, la atención por parte de otros medios, la capacidad de emerger de manera diferenciada dentro del vasto y variado entorno mediático. Y, finalmente, asociados a todos estos valores, que los donantes sean capaces de influir sobre la toma de decisiones políticas con las campañas de opinión pública generadas. Así, los filántropos se han dado cuenta de que ya no necesitan acudir a las estrategias de lobby a puerta cerrada para cambiar la agenda política, sino que lo pueden hacer a plena luz del día, a través del espacio público del periodismo.
En el filantroperiodismo acaban repitiéndose los mismos vicios que en el periodismo tradicional: dar prioridad a las temáticas que redundan en el mantenimiento del statu quo
Es fácil creer que las fundaciones juegan un papel más transparente que los antaño dueños de los medios y que siempre van a estar dispuestas al escrutinio. Ello dista mucho de la realidad. Así lo demuestra un estudio realizado en 2016 por el Instituto de Prensa Americano. El informe de resultados contemplaba cómo, a pesar de las reclamaciones sobre transparencia, no todos los medios entrevistados identificaban a sus donantes (solo un 25%). Además, un 52% de los donantes consultados admitían abiertamente que el dinero invertido en los medios se destinaba a la cobertura informativa de áreas donde deseaban lograr un cambio.
Podemos concluir que en el mundo altruista del filantroperiodismo acaban repitiéndose los mismos vicios que en el periodismo tradicional: dar prioridad a las temáticas que redundan en el mantenimiento del statu quo en el que los millonarios ostentan un lugar privilegiado, y en el que no se abre ninguna brecha en su legitimidad social como líderes éticos que contribuyen a hacer del mundo un lugar mejor. Esto refleja el conflicto cruel que se dirime entre el trabajo que se supone deberían hacer los periodistas, investigar el incorrecto funcionamiento del sistema e informar sobre ello, y las necesidades de los filántropos: ocultar que, gracias al incorrecto funcionamiento del sistema, ellos se benefician.
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Aurora Labio-Bernal y Lorena R. Romero-Domínguez son profesoras de Periodismo en la Universidad de Sevilla y autoras del libro Periodismo S.O.S. Del filatrocapitalismo al poder que mata (Ed. Pirámide, 2022).
Hace unas semanas, los profesores Steven Barnett, Tom Murdoch y Judith Townend publicaban un artículo en Journal of Media Law cuyo título planteaba la transformación de los medios en organizaciones benéficas: “
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Aurora Labio-Bernal
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/ Lorena R. Romero-Domínguez
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