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Negro sobre negro VI

Jean-Claude Izzo: poeta, inmigrante, marsellés

El discreto escritor de poemarios que en los cinco últimos años de su vida se convirtió en un fenómeno editorial del ‘noir’

Xosé Manuel Pereiro 4/12/2022

<p>Jean-Claude Izzo.</p>

Jean-Claude Izzo.

Colección Sébastien Izzo

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Nació en los estertores de la II Guerra Mundial, en el barrio marsellés de Panier, lo que quedaba de la Massilia fundada por los griegos y de la ciudad medieval entre murallas, después del urbanismo quirúrgico del siglo XIX y de la demolición, todavía más quirúrgica, que hicieron los ocupantes nazis en 1943 para evitar que allí se refugiasen los de la Resistencia. Los que fueron refugiándose allí eran los que acudían a hacer los trabajos que no querían hacer los franceses. Ritals (los italianos, de “r(efugié) italien”), fuesen nabos (napolitanos, italianos del Sur) o babis (los del Norte); espingouins (españoles), argelinos (y desde la independencia de Argelia, pieds-noirs), armenios… “Marsella es la única ciudad del mundo donde alguien puede llegar con su maleta, sin un céntimo en el bolsillo y decir: aquí estoy en casa”, dijo Jean-Claude Izzo en 1995, en el festival Etonnants Voyageurs, en Saint-Malo (Bretaña).

En el Panier había nacido su madre, Isabel Babbete Navarro, hija de emigrantes españoles. Y allí llegó su padre a los 14 años, desde Castel de San Giorgio (Salerno), huyendo del hambre y de Mussolini. Su madre era costurera y su padre camarero, así que, pese a destacar en la escuela y a las inquietudes culturales que mostraba al escribir poemas e historias, las autoridades académicas derivaron al joven Jean-Claude a una formación más acorde con su barrio y sus orígenes familiares: tornero. No se sabe (al menos yo) si ejerció alguna vez ese oficio. En 1963 comenzó a trabajar en una librería y se implicó con Pax Christi, un movimiento pacifista católico. Al año siguiente lo llamaron a filas, a Toulon. Protestó con una huelga de hambre durante un mes, que le costó ser destinado al ejército colonial, a Djibouti, y allí a mes y medio de cárcel. Perdió 15 kilos.

Destrucción del Panier por los nazis en feb 1943. Fuente: Bundesarchiv. Wolfgang Vennemann

De vuelta a Francia, se afilió al PSU (escisión de izquierdas de la SFIO, el entonces partido socialista oficial) y fue candidato en sus filas en las legislativas de 1968. Después se afilia al PCF y comienza a trabajar en el diario comunista La Marseillaise. En esa época (1970) sale a la luz el primero de sus poemarios, Poèmes à haute voix. Publicará un total de seis hasta 1976, dos años antes de dejar el Partido Comunista, La Marseillaise y Marsella e irse a París a trabajar, entre otras publicaciones, en una revista mutualista. Mantiene un silencio editorial de casi dos décadas hasta que, con 50 años, deja caer la bomba Total Kheops, la primera obra de su ‘Trilogía de Marsella’. Editada, como las otras dos (Chourmo, y Soleá), por la Série noire de Gallimard, vendió en Francia 140.000 ejemplares y ganó el Trophée 813 de 1995 a la mejor novela francófona. E Izzo se mudó a Bretaña, a Saint-Malo.

Total Khéops (el título, “follón total”) es una frase creada por Akhenaton, fundador del grupo de rap IAM, y tiene, como toda la trilogía, dos protagonistas, Fabio Montale y Marsella. El apellido Montale es un homenaje al poeta italiano Eugenio Montale, el personaje lo es al Pepe Carvalho de Vázquez Montalbán. Como el exagente de la CIA barcelonés de origen gallego, Fabio Montale tiene un buen nivel cultural, pero en lugar de quemar libros después de haberlos leído, cita a poetas. También, como Carvalho y como casi todos los protagonistas del policial mediterráneo, es un amante de la gastronomía local. “Ange nos había colocado en la terraza, con una botella de rosado del Puy-Sainte-Réparade. De menú, relleno de tomate, patatas, calabacín y cebolla. Tenía hambre, y estaba delicioso. Me encanta comer. Pero más cuando tengo problemas, y más aún cuando me codeo con la muerte” (Chourmo).

Total Kheops vendió en Francia 140.000 ejemplares y ganó el Trophée 813 de 1995 a la mejor novela francófona

En la primera novela, Montale es policía, y como es habitual en el género, no está contento. “Los viejos amigos que ya no me llamaban. Las mujeres que me abandonaban. Mis sueños y mis iras los habían puesto en cuarentena. Envejecía sin desear nada ya. Sin pasión. Follaba con putas. Y la felicidad estaba en la punta de una caña de pescar”. No está contento con su trabajo. Está mal considerado en comisaría –lo de citar poetas probablemente no ayude– y por ello, para que haga labor de contención social, está destinado a las cités, los barrios de inmigrantes árabes. Esos barrios que la mayoría de los marselleses no conocen ni conocerán “y que mirarán siempre con los ‘ojos’ de la tele. Como el Bronx, vaya”. Esos sitios en los que hay que saber por dónde se pisa y quién es quién: “Nuevo en el barrio igual a peligro. Poli. Soplón. O el nuevo propietario de una finca rehabilitada que iría a quejarse de inseguridad ciudadana al ayuntamiento. Vendría la pasma. Controles, días en comisaría. Quizás hostias. Marrones. Una vez a su altura, echó una mirada al que tenía pinta de cabecilla. Una mirada directa, franca. Breve. Después continuó. No se movió ni uno. Se habían entendido”.

Tampoco está precisamente contento con el mundo en general: “Cada año tachaba de mi libreta al amigo que decía alguna frase racista. Despreciaba a aquellos que ya sólo soñaban con un coche nuevo y vacaciones en el Club Mediterráneo. Olvidaba a todos los que jugaban a la lotería. Me gustaba la pesca y el silencio. Caminar por las colinas. Beber cassis fresco. Lagavulin, u Oban, por la noche, tarde. Hablaba poco. Tenía opinión sobre todo. La vida, la muerte. El Bien, el Mal. Estaba loco por el cine. Me apasionaba la música. No leía ya las novelas de mis coetáneos. Y, por encima de todo, me repugnaban los tibios, los blandos”. De hecho, de una familia modesta, utilizada a su pesar por mafiosos, hace este cruel retrato: “En sus ojos, huidizos, ni una chispa de rebeldía. Amargados de nacimiento. Sólo sentirán odio por los más pobres que ellos. Y por todos esos que les comerán el pan. Árabes, negros, amarillos. Nunca estarían contra los ricos. Se veía ya lo que iban a ser. Poca cosa. En el mejor de los casos, los chicos, taxistas como su papá. Y la chica, peluquera. O dependienta del Carrefour. Franceses medios. Ciudadanos del miedo”.

Pero, sobre todo, Fabio Montale/Jean-Claude Izzo está muy, muy descontento con la deriva de la otra protagonista de la Trilogía, Marsella. “Marsella no es una ciudad para turistas. No hay nada que ver. Su belleza no se fotografía. Se comparte. Aquí hay que tomar partido. Apasionarse”, escribió. “Yo pertenecía a esa raza de marselleses a los que se la pela la imagen que puedan tener en París, o donde sea, de nosotros”. Ese “donde sea” incluye Europa, o Bruselas, y su plan Euroméditerranée para que Marsella vuelva a entrar en la escena internacional. “Ese nuevo puerto interesaba tremendamente a los promotores inmobiliarios. Doscientas hectáreas para construir. Una verdadera mina. Imaginaban que trasladarían el puerto y construirían una nueva Marsella a la orilla del mar. Ya tenían los arquitectos y los proyectos iban viento en popa. Yo no podía concebir Marsella sin sus dársenas, sus viejos hangares sin barcos”, hace decir Izzo a su personaje. Y lo podríamos suscribir muchos de los que vivimos en ciudades portuarias. Toda la narrativa descarnada que Izzo usa para describir los hechos se convierte en lenguaje poético cuando describe los itinerarios por su ciudad, sus cambios de luz.

Sobre todo, Fabio Montale/Jean-Claude Izzo está muy, muy descontento con la deriva de la otra protagonista de la Trilogía, Marsella

Montale tiene un pasado de delincuente juvenil, y Total Khéops es la investigación centrada en sus dos amigos de la infancia, que optaron por seguir en el lado salvaje de la vida y a los que acaban de matar. Los recuerdos del pasado común de los tres, y de Lole, la mujer a la que amaron, se mezclan con la descripción del racismo contra los inmigrantes magrebíes y del creciente fenómeno de la extrema derecha, aliada de la mafia local (que aparece con nombres y apellidos reales). El policía misántropo ha dejado de serlo (policía) en la segunda novela Chourmo (1996). El título está también extraído del mundo del rap. Los seguidores del Massilia Sound System lo habían tomado como denominación del provenzal chiourme, los remeros de las galeras, y una traducción muy libre sería “la basca”. Montale, a título particular, intenta dar con el hijo adolescente de una prima, amor de juventud, para encontrarse con que la corrupción económica va ahora de la mano de los expresos convertidos en islamistas radicales. (Si se están preguntando a qué viene tanto rap, Izzo/Montale reconoce que no aprecia demasiado la música, pero admira las letras, y asegura que los marselleses están especialmente dotados para ello porque practican la tchatche, una palabra y una costumbre que viene del castellano ‘cháchara’).

En contraste, la trilogía la cierra Soleá (1998). No solo por el palo del flamenco preferido de su amor imposible, Lole, sino por el tema de Miles Davis de ese título. Soleá es una muestra más, según su autor, de que el horror (de la Mafia, en este caso internacional) supera en la realidad a cualquier ficción, como sufren en sus carnes los personajes. La mezcla de realidad cruda y terrible y de poesía llamó la atención de Joan de Segarra, que en 2001 se preguntaba en El País por qué la obra de Izzo no se había traducido, que él supiera, a ninguna de las cuatro lenguas peninsulares. Incluso se comprometía a hacerle al editor una bullabesa para la presentación a la prensa. No fue hasta 11 años después cuando Akal se animó a empezar a publicar –no sabemos si bullabesa de por medio– los tres libros de Izzo, en traducción de Matilde Sáenz López.

Jean-Claude Izzo, por supuesto, no llegó a conocer las versiones en la lengua de sus abuelos maternos. Enfermo de cáncer, en los menos de cinco años que tuvo después de su primera novela, publicó, además de la trilogía, tres libros de poesía y otras dos novelas: Les marins perdus (Los marineros perdidos. Ed. Montesinos) y Le soleil des mourants. Murió, en Marsella, en 2000. Un año antes, afortunadamente, de ver cómo en una serie de televisión quien interpretaba a su Montale –entre las protestas de la familia– era Alain Delon, un derechista amigo de mafiosos.

Nació en los estertores de la II Guerra Mundial, en el barrio marsellés de Panier, lo que quedaba de la Massilia fundada por los griegos y de la ciudad medieval entre murallas, después del urbanismo quirúrgico del siglo XIX y de la demolición, todavía más quirúrgica, que hicieron los ocupantes nazis en 1943 para...

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Autor >

Xosé Manuel Pereiro

Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias

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