televisión
‘Los anillos de poder’: una adaptación mefistofélica
Sobre la pertinencia, a estas alturas de la película, de adaptar de nuevo a Tolkien y…
Pablo Ríos 10/12/2022
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Es tan sencillo
como un anillo (...)
Kiko Veneno
1. J.R.R. Tolkien y los agujeros
John Ronald Reuel Tolkien: filólogo, profesor, poeta, escritor a tiempo parcial y empollón a tiempo completo, autor de El Señor de los Anillos y, por extensión, de la Tierra Media. Uno de los creadores más influyentes de todo el siglo XX y de lo que llevamos del XXI. El colosal compendio de su obra de fantasía, compuesto por varias novelas, centenares de poemas y canciones, miles de cartas, notas al pie y varios idiomas creados ex profeso (con sus declinaciones y conjugaciones y lo que haga falta) parte, en origen, de la necesidad de distraer a sus hijos pequeños antes de dormir y de una frase garabateada mientras corregía exámenes en Oxford: “En un agujero, en el suelo, vivía un hobbit”. En realidad, todas las ideas salen de agujeros o sirven para salir de ellos. La obra de Tolkien estaba plagada de agujeros: en una reescritura constante, los nombres de sus personajes, las cronologías de sus aventuras y sus hazañas mismas permutaban y bailaban en sus páginas remedando la naturaleza de las viejas leyendas, en una suerte de transmisión oral sin más rapsodas que el propio Tolkien. Sin embargo, si bien la finalidad expresa de Tolkien con su obra era crear una mitología para Inglaterra (se ve que no gastaban mucho de eso allí), muy pronto el peaje se volvió necesario. Sí, la Tierra Media era lo suficientemente fértil para que en el futuro brotaran nuevas mutaciones de sus viejas tradiciones, pero las mitologías no salen gratis en el mundo moderno.
2. Siempre es cuestión de dinero
El asunto es que en 1968 Tolkien negoció la venta de los derechos de adaptación a otros medios (tanto artísticos como de pura explotación mercantil) de El Hobbit y de El Señor de los Anillos. Finalmente es la compañía del magnate hollywoodense Saul Zaentz quien adquiere los derechos y los conserva hasta hoy día (un apuntito: Zaentz, ya fallecido, fue el clásico hombre del espectáculo con mil frentes abiertos, entre ellos, un pleito de décadas con John Fogerty y la Creedence Clearwater Revival, pero eso es otra historia y etcétera, etcétera). Desde entonces, la obra de Tolkien ha sido adaptada legítimamente en varias ocasiones, de hecho, en el mismo 1968 se emite el serial radiofónico “El hobbit”, producido por la BBC. En 1977 llegaría a los cines la versión animada del mismo libro, a cargo de Jules Bass y Arthur Rankin Jr., y el año siguiente le llegaría el turno a El Señor de los Anillos, la lisérgica adaptación a cargo de Ralph Bakshi. Tras un parón de décadas en el que se barajaron multitud de proyectos desquiciados (uno de ellos contaba con los Beatles como protagonistas), en 2001 se estrena La Comunidad del Anillo, la primera película de la trilogía de Peter Jackson que se convertiría en el canon audiovisual para cualquier otra adaptación de Tolkien en el futuro (el mismo Jackson convirtió El hobbit en otra mastodóntica trilogía fílmica), o sea, hoy, o sea, Los Anillos de Poder.
Los Anillos de Poder es un espanto mayúsculo que destruye todos los presupuestos que Tolkien haya abordado alguna vez
Tras este breve repaso cronológico, algunas consideraciones. El hobbit de Bass y Rankin y El Señor de los Anillos de Bakshi son dos películas imaginativas y llenas de hallazgos, pero durante años fueron consideradas por los admiradores de Tolkien como traidoras a su espíritu por tomarse demasiadas licencias creativas. Este punto es central: ¿en qué consiste una adaptación? ¿Cuáles son las fronteras que delimitan la tensión entre la obra original y la intención de los creadores de la versión? ¿Cuáles son los términos de la traición?
Como indicamos antes, las películas de Peter Jackson fijaron el look que iba a tener la Tierra Media de ahora en adelante. Sí, son visualmente esplendorosas, el elenco actoral estuvo entregado a la causa y su ambientación es de rechupete, pero la identificación del universo tolkeniano con la obra de Jackson vuelve a poner de manifiesto la hegemonía de lo licenciado (esto es, lo pagado) sobre cualquier otra versión apócrifa. Y si alguien puede pagar algo, lo que sea, en este tardocapitalismo inflacionista es Jeff Bezos, Mr. Amazon en persona.
3. ‘Los Anillos de Poder’ y por qué te han subido la cuota de Amazon
Bien, vamos al turrón, porque llevo ya dos preámbulos y creo que todavía no he mordido donde quiero morder. Esta es la idea central: Los Anillos de Poder, la serie producida por Amazon, es un espanto mayúsculo que destruye todos los presupuestos que Tolkien haya abordado alguna vez en su obra, una suerte de fanfic puesto en marcha por roleros (que dios bendiga a los roleros, tranquilidad) desnortados. Eso sí, gracias al pago previo de una cantidad indecente de dólares de curso legal, Los Anillos de Poder entra dentro de la liga de adaptaciones oficiales de la obra del sudafricano, así que aquí paz y después gloria.
El jaleo legal gracias al cual se ha podido rodar la serie bien merece otro artículo, pero el resumen destiladísimo de la cosa es el siguiente: Amazon ha adquirido el trademark El Señor de los Anillos, y con él su lore (este término me da un poco de repelús, pero viene al pelo) [la historia que se esconde detrás de un personaje o una escena de un videojuego], si bien no puede adaptar literalmente historias escritas por el propio Tolkien. Esto, que podría suponer una bendición para cualquier mente creativa con ganas de marcha, se convierte en una trampa mortal para el propósito de una compañía que quiere remedar un viejo éxito, en este caso, ya no lo escrito por Tolkien, sino lo rodado por Jackson.
Aquí está el núcleo del asunto (solo he tardado unas mil palabras, ejem): no importa quién haya escrito o dirigido este proyecto, porque lo único que quiere Amazon es que sepas que es “una serie de Amazon” sobre El Señor de los Anillos, aunque se parezca al libro como un huevo a una castaña. Tanto es así que el título completo de la serie es El Señor de los Anillos: Los Anillos de Poder. Todo es fachada. Una fachada lujosísima, carísima y con un aspecto extraordinario, no vamos a negar la mayor, pero sin interés en abordar cuestiones centrales del corpus tolkeniano, bien por considerarlos conceptos caducos o demasiado simples para el espectador contemporáneo: puede que la eterna lucha del bien contra el mal esté pasada de moda, pero entonces, ¿por qué realizar una adaptación (recordemos, en puridad ni siquiera lo es)? Por mantener viva una marca, claro. Una marca de éxito que arrastró a los cines a millones de espectadores y que supone una nueva vía de negocio para el negocio que más dinero ingresa a su propietario sobre la faz de la Tierra.
4. Jeff Bezos es Sauron
Los Anillos de Poder es un mamotreto tibio, mansísimo en su discurso, que sin el peso tolkeniano hubiera pasado desapercibido en el océano audiovisual
Si entendemos que, en Tolkien, el poder corrompe y la corrupción lleva al mal absoluto, no se me ocurre mejor metáfora que Mordor para hablar de Amazon. Una empresa que convierte a sus trabajadores en una suerte de desclasados que tienen que luchar por cada centímetro de sus derechos laborales, peones de un sistema que ha terminado por devorarse a sí mismo. Al igual que Estados que desprecian los derechos humanos organizan eventos deportivos para lavar su imagen, Amazon mata dos pájaros de un tiro produciendo una serie inspirada en la obra de alguien que nos advertía sobre los peligros de la industrialización desbocada. Por ello, lo que cuenta Los Anillos de Poder solo es oropel, un remedo sin vida de leyendas que ahora solo se transmiten abonando previamente una cuota. Entregados a lo cosmético, los espectadores de la serie podemos reconfortarnos con el espejismo de aquello que se parece a Tolkien, pero que no puede serlo. No es una cuestión de fidelidad, el fondo del asunto es conceptual. Y el problema es que ni siquiera podemos hablar de transgresión, porque no puede ser el objetivo de una empresa que destina varios cientos de millones de dólares a la puesta en marcha de uno de sus productos. Al contrario, Los Anillos de Poder es un mamotreto tibio y sin chispa, mansísimo en su discurso, que sin el peso del trademark tolkeniano hubiera pasado desapercibido entre el océano audiovisual por el que navegamos actualmente, un eslabón más de la cadena que busca asfixiar cualquier propiedad intelectual existente, o, siendo estrictos, un anillo único para atarlos a todos y gobernarlos en las tinieblas.
Post scriptum
Que digo yo que a lo mejor habéis echado de menos que hablara un poco de la serie en sí. Bueno, os resumo: los hobbits aparecen como una especie de pueblo despiadado capaz de abandonarte a tu suerte si te haces un esguince. Galadriel es un trasunto de Liam Neeson en Venganza, guiada por la sed de venganza. Gandalf (o algo parecido) no sabe dónde tiene la cara. Se juega al despiste con la identidad de Sauron, pero se le ve venir desde Albacete. Hay artefactos de poder valiosísimos y centrales en la trama a los que se les presta tanta atención como a un niño en una piscina de bolas. Hay barcos de unos dos metros de eslora que contienen aproximadamente un centenar de caballos en sus bodegas. Los personajes van de un lado a otro según sople el viento y en general todo es más predecible que en una comedia romántica de Sandra Bullock. La música es muy bonita, eso sí.
Ardo en deseos de ver la segunda temporada.
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