ALEJANDRO HERMOSILLA / ESCRITOR
“El mundo en el que vivimos se ha convertido en un gran psiquiátrico”
Esther Peñas 16/12/2022
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Dos arquitectos (padre e hijo) se adentran en los inquietantes bosques de su ciudad para supervisar las obras en las mansiones y palacios de un paisajista, un duque, un escritor y un pianista. Con esta síntesis de partida, Alejandro Hermosilla (Cartagena, 1974) construye una narración de tintes épicos que discurre en un tiempo indeterminado, pero que recuerda demasiado a la sociedad que nos ha tocado en suerte: Un reino oscuro (Jekyll&Jill). La posibilidad de libertad y los extremos del poder son los ejes de esta novela que recuerda las atmósferas de Kafka y Thomas Berhnard.
¿Qué peculiaridades tienen los reinos oscuros?
Tal vez una de las peculiaridades es que sea un libro sin censura. Lo único que tenía claro (al igual que mientras escribía El jardinero) era aludir al presente. Dar nombres. Obviamente, el libro habla de nuestra sociedad. Del Occidente actual. También del mundo antiguo. Habla del poder. Del ilustrado y del monárquico. Del que dice ser democrático. De las enormes mentiras políticas. De la confusión. De la locura. Pero, para poder hacerlo con total libertad, debía armar un libro situado en un tiempo indeterminado. Entiendo que tal vez su peculiaridad consista en vernos a nosotros mismos en medio de una atmósfera onírica situada en algún lugar sin concretar. Aquello que describo somos nosotros. O al menos lo que pienso que somos en bruto, en caso de tener la libertad de hacer cualquier cosa. Sin la decoración de la educación, la hipocresía y las mentiras cotidianas de los medios de comunicación.
¿“Los ejércitos de ángeles” se esconden “en las brumosas alturas”?
Aludes a un pasaje del libro en el que un monarca bizantino decide combatir a Dios y toma a los ángeles y los cielos como sus enemigos. En realidad, no sé qué añadir a esa frase de tu pregunta. Ahora la leo y pienso en un verso de César Vallejo. Parece un verso de Los heraldos negros. Me gustaría hacer esta pregunta a la inversa: ¿qué es lo que te llama la atención de esta frase? A mí me gusta mucho la idea de imaginarme a un soberano en las almenas de su castillo mirando con recelo el firmamento, por si los ángeles atacan su reino. Un soberano contemplando sin cesar el cielo para destruir a Dios. ¡Ojalá alguien haga un lienzo con esa idea, si es que no está creado ya!
Los poderosos no se sienten bien en la ambigüedad. Les gusta ser admirados u odiados
¿Cuáles son esas “peligrosas facciones” porque a los monarcas “les gusta ser odiados”?
Los poderosos no se sienten bien en la ambigüedad. Les gusta ser admirados u odiados. Aunque parezca mentira, se sienten cómodos cuando hay enemigos. Necesitan saber con claridad quién es su amigo y quién su enemigo para así moverse en una dirección u otra. Necesitan el odio como motor para dar rienda suelta a su ambición. Eso lo explica muy bien Maquiavelo. También Hobbes. No puede haber guerra sin enemigos. Sin un rival. Los reyes, los políticos, necesitan desesperadamente ser odiados por ciertas facciones de la sociedad. Ha de haber un chivo expiatorio en todo conflicto. Para conquistar un país, para implantar ciertas medidas económicas, se necesitan rivales. A los poderosos no les interesa la paz. La concordia. Entre ellos, sí, para repartirse el pastel. Pero saben que, antes o después, alguien traicionará a otro alguien para acumular más. Así que viven más cómodos enfrentando enemigos reales o creando enemigos imaginarios que en la ambigüedad o el claroscuro. O estás conmigo o contra mí. Esa es una máxima del poder. A estos efectos, Juego de tronos es una meritoria lección narrativa sobre el poder político.
¿Cómo acercarse a la crueldad sin quedar dañado?
La verdad es que no lo sé. Creo que la crueldad es consecuencia de traumáticas vivencias en la infancia o adolescencia. La crueldad implica (o podría implicar) un daño previo recibido que se intenta restituir y vengar. El cruel es un ángel caído que ha convertido su dolor en perversión. Pasión absoluta de venganza. Es muy difícil acercarse a ese tipo de crueldad. En México, estuve cerca de lugares donde las mafias torturaban a sus víctimas. De haberlo presenciado o bien me hubiera desmayado, o bien hubiera sufrido tanto que no creo que fuera el mismo. Es el arte lo que me permite acercarme a la crueldad y salir indemne. Renovado.
¿Cuánto de onírico tiene la literatura?
Lo mismo que la vida. Me han pasado cosas que parecen salidas de un sueño. Increíbles. Verdaderos milagros. Determinados acontecimientos que me han hecho creer en Dios profundamente. A todos nos pasan cosas así de impactantes. Así que no diferenciaría la literatura de la vida. El exceso de realismo, como vislumbró Kafka, es onirismo puro. No es casualidad que, tras la apoteosis de la novela naturalista y realista, apareciera Kafka. El expresionismo. Creo que lo que nos recuerda Kafka es que la vida es una fábula. Es un mito. Pero, como comprobamos en El hombre sin atributos, ya es muy difícil darnos cuenta de ello por todo el sistema administrativo, económico, técnico y tecnológico que hemos forjado. El relato del mundo moderno es el relato del aplastamiento de la fábula. Eso parodia y describe Kafka y contra eso suelta su ira y sus risas Thomas Bernhard. Finalmente, somos lo que soñamos y soñamos lo que somos. De uno u otro modo, Calderón de la Barca tenía razón.
¿Cuándo, en qué momento, se traspasa la línea que separa la locura de la razón?
Las veces en que me he quebrado psíquicamente tienen que ver con la imposibilidad de distinguir o poner límites en la vida. Debe haber conciencia de por qué hacemos lo que hacemos. Si se pierde esa conciencia, enfermamos. Todo el consumismo se basa, en gran medida, en eso: en que consumamos y vivamos sin saber por qué. Así que el mundo en el que vivimos se ha convertido en un gran psiquiátrico. Pocas personas saben por qué están aquí o luchan por saberlo. A la mente hay que adiestrarla. Hay que gobernarla. Siempre que haya un sentido, hay razón. Existe la literatura porque no sabemos qué sentido tiene la vida y por qué estamos aquí, pero la misma literatura es una manifestación de que queremos saberlo.
Existe la literatura porque no sabemos qué sentido tiene la vida y por qué estamos aquí
¿De qué modo trabajar y compaginar las historias reales con las imaginadas?
La propia literatura lo va dictando. Tal vez por influencia de Sergio Pitol y de Jorge Luis Borges, tengo interiorizada la capacidad de fabular con la historia. En cualquier caso, lo importante es crear un marco y atmósfera y ponerle tu sello. La historia está para destruirla e inventarla. Eso es, al fin y al cabo, lo que hacen los políticos diariamente pero no con fines artísticos, sino económicos.
La monarquía es un foco de poder en decadencia, pero este poder se ha desplazado hacia otros territorios, por ejemplo, los mercados. ¿Es mejor, como decía Umbral, que el enemigo sea concreto para combatirlo?
Para mí, los enemigos abstractos no existen. Son disfraces, nombres, bajo los que los poderosos se enmascaran. Son distractores. De hecho, no creo que los mercados sean enemigos de nadie. La gente de negocios hace negocios y punto. Quieren el máximo de dinero. De un modo u otro, con sus progresivas transformaciones, mercados siempre habrá. El problema radica no en los mercados, sino en quién tiene el poder de permitir según qué cosas o de ponerles freno. Lamentablemente, en España el poder no lo tiene el pueblo, sino que pertenece a la clase política. Más aún, al jefe de cada partido político, que es quien quita o pone a su antojo a los diputados de su partido. Por tanto, es muy fácil que los mercados y los políticos forjen alianzas y que no podamos hacer nada. Otro gallo cantaría si existiera una verdadera separación de poderes y tuviéramos un sistema representativo. Si los políticos no dependieran del jefe de partido sino de nosotros. Ahí, tal vez veríamos que los mercados no son tan abstractos y fuera posible reconducirlos a nuestro favor. Pero eso sólo sucederá –si sucede– cuando tomemos conciencia de dónde estamos. A los políticos les interesa que pensemos que el enemigo es abstracto. Pero el enemigo es nuestro sistema político y, por tanto, ellos.
Los amigos y los enemigos siempre son concretos. Tienen cara, sangre y respiran. Quien habla de enemigos abstractos es porque quiere manipular la opinión del que le escucha o porque está confuso y no sabe ni puede identificarlos.
¿Ha cambiado mucho la sociedad que usted refleja, seres individuales, paranoicos, con las gentes de hoy?
Creo que es igual. No describo el pasado, sino lo que conozco. A lo bruto y sin límites. Pero describo el presente. Escucho diariamente todo tipo de locuras, frases hechas, delirios, consignas en los diarios y en la televisión. Veo a mucha gente sola. A mucha gente que sólo habla de sí misma. Detecto el mal y los intereses y ambición tras el discurso de los que se jactan de ser buenos y censuran a medio mundo. Escribo sobre el mundo antiguo, aunque me lo llevo al presente. Otra cosa es que mi visión sea excesivamente perversa. Eso es así. Es delirantemente perversa.
¿Por qué hay que huir –si es que hubiera que hacerlo– del poder?
No creo que haya que hacerlo. Tan sólo ponerle límites reales y efectivos. Para los artistas, puede ser hasta bueno estar cerca del poder, como ciertos pintores de la Corte, antiguamente. Muchos, de hecho, sobrevivieron gracias a subvenciones o ayudas. Pero, a la larga, su arte se pudriría porque el poder corrompe si no tiene límites. Y el poder siempre busca no tenerlos.
¿El poder siempre corrompe?
Sí, a no ser que haya mecanismos que lo limiten. El poder no es bueno ni malo, te da la oportunidad de hacer muchas cosas. Si el poder no tiene control, lo lógico es que las personas que lo detenten hagan lo que deseen sin cortapisas, puesto que no tienen que rendir cuentas a los ciudadanos. Sin mecanismos de control, el poder acaba generando corrupción. Los retratos de muchos de los reyes antiguos que describo son precisamente caricaturas grotescas (pero verdaderas) de lo que supone ejercer el poder sin límites.
El personaje del escritor juzga constantemente (“de otro, dijo que ‘debía de encontrar su voz personal’, y eso lo convirtió en un apestado”). ¿Cuándo nos marca la opinión de los otros?
Muchísimo. En realidad, todo monólogo es una conversación. Toda conversación es un monólogo. El reto es escuchar nuestra voz entre todas las demás. Establecer un diálogo cordial con ellas. Lazos de unión. Pero la opinión de los otros nos marca muchísimo. Sólo hay que ver qué ocurre cuando engordamos unos kilos, cuando adelgazamos, cuando alguien dice que no le gustó nuestro libro… Esos tremendos enfados que hablan de la decadencia de nuestro mundo, de nuestra debilidad, de nuestra ausencia de humor, de nuestro alejamiento del mundo natural. ¡Válgame Dios! ¡Nadie ha pasado la historia por ser cuerdo ni por estar pendiente de la opinión de los demás! Las redes la han convertido en cárcel, en pabellón psiquiátrico, que podría decir Foucault, en un capítulo de Black Mirror.
¿Cuándo una influencia literaria (en su caso, el libro de Tomas Bernhard, Trastorno, queda patente) es un faro y cuándo se convierte en grillete?
Aprendí intuitivamente que lo mejor para ir un poco más allá de tus influencias no es homenajearlas ni citarlas ni seguirlas ni romper con ellas, sino copiarlas. A veces, cuando escribo pienso que soy Thomas Bernhard y eso me permite hacerlo sin ataduras. Lo que importa es el libro. Copio a Bernhard y escribo mi historia. Algún crítico dirá “esto es Bernhard”, pero, si es honesto, al final disfrutará (en caso de que le guste) de la novela gracias a que he copiado a Bernhard. No es una copia en sentido literal, obvio. Gracias a ser Bernhard, he llegado a ser Alejandro Hermosilla. Un proceso de aprendizaje que cualquier artista honesto reconocerá. Por citarte dos ejemplos: piensa en la copia de The Rolling Stones con el blues o la de Picasso y el arte.
¿Qué tiene La Manga, lugar donde reside, de reino oscuro?
La Manga es un lugar que amo. Desearía que, cuando muera, parte de mis cenizas las arrojen aquí. Para mí es un paraíso. No encuentro un lugar mejor donde vivir, aunque no soporto la masificación en verano, pero en invierno es un lugar muy solitario. Puedes caminar horas y ver pocas personas. Hace poco, hablaba con el dueño de un bar que me decía que aquí viven muchos jóvenes a los que su familia no soporta. Jóvenes un poco idos mentalmente que nunca entrarán en el sistema. Una de las personas que más frecuento aquí mató a un tipo en una reyerta hace años. Ayer mismo jugaba al billar y apareció, en un bar medio vacío, una chica esquizofrénica que no cesaba de reír, dar saltos y llorar. Hace unos días, un tipo casi me pega porque, según él, dejo en mal lugar a La Manga en mi libro. Ayer alguien me robó 20 euros que dejé en la barra de un bar por descuido. Ese tipo es un conocido con el que he hablado en varias ocasiones. Esto me hizo irme triste y confundido a casa. Pero al mismo tiempo me hizo sentirme vivo, muy vivo, como les ocurre a los dos arquitectos que protagonizan Un reino oscuro al adentrarse en los oscuros bosques...
Dos arquitectos (padre e hijo) se adentran en los inquietantes bosques de su ciudad para supervisar las obras en las mansiones y palacios de un paisajista, un duque, un escritor y un pianista. Con esta síntesis de partida, Alejandro Hermosilla (Cartagena, 1974) construye una narración de tintes épicos que...
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