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Un oficinista atiende una llamada telefónica.
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Llevo años escribiendo artículos sobre economía. Al principio me ocupaba de la información económica diaria, luego pasé a centrarme en el análisis económico aquí en CTXT, el sitio que encontré donde se puede escribir con plena libertad. Creo que la única limitación que me impongo es la aplicación de mi sentido del ridículo. Salvado este escollo, todo lo que hago a base de juntar letras y componer gráficos queda en manos de quien lo lea. Para hacer acopio de temas a escudriñar repaso lo que ocurre por ahí: las decisiones económicas que toman los gobiernos, los ciudadanos o los que mandan, grandes empresas y bancos. Y cómo estos benefician a unos pocos y perjudican a la gente o al planeta..
Así estaba, cuando de un tiempo a esta parte me asalta algo que no me deja vivir tranquilo. Me refiero a la imposibilidad de contactar con los servicios públicos, que en este mundo diría que son casi imprescindibles para nuestra vida. Si quiero contactar con la Seguridad Social para algo relativo a la pensión, no logro hablar por teléfono. No lo cogen o, casi peor, sale una voz grabada: “En estos momentos todas nuestras líneas están ocupadas, el tiempo de espera es de 15 minutos”. Pasado ese tiempo amenizado por una música metalizada y estridente, la misma voz repite lo mismo. Y tras otra espera, viene otra, y así sucesivamente. Cabe la posibilidad de ir a la página web. Pero, ¿a quién le pregunto? Si se trata de conocer un dato, ¿cuál es mi número de cl@ve? Este no es un caso aislado, ni siquiera el que pone más barreras al ciudadano para acceder a los servicios públicos.
También los hay privados. Tengo que contactar con el seguro. Abro su web con su portada ilustrada con imágenes de gente feliz cogida de la mano en medio de una pradera. Trato de entrar y… ¡zas!, me pide la clave. No la recuerdo, la verdad, tampoco dónde la había escrito. Sé que debería tener al menos 10 caracteres, al menos una mayúscula y una minúscula, tres signos no alfabéticos ni numéricos y cuatro números. Intento hacer memoria de cuál era y tecleo Amuleto-*_2 0 2 1. La máquina me anuncia que hay uno o varios errores. Como no se ve al escribirla, me habré equivocado, pero no sé si el error es el guion seguido de asterisco o alguno de los números. Y así tres intentos; tras ello, se bloquea el acceso. ¡Para qué tienen que ocultar la clave según se escribe! ¡Si estoy solo! Y aunque no lo estuviera. La solución es llamarles por teléfono. “Ha llamado a Eternity Seguros. Le informamos de que, para su seguridad, esta llamada puede ser grabada. Si no conoce nuestras normas de privacidad y protección de datos pulse o diga uno, en caso contrario espere”. Ahí reconozco que la culpa fue mía: pulsé uno. “Gracias por atender nuestra exposición sobre sus derechos de protección de datos. La ley orgánica 3/2018 de 5 de diciembre, de Protección de datos personales y garantías digitales establece en el párrafo segundo del apartado a) del artículo primero que el derecho fundamental de las personas físicas a la protección de datos personales, amparado por el artículo 18.4 de la Constitución, se ejercerá con arreglo a lo establecido en el Reglamento 2016/679 de la Unión Europea y en esta ley orgánica”. Así transcurrieron los primeros segundos de la grabación por la que involuntariamente había optado. Después, la perorata prosiguió. Todo eran advertencias, relación de derechos del cliente, que más bien parecían derechos de la compañía aseguradora sobre el cliente: “Sus datos personales podrán facilitarse a diferentes categorías de destinatarios, por ejemplo, a modo meramente enunciativo y sin carácter limitativo, peritos u otros profesionales análogos, talleres de reparación de vehículos, abogados, procuradores de los tribunales y notarios, detectives, reclamadores, centros médicos y hospitalarios asistenciales, médicos valoradores, gestoras de rehabilitación, gestores de accidentes colectivos, gestoras de fondos de pensiones, gestores de archivo de documentación, empresas de salvamento y socorrismo, reparadores de averías, reconstructores, investigadores de causas diversas, vendedores de toda naturaleza y condición, cobradores de deudas, agencias extorsionadoras…”.
Me decidí a colgar y repetir la llamada, esta vez sin caer en la anterior trampa. “Si su llamada está relacionada con un siniestro, diga siniestro o marque uno. Si desea conocer la marcha de algún siniestro del que haya dado parte, diga marcha o marque dos. Si quiere contratar un seguro, diga seguro o marque tres. Si lo que quiere es realizar una consulta al servicio de asesoría jurídica, diga consulta o marque cuatro...”.
– ¡Qué rollo! Se me escapó. “Disculpe, no le hemos entendido”. Y vuelta a empezar. Al final de este laberinto logré alcanzar el sitio correcto. El premio era esperar 10 minutos sin tener que escuchar esa molesta música. Después se perdió la comunicación.
Lo cierto es que no pasa un día sin que tenga una experiencia parecida con el banco (estos te llegan a cobrar por ir a la ventanilla y sacar parte de tu dinero); con el Servicio Público de Empleo (un vigilante, por supuesto de una empresa privada, te impide acompañar a otra persona a la que quieres orientar para que no se sature la oficina que está completamente vacía de usuarios); con Naturgy, Iberdrola... En el caso de las energéticas, la experiencia ha sido otra, aunque también con musiquilla metalizada, larga espera e idéntico resultado. “No, este no es el número para lo que pregunta, esto es Naturgy distribución. Debe usted llamar a Naturgy comercialización, tome nota del número”. “No, esto es Naturgy gas. Tiene que llamar a Naturgy electricidad”. “No, a donde debe usted llamar es a Naturgy clientes…Yo no le puedo pasar desde aquí…Muchas gracias, espero haberle sido útil. En breve recibirá una llamada para valorar el servicio”. “Naturgy clientes, ¿en qué le puedo ayudar? No, esto es un departamento para contratar un servicio de gas. Deberá ponerse en contacto con clientes de electricidad”. “Sí, aquí es Naturgy paneles solares, pero si ya los tiene instalados deberá llamar a Naturgy fotovoltaicas”.
En una ocasión llamé a la policía municipal para advertir de que estaban abriendo una ventana en una medianera indebidamente. Tras una larga espera con el teléfono en la oreja, una voz metalizada me anunció: “Todos nuestros operadores están ocupados, le rogamos llame pasada una hora”.
Por mi parte, ante la constancia de que no vale la pena quejarse, porque solo es posible hacerlo ante una grabación que dice “lo siento, no le he entendido”, he decidido imitarles. A partir de ahora, cuando reciba una llamada no estrictamente personal responderé como escuché a otra persona el día en que le telefoneó un banco: lo siento, no atiendo sin cita previa.
Llevo años escribiendo artículos sobre economía. Al principio me ocupaba de la información económica diaria, luego pasé a centrarme en el análisis económico aquí en CTXT, el sitio que encontré donde se puede escribir con plena libertad. Creo que la única limitación que me impongo es la aplicación de mi sentido...
Autor >
Emilio de la Peña
Es periodista especializado en economía.
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