LA MONTAÑA RUSA
La trilogía de la navidad
Nos falta una superproducción que aborde el conjunto de expectativas, desbordes, excesos y fatigas. Una ficción que envuelva la totalidad de ese periodo
Gonzalo Torné 10/01/2023
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Pese a que todo el mundo se atreve a celebrarla lo cierto es que la Navidad mantiene algo de club exclusivo. Su iconografía está bien asentada (pesebres, estrellas, trineos, alces...) y solo de manera muy lenta (casi se diría que tímida) se van filtrando en los escaparates nuevos elementos, con timidez, uno diría que después de pasar agotadores procesos de selección y con el temor a ser relegados a la siguiente temporada (¿qué esperanza de vida tienen los noeles con el gorro tapándoles los ojos?). Y aunque cada año la industria del entretenimiento nos presenta nuevos productos donde se barajan temas navideños (Solo con la Navidad, Santa contra los Reyes, Creo en la navidad, El Regreso del Año Nuevo 3), se exhiben en las salas con vocación de reemplazo: ninguno cala en el imaginario colectivo, dominado año tras año por Qué bello es vivir y distintas versiones del Cuento de Navidad de Dickens, que también señorea sobre el imaginario literario (cuya industria no parece tan bien predispuesta a publicar ficciones temáticas).
Y, sin embargo, la Navidad ha sido un territorio en disputa, sometido a las transformaciones sociales y al intercambio cultural. Sobre todo si ampliamos el periodo a la Gran Navidad que iría desde el día 24 hasta el 6 de enero, más los festivos que puedan colarse como prolegómenos o epílogos. Casi medio mes de fiestas encadenadas y tiempo alterado por la devoción, el comercio, las comilonas y el roce familiar. ¡Cómo se lo monta la humanidad!
Pues bien, este periodo ha conocido sus disputas internas, más o menos discretas comparadas con las batallas políticas, pero no tanto como las guerras secretas de la vegetación (ese césped comido por los tréboles, el sotobosque quemado por las codiciosas hayas). Incluso algún año despejado de noticias la pugna por el dominio de la ortodoxia navideña ha llegado a las pantallas de los telediarios: ¿nochebuena o nochevieja? ¿Papa Noel o Reyes? ¿Besugo o capón? ¿Santa Claus o Papá Noel? ¿Árbol o Belén? Todas estas controversias parecían más vivas hace algunos años (bueno, o así las recuerdo). El tiempo las ha ido enfriando en un consenso amplio de aceptación. Ahora parece que todas las costumbres son buenas y combinables. En las casas se montan los belenes y los árboles de Navidad. San Esteban y Nochebuena se llevan de miedo. Y los niños disfrutan de los regalos tempranos de la Navidad y de la magia tardía de la noche de Reyes.
De puertas hacia dentro imagino que seguirán las disputas (¡buenas son ellas!), pero reducidas ya a un juego de preferencias personales. Pocos lo sentirán ya como si fuesen soldados de una contienda mayor, en la que se decide el bienestar moral de buena parte del país, o por lo menos de la región (menudo picante el conflicto entre Papa Noel y el tío, ¡y en plena eclosión del procés!). A esta tregua bélica supongo que habrán contribuido las redes sociales, la exposición habitual de la intimidad ayuda a convencernos de que las costumbres ajenas no son salvajes, y también a difundir una civilizada envidia, entre la curiosidad y el mimetismo. ¡Anda que me voy a privar yo de esto!, parece decir nuestro vecino, tan cerrado en banda durante años a incorporar un buen molino a su pesebre.
El resultado de esta tregua es la consolidación de la Gran Navidad como un periodo continuo de fiestas, consumo y estados emocionales alterados. Y aquí es donde nos falla la representación. Tenemos películas sobre la Navidad Restringida, ficciones basadas en los desmadres de Año Nuevo y un carrusel de aventuras sobre los Reyes. Pero nos falta una superproducción que aborde el conjunto de expectativas, desbordes, excesos y fatigas. Una ficción que envuelva la totalidad de lo navideño, su elasticidad que por momentos parece interminable, y su condición de montaña rusa. La imagino como una película épica. Qué digo una, toda una trilogía, centrada cada entrega en una de las cimas del periodo, reflejando nuestros éxtasis y esfuerzos por pasar de una a otra. Mientras no abordemos la Gran Navidad en su conjunto, una porción relevante de nuestras vidas se quedará a oscuras. Espero que el mundo del entretenimiento se ponga pronto en marcha, que no nos fallen.
Pese a que todo el mundo se atreve a celebrarla lo cierto es que la Navidad mantiene algo de club exclusivo. Su iconografía está bien asentada (pesebres, estrellas, trineos, alces...) y solo de manera muy lenta (casi se diría que tímida) se van filtrando en los escaparates nuevos elementos, con timidez, uno diría...
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Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
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