LA MONTAÑA RUSA
Un futuro para nuestros conservadores
Cuando el desgaste de los llamados progresistas aúpe al poder a sus adversarios, sería conveniente que no se entregue a los ciudadanos al infierno de lo irracional
Gonzalo Torné 27/01/2023
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Existe la idea, discutible, pero razonable, de que los partidos conservadores se mueven dentro de los límites de un sólido pragmatismo. Ante los vuelos de las aventuras arriesgadas y sus emociones, el conservadurismo ha propuesto un regreso a las cosas ya sabidas, reconocibles y aprobadas por la tradición, “a lo de siempre”, vamos. A esta voluntad de protección venía a sumarse que, por lo general, las clases a las que representaban eran los amos del arte, de lo que merece preservarse, decidido por ellos mismos en sus propios cenáculos. Así se fue forjando la idea, al menos en los países anglosajones, de que el partido conservador quizás no sea la casa común, pero sí un refugio confortable en momentos de zozobra.
Este paisaje idealizado se fue al garete cuando el gobierno de Thatcher puso los ideales conservadores al servicio del neoliberalismo, que ha resultado ser ácido para el bienestar de los ciudadanos, cada vez más precarios, endeudados y desprotegidos por el sistema de salud pública. Pero la leyenda se resiste a morir y, cuando entre las variedades corrientes de la derecha emerge el conservadurismo, vende la garantía de darse una pausa, de pensar las cosas antes de lanzarse a por ellas. Incluso en un país con una derecha tan cuestionable como la nuestra, al PP no le costó presentarse vestido con estas ropas de serenidad y control de excesos para justificar su rechazo a atormentar a las mujeres embarazadas que han decidido abortar.
Buena parte de esta expectativa de darse una pausa y ser razonables la extraen los conservadores del respeto a la ciencia, al “conocimiento científico” y sus logros, confundidos a veces (de manera más bien poco científica) como una especie de verdad incuestionable. Incluso cuando los periodistas se entregan a concepciones sanchopancescas sobre los hechos reales incuestionables (que no admitirían interpretación, que hablan por sí solos), aunque se salen de las posiciones que sostiene Occidente desde por lo menos Ockham, se apoyan en psicólogos de moda como Steven Pinker.
Por discutible que fuese esta imagen de solvencia y de alianza con el conocimiento científico, apuntaba al menos hacia un horizonte civilizado. Una garantía para evitar el propio descontrol. El negacionismo, las teorías conspirativas, las paranoias y las ciencias alternativas quedaban así fuera de los centros de poder. Y era sencillo vincularlos (fuese o no cierto) con movimientos alternativos o contraculturales.
En España uno de los programas irradiadores de las tesis nocivas de la derecha está a cargo de un periodista especializado en fantasmas
Ya puede decirse que uno de los fenómenos políticos y sociales de nuestro tiempo es cómo el negacionismo y un pensamiento contrario a la ciencia se ha ido filtrando en los círculos donde se toman las decisiones, sobre todo cuando las decisiones las toman los conservadores. En tono de cuchufleta, podemos reírnos de que en España uno de los programas irradiadores de las tesis más nocivas de la derecha –como la del gran reemplazo o la negación del cambio climático– está a cargo de un periodista especializado en brujas, fantasmas, extraterrestres de saldo, endemoniados, hombres lobos y el popular yeti. Pero ya es menos gracioso cuando advertimos que ese irracionalismo (o por lo menos ese dar la espalda a la ciencia) se convierte en programa de gobierno.
En Estados Unidos, los así llamados “conservadores” creen ahora mismo en una conspiración para reemplazar a los blancos de su país y de Europa (a veces por africanos, a veces por árabes, a los que con frecuencia confunden con el resto de islamistas), niegan la teoría de la evolución y el cambio climático, consideran que viven bajo la dictadura de las minorías desfavorecidas, que el planeta puede soportar el desgaste que supone un crecimiento económico constante, que la humanidad sobrevivirá a una guerra nuclear y que la solución a la desigualdad y a los problemas de abastecimiento pasa por enviar millonarios a Marte. Creen en otras cosas, pero estas son suficientes para constatar el trasvase desde unas aspiraciones de mesura y equilibrio a una suerte de desarreglo intelectual que puede afectar gravemente al día a día de los ciudadanos.
Dada la inevitable alternancia de partidos en el gobierno, sería conveniente que, cuando el desgaste de los así llamados progresistas aúpe al poder a sus adversarios, no se entregue a los ciudadanos al infierno de lo irracional. Esta podría ser una tarea loable para el que se sienta conservador y por el que la sociedad debería guardarle agradecimiento: desbandar el aquelarre de su partido, y trasvasarlo a cauces compatibles con la evidencia científica.
Existe la idea, discutible, pero razonable, de que los partidos conservadores se mueven dentro de los límites de un sólido pragmatismo. Ante los vuelos de las aventuras arriesgadas y sus emociones, el conservadurismo ha propuesto un regreso a las cosas ya sabidas, reconocibles y aprobadas por la tradición, “a lo...
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Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
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