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La palabra siempre –y, por lo mismo, la palabra nunca– es sin duda una de las más poéticas que existen, en tanto siempre –y, por lo mismo, nunca– no existe. Siempre –como nunca– es un aproximativo. Nada sucede siempre o nunca. Las cosas se dan, acaso, casi siempre, generalmente, las más de las veces. En términos generales, no hay casi nada que haya sucedido siempre, o algo que no haya sucedido nunca. Así, no siempre hemos tenido un Dios, o varios, o ninguno. No siempre hemos comido tres veces al día. No siempre hemos trabajado cada jornada. Y, sorprendentemente –y esto explica, definitivamente que siempre o nunca no existen–, no siempre hemos dormido ocho horas al día. De hecho, dormir ocho horas al día es una costumbre iniciada en el XIX, incluso, en muchas zonas, en el XX. Entre tribus de cazadores-recolectores, por ejemplo, es una costumbre que aún no ha llegado. Dormir, desde la lejanía de los tiempos, ha consistido, hasta hace poco, por tanto, en otra actividad y experiencia diferente a la que conocemos hoy. Era una actividad hasta cierto punto complicada y barroca. Consistía en descansar a lo largo de dos sueños. El primero, o primer sueño, o sueño profundo, duraba unas cuatro horas. El segundo sueño, o sueño matutino, duraba otras cuatro. Ambos sueños estaban separados por una interrupción en el sueño, de una a dos horas. En ese tiempo, las personas permanecían en la cama, o realizaban otras actividades. Trabajaban, o hacían labores del hogar, como recoger agua, o alimentar el fuego, si ese era el caso. O practicaban la vida social. O hablaban –en Homero los personajes se despiertan solo para eso–, o practicaban sexo. O, incluso, rezaban. Tenía que ser impresionante ver cómo las personas agotaban el primer sueño y se entregaban a actividades frenéticas, hasta abrazar, de pronto, el sueño matutino. Debía ser más impresionante en una gran ciudad, como la Roma de la Antigüedad, o el Londres del XVIII, esos lugares en los que el grueso de sus habitantes dormía en la calle, cada noche, encajonando sus cuerpos unos con otros. Tenía que ser incomprensible ver cómo esa masa dormida recuperaba la vida y la actividad durante una hora, para volver a abandonarse al sueño después. Esta manera de vivir una noche eterna, increíblemente larga, indialogable, y por ello domesticada en la medida de lo posible, civilizada, domada a partir de dotarla de regiones, de dos sueños y una hora de actividad furibunda, finalizó, lo dicho, entre el XIX y el XX, cuando la noche disminuyó su volumen, hasta no ser ninguno, hasta que toda una noche pasó a ser solo la parte más breve y prescindible del día. Eso sucedió con una máquina, a la que se le llamó bombilla.
La palabra siempre –y, por lo mismo, la palabra nunca– es sin duda una de las más poéticas que existen, en tanto siempre –y, por lo mismo, nunca– no existe. Siempre –como nunca– es un aproximativo. Nada sucede siempre o nunca. Si desde los bosques y las sabanas, y solamente hasta las máquinas, dormíamos diferente a como lo hacemos ahora, si nuestras noches eran diferentes a lo que son hoy, al punto que aquellas noches densas, y estas otras livianas, prescindibles, carecen de relación alguna, si tamaño cambio es posible, es que tal vez no solo hayan cambiado nuestras noches. Es posible que también hayan cambiado nuestros días. Pueden haber pasado de ser días diurnos tupidos, sólidos, espesos, como antaño nuestras noches, a algo tan débil y prescindible como lo son nuestras noches de hoy. Detrás de la palabra siempre puede haber ocurrido un robo tan desmesurado como el robo de nuestras noches inacabables de antaño: el robo de nuestros días. El robo de nuestra vida.
La palabra siempre –y, por lo mismo, la palabra nunca– es sin duda una de las más poéticas que existen, en tanto siempre –y, por lo mismo, nunca– no existe. Siempre –como nunca– es un aproximativo. Nada sucede siempre o nunca. Las cosas se...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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