La artista Agnes Essonti durante una performance en el Museo Thyssen.
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Agnes Essonti nació en 1996 en Hospitalet de Llobregat (Barcelona). De madre cordobesa y padre camerunés, el acervo que le han conferido sus antepasados ha influido con fuerza en su carrera artística. Tras mudarse a Inglaterra a los 15 años conoció a los que se convertirían en sus referentes, como Carrie Mae Weems, Ousmane Sembene y Hassan Hajjaj. Volvió a Madrid tres años después y desde entonces no ha parado de crear y crecer como artista polifacética, combinando la fotografía, el vídeo, la performance y la gastronomía. Pese a su juventud ha participado en varias muestras internacionales y actualmente lo hace en la XI Bienal de Lanzarote, en la muestra colectiva “Las palabras que aún no poseemos”, que se podrá visitar en la isla hasta el 6 de mayo.
En su página web se presenta como una artista que pretende suscitar nuevos procesos de investigación a través de sus obras. ¿Cree que lo ha conseguido?
En mi obra suelo basarme tanto en cosas que parten de la academia como en conocimientos que parten de mi experiencia, ya sea escuchar a mis mayores, el cine o la música a nivel cultural. Entiendo mi práctica artística como mi práctica de vida, un proceso en el que descifro aspectos que parten desde el ámbito personal, pero que se pueden compartir con un público más grande. He visto cómo se hacía referencia a mis obras en trabajos de final de grado o tesis, e incluso inspiran obras de otros artistas, así que creo que sí he conseguido ese propósito.
Es una artista joven, pero que parece que siempre ha tenido claro la temática sobre la que versan sus composiciones: las identidades de la diáspora africana. ¿Alguna vez se ha encontrado dificultades por ello?
Estuve viviendo en Inglaterra desde los 15 hasta los 19 años, y cuando volví me mudé a Madrid. Sentía que faltaba mucho trabajo por delante para poner sobre la mesa los temas que trato en mis obras. Por ejemplo, yo abordo mucho el racismo y ciertas presiones que vivimos algunas personas, y no todas estamos dispuestas a visibilizar esas cuestiones como se merecen, ni llamar a las cosas por su nombre.
Ahora sí veo mayor predisposición por diferentes gestores culturales, comisarios e, incluso, instituciones. Quieren tener una mirada más diversa e incluir estas temáticas. Igual que se habla tanto de feminismo, podríamos hablar de racialización. Hay muchas luchas que dar a conocer y, en mi opinión, el arte debe tener la capacidad de nombrarlas y estar al servicio de ellas mediante esa capacidad de transformar, de despertar inquietudes.
¿Y cómo responde el mercado ante sus obras?
Tengo suerte porque a nivel institucional parece que mis creaciones sí que tienen cabida en museos y centros de arte. Es verdad que creo que en España todavía no hay un mercado para la clase de obras que hago yo y que abordan lo colonial, las identidades. Ese mercado todavía no existe.
¿No hay movimiento?
No es algo en lo que sea experta, en realidad, pero tengo la suerte de poder moverme bastante por otros países y sí veo que en ellos existe un mercado para obras que tratan temas como la identidad, la raza y la pertenencia. En España lo veo más complicado.
¿Has conseguido vivir de tu arte?
Ahora mismo sí, aunque también he hecho una gran apuesta para ello. Hay que armarse de valor porque el sector cultural está superprecarizado y, en mi caso, tres o cuatro cositas que hago al año son las que realmente me permiten poder centrarme en esto y vivir de lo que hago.
Además de su participación actual en la XI Bienal de Arte de Lanzarote, también está presente en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía con “La Bissaperie”, un “espacio de encuentro comunitario que se centra en las experiencias afroespañolas y ofrece una plataforma para que las personas racializadas exploren y conecten con su identidad, herencia y comunidad”, dice en su web. ¿En qué consiste esta propuesta artística?
Todo parte de un grupo de estudio en el que he participado que se llama “Deconstruyendo el museo”, en el Museo Reina Sofía de Madrid. Al final, lo que he creado es un espacio en el jardín del museo, solo para habitar el Reina Sofía desde otro lugar, con la única idea de ocupar ese espacio. Es algo que hemos visto necesario. La idea es que la gente pueda coger la entrada, gente negra racializada, y que habiten el espacio conmigo, escuchando música, bebiendo…
Eso está algo más alejado de las performances que también realiza. Por ejemplo, en “Bayam Sellam”, que tuvo lugar en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Ahí recitó anuncios históricos de periódicos en los que se vendían negros esclavizados en España y sus colonias. ¿Cuál fue el resultado?
Aquello fue muy emotivo, también para el público. Yo llevaba trabajando en ello un año junto a Semíramis González, la comisaria de la muestra, pero hasta el momento en el que lo hice no pudimos evidenciar lo profunda que es nuestra herida colonial.
La verdad es que estoy supercontenta, aunque me quedé removida por dentro varios días. Quería hacer algo que interpelara la obra del Thyssen y ese pasado español invisibilizado, pero al performar también quería sanar la herida. De hecho, después de leer esos textos bebí aceite de palma como para limpiar ese pasado esclavista que en España está tan presente, aunque no queramos reconocerlo.
Con su obra “Casa Mbixi” intentó que los visitantes se trasladaran a su propio universo, en el que los temas de la afrodescendencia, la ancestralidad y la autorrepresentación ocupan un lugar central, configurado a través de grabados, tejidos, libros y objetos personales. La primera vez que recreó la composición fue en el Centre d’Arts Santa Mònica, en Barcelona. Imagino que el visitante medio está alejado de estas realidades. ¿Qué obstáculos deben superar sus obras para que realmente lleguen al público español?
El tema de poder acceder a estos espacios de visibilidad es importante porque abre también espacios para que los habiten personas racializadas. Quizá si esta pieza nunca hubiera estado en el Santa Mònica, una persona racializada nunca habría ido a visitarlo. A mí me parece interesante señalar el hecho de que soy española y todas estas memorias que comparto con el público están entramadas en quién soy, así que creo que tampoco están tan alejadas de la realidad española como tal. Quizá sí están escondidas, pero están ahí, en otro nivel.
Desde hace unos años utilizo mucho en mis obras el mboko talk, y no me gusta traducirlo
También me parece importante el hecho de que, si se quiere entender, las cosas se entienden. Eso intento practicarlo mucho. Por ejemplo, desde hace unos años utilizo mucho en mis obras una de las lenguas francas que se hablan en Camerún, el mboko talk, y no me gusta tener que traducirla. Si no entiendes algo, hoy en día todo el mundo tiene internet en el móvil o libros a los que acudir. Y si me escribe alguien con dudas al correo electrónico, le respondo superfeliz.
Quizá la pregunta sería qué obstáculos tiene que superar el público medio español para llegar a tus obras.
Creo que la gente tendría que escuchar más. A mí me faltan espacios de silencio en los que poder escuchar a los demás. Preguntar está genial, desde luego, pero a veces veo que lo queremos llenar todo de palabras y hay cosas que no se pueden transmitir solo con ellas. Habría que superar esa necesidad de querer hablar de todo constantemente y también intentar ser personas más abiertas para conocer nuevas perspectivas.
Cuando me llamaron blanca, se desmoronó toda la construcción que yo misma había hecho sobre mí
Allá por 2015 se inventó a dos personajes: La Blanche y Nyango. ¿Quiénes son?
Eso es muy curioso. La Blanche nació después de mi primer viaje a Camerún a los 18 años, cuando vivía en Inglaterra. No había ido nunca antes. Aquello fue muy chocante porque lo primero que me ocurrió al salir a la calle es que alguien me llamó “blanca”, que es La Blanche en francés, y automáticamente me puse a llorar.
Hasta aquel momento, había pasado mi infancia y gran parte de la adolescencia en España e Inglaterra, donde todo el mundo lo más bonito que me decía era “negra”. Me había hecho esa construcción de que yo era negra, de Camerún. Cuando me llamaron blanca, se desmoronó toda la construcción que yo misma había hecho sobre mí.
Yo había crecido en la diáspora en España y Europa y se me señalaba como mujer negra partiendo desde el rechazo. En Camerún me di cuenta de algunas cosas sobre mi identidad. Por ejemplo, que el color de piel no define la raza, y que la propia identidad es algo fluido compuesto por muchas partes, y eso es lo que exploro ahora en mis obras. Cuando me llamaron “blanca”, no lo decían como hace años se decía aquí a alguien que era negro, sino con un tono más de admiración, porque para los cameruneses tener un color de piel más claro y vivir en Europa es sinónimo de poseer cierta capacidad económica.
¿Y de dónde procede Nyango?
Nyango significa “señorita” en mboko talk. Este nombre está influenciado por uno de los grandes fotógrafos que retrató África y que siempre intentaba mezclar la tradición con la modernidad. Yo, utilizando ese formato cuadrado de fotografía analógica, también incluyo elementos que tienen que ver con mi día a día en un formato tradicional como el suyo.
¿Considera que estos mensajes que pretende trasladar a través de sus obras cada vez tienen más cabida? ¿Qué cambios ha notado en el mundo del arte desde que entró en él?
Cada vez hay más ganas de añadir diversidad y promover discursos que sean más inclusivos. Creo que ahora vivimos en un momento en el que no es posible mirar hacia otro lado. Estos temas están sobre la mesa y si en 2023 alguna institución quiere fingir que no es así, va mal.
Si le digo “África”, ¿en qué piensa?
Es curioso porque he estado editando una revista varios meses y una de las preguntas que lancé a varias personas es esta misma, pero yo nunca me la había planteado.
Para mí África es un lugar al que volver, que muchas veces contemplo como si fuera un paraíso
Es difícil responder. Después de todo mi mirada es blanca, porque he crecido y socializado aquí. Para mí África es un lugar al que volver, que muchas veces contemplo como si fuera un paraíso. Eso también me genera contradicciones porque, al menos Camerún, es un país con graves problemas estructurales en cuanto a educación, sanidad o política. África me evoca muchísima nostalgia, y eso me parece extraño al no haber nacido ni crecido ahí.
¿Quizá es la dualidad entre un paraíso idealizado y la imperfección de la realidad?
Sí, pero va mucho más allá. Esa idea de paraíso está en la nostalgia que he heredado de todos los recuerdos de la infancia que me han contado mi familia y amigos. Por eso mismo es un lugar al que volver, porque tengo la construcción de que aquello es mi casa también, sobre todo después de haber crecido aquí, sufriendo cierto rechazo y sintiendo una fuerte identificación con Camerún.
¿Ha pensado en el peligro de esa romantización de Camerún?
Sí, y eso es lo que me ocurre. También creo que la vida está llena de contradicciones y que, muchas veces, es más fácil abrazarlas que querer desmontarlas.
¿Y qué es lo primero que le viene a la cabeza si le digo “España”?
La veo como la construcción del hogar. Yo hablo y pienso en español, pero hay muchas más cosas que me hacen pensar en mi madre, mi abuela… También pienso que España está muy cerca de África, la veo como un puente hacia el continente. España me gusta. Cuando viajo a Berlín, Ámsterdam o Zúrich me doy cuenta de lo que me gusta España, aunque sea por el buen tiempo que suele hacer. Y también sus gentes, sobre todo en el sur, de donde es mi madre. Me recuerda mucho a Senegal o Camerún, donde la gente también está en la calle hablando o escuchando música.
Por último, ¿qué es el arte para usted?
No sabría qué decir… Para mí el arte debe poder tener esa capacidad de transformar, visibilizar cuestiones que están escondidas, y si ya lo consigues hacer de forma ingeniosa o creativa, ahí tienes el arte.
Eso es lo que busco con mis obras, transformar. Utilizo un lenguaje muy fotográfico en ellas porque me parece que, por ejemplo el racismo, se manifiesta de forma muy visual. El prejuicio que tiene una persona hacia otra es totalmente visual, y mi trabajo tiene el poder de provocar o dar una contestación a cuestiones como esta.
Además, mi obra tiene mucho de estética porque me parece muy importante ese aspecto, pero necesita algo más. A mí no me valen las obras bonitas, sino que me gusta poder conectar con ellas. Para mí son muy importantes las emociones y creo que todo lo que hago es con un detonante muy emocional.
Agnes Essonti nació en 1996 en Hospitalet de Llobregat (Barcelona). De madre cordobesa y padre camerunés, el acervo que le han conferido sus antepasados ha influido con fuerza en su carrera artística. Tras mudarse a Inglaterra a los 15 años conoció a los que se convertirían en sus referentes, como Carrie Mae...
Autor >
Guillermo Martínez
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