Cartas desde Meryton
Los chicos están bien
Me encantaría no tener que vivir permanentemente instalada en la urgencia política y tener más tiempo para lo importante pero, al igual que no podemos escoger a la familia en la que caemos, tampoco elegimos el tiempo en el que vivimos
Silvia Cosio 4/04/2023
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Mi adolescente cuando era pequeñita no sabía negociar. Le decías “si quieres esto primero tienes que hacer esto otro” y siempre contestaba “pues entonces nada”. Y se quedaba ahí, toda orgullosa de su integridad porque no había cedido un ápice. Pero mi niña, que además de ser un solete y más bonita que Nefertiti es lista como una ardilla de Hyde Park, no tardó en darse cuenta de que quizás con esa estrategia conservaba sus principios íntegros pero no conseguía lo que quería, mientras que su padre y yo solíamos salir casi siempre ganando. Y fue así como mi vida se ha convertido en una constante negociación con mi hija, una negociación a veces agotadora, en la que en muchas ocasiones cedo más de lo que yo creía que estaba dispuesta a ceder, pero también en una vida mucho más divertida, en la que hay muchas risas, pues me puede la descarada y desquiciada inteligencia adolescentil, una vida con mucho aprendizaje, ya que me tengo que recordar que no por ser su madre tengo siempre la razón, que aquello que me parecía normal en mi adolescencia puede parecer ahora cosa del Jurásico o que lo que me funciona a mí no tiene que funcionar a los demás. No voy a negar tampoco que es muy probable que mi vida fuese mucho más sencilla si mi adolescente siguiera recurriendo a la táctica de la bunkerización. La tendría constantemente enfadada, encerrada en su habitación, mandando audios a sus amigas quejándose de su miserable vida por mi culpa, mientras que yo, instalada en el no a todo, no tendría que ceder en nada, ni preocuparme los sábados por la noche, pero tampoco tendría la relación que ahora tengo con mi adolescente, compleja, llena de negociaciones y discusiones, y malentendidos y puntos de vista dispares y risas y llantos y abrazos y desayunos en la cama viendo a los Winchester matando monstruos.
Está claro que lo que me viene bien a mí no funciona para todos los demás, pero tampoco estaría de más ir probando cosas nuevas cuando ves que lo que haces no está funcionando. Y no es fácil, a mí no me gusta no tener la razón, o reconocer que estoy equivocada o ceder en cosas que creo importantes porque hay otras más urgentes o necesarias. Como supongo que sufriré el día en el que mi hija sea una adulta autónoma y ya no me necesite para nada y brille mucho más de lo que yo haya podido brillar nunca.
Para mi adolescente tampoco ha sido fácil aprender a ceder, a confiar y escuchar y dejarse guiar. De toda la vida de los adolescentes es mucho más fácil vivir en el búnker, convencidos de que todo el mundo es idiota o te odia o las dos cosas a la vez y que los adultos no solo no tienen ni idea de nada, es que además son una panda de vendidos amargados. La adolescencia es una locura temporal pero los aprendizajes vividos en esa época y los afectos –o las desconfianzas– nos acompañan el resto de nuestras vidas.
La vida está llena de imprevistos y giros inesperados pero también de algunas certezas. Una de ellas es que en un momento dado nuestros hijos e hijas han de seguir su propio camino, queramos o no, así que podemos dejar que lo hagan por su cuenta mientras nosotros nos quedamos atrás enfadados y sintiéndonos abandonados o podemos acompañarles por el camino ayudando y sosteniendo aunque sus decisiones vitales no sean las que hubiéramos tomado nosotros.
Dejo a la libre voluntad del lector interpretar esta carta de abril que escribo desde mi rinconcito de Meryton como una declaración de amor y admiración hacia mi hija o también como una metáfora –puede que algo cursi, no lo niego– de la urgencia política en la que estamos situados. Lo único de lo que estoy segura es de que escribo esto mientras a pocos kilómetros de mi casa arde el monte y mi ciudad huele a madera quemada y hace un calor aterrador para esta época del año. Mientras, la derecha se abre a legalizar los vientres de alquiler y se codea con los mismos evangélicos que alientan gobiernos fascistas y que pretenden acabar con los derechos de las mujeres y el colectivo LGTBI+. Y Doñana se seca, la sanidad pública agoniza, las empresas nos desangran y los migrantes mueren a cientos en el Mediterráneo. A mí me encantaría no tener que vivir permanentemente instalada en la urgencia política y tener más tiempo para lo importante pero, al igual que no podemos escoger a la familia en la que caemos, tampoco elegimos el tiempo en el que vivimos. Eso sí, si no nos gusta con quién hemos de convivir siempre tenemos la opción de dejarlos marchar, pero luego no les pongamos palos en las ruedas porque no cuentan con nosotros.
Mi adolescente cuando era pequeñita no sabía negociar. Le decías “si quieres esto primero tienes que hacer esto otro” y siempre contestaba “pues entonces nada”. Y se quedaba ahí, toda orgullosa de su integridad porque no había cedido un ápice. Pero mi niña, que además de ser un solete y más bonita que Nefertiti...
Autora >
Silvia Cosio
Fundadora de Suburbia Ediciones. Creadora del podcast Punto Ciego. Todas las verdades de esta vida se encuentran en Parque Jurásico.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí