EL INFORME DE LA MINORÍA
Crítica del teleprograma de Gotha (Pablo Iglesias)
Los periodistas y colaboradores de los medios de comunicación tienen la responsabilidad de llevar a esos medios un nivel de exigencia intelectual y moral, si no idéntico a la que se le suponía tradicionalmente a la academia, al menos de su mismo signo
Xandru Fernández 24/04/2023
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Uno de los textos más conocidos y citados de Karl Marx es la Crítica del programa de Gotha. Es un texto breve, sencillo, con esas pinceladas de sarcasmo de empollón que tanto abundan en la obra de Marx. A los comunistas les gusta más que otros textos de Marx porque es de los pocos donde aparece la expresión “dictadura del proletariado”, pero en general es un texto muy querido porque, bueno, por eso, porque es breve y sencillo. No es El Capital.
No todos los lectores de la Crítica del programa de Gotha han leído el programa de Gotha. A decir verdad, el programa de Gotha no se lo leyó casi nadie. Ni siquiera en 1875, cuando tuvo lugar en esa ciudad alemana el congreso fundacional del Partido Socialista Obrero de Alemania, del que ese programa es algo así como el manifiesto fundacional, su declaración de principios. Partido que mira tú por donde era el resultado de la fusión de dos partidos ya existentes, el ADAV y el SDAP. Marx consideraba un error que este último renunciara a una marca propia y asentada para diluir su identidad en una nueva formación política. ¿Les suena? Además, Marx creía que el nuevo partido defendía un modelo de Estado muy parecido al de los partidos de la burguesía republicana. Se lo traduzco: van de comunistas pero no se diferencian mucho del PSOE.
Muy pocas personas leyeron el programa de Gotha, decía. Muchas menos leyeron por aquel entonces la Crítica del programa de Gotha. Marx no mandó imprimir ese texto, se lo envió al presidente del SDAP y solo fue leído por unos pocos de sus militantes. Se publicaría finalmente en 1891, ocho años después de la muerte de su autor. Por lo demás, esa carta fue la única muestra de desagrado que Marx emitió con respecto al programa de Gotha. No se opuso públicamente a él. No hizo nada para combatir su difusión ni para debilitar al nuevo partido. Calló.
Nos resulta muy difícil imaginar aquella fase larvaria de los partidos políticos actuales, con sus fronteras porosas con el mundo del trabajo y el del periodismo. Marx venía del periodismo. En las pinceladas autobiográficas del prefacio a la Contribución a la crítica de la economía política, explica cómo fue su trabajo como periodista lo que le llevó a interesarse por las condiciones materiales de vida de las clases subalternas. Le gustaba, además, la polémica. Pero no era un maniático de la última palabra.
Creo que es justo y necesario que cada uno intente convencer a los demás de que tiene razón. Pero eso es una cosa y otra, muy diferente, que los objetivos y los programas de los partidos políticos estén supeditados a esos momentos fugaces, por apoteósicos que sean, en que el público se arranca a aplaudir porque se han dicho verdades como puños, se han puesto los puntos sobre las íes, se le ha puesto el cascabel al gato o se ha cogido al toro por los cuernos. Nos hemos habituado tanto a esa actitud, hemos naturalizado hasta tal punto esa manera de proceder, que parece una extravagancia preguntar qué modelo de sociedad, qué modelo productivo, qué modelo educativo defiende ese sujeto híbrido de telepredicador y clown en que se han convertido tantos oradores parlamentarios.
Iglesias ha interiorizado los patrones televisivos en tan alta medida que se mueve en cualquier contexto como el presentador de programas que empezó siendo y ha vuelto a ser
En la trayectoria de Pablo Iglesias hay muchos episodios notables, lo mismo que en su personalidad hay muchos rasgos virtuosos. Tiene poco de clown, y mucho menos de telepredicador, pero ha interiorizado los patrones televisivos en tan alta medida que se mueve en cualquier contexto como el presentador de programas que empezó siendo y ha vuelto a ser. O que nunca dejó de ser. Y no hay que descartar que ese haya sido uno de los ingredientes de su éxito. Pero, mientras que Marx usaba la prensa con fines políticos, en el caso de Iglesias la política parece una prolongación de la televisión por otros medios. La expresión “programa político” adquiere en él un sentido singular.
Desde que Iglesias dejó de defender las posiciones de Podemos en el Congreso de los Diputados, su público no son sus votantes, ni sus antagonistas parlamentarios. Su público son ahora sus espectadores, oyentes y lectores. El programa que defiende es, por tanto, inseparable de la escaleta de sus intervenciones en televisión, en la radio o en la prensa, en Twitter. Y ese programa se caracteriza por la incontinencia verbal y la irresponsabilidad política, puesto que no se apoya en ninguna base representativa. Por eso tiene sentido prestar atención no tanto al tono de sus intervenciones, que es inseparable de su imagen pública, como a la intensidad con que aborda ciertos temas en detrimento de otros. Pero no cabe ignorar que la suya es la tribuna de un exvicepresidente del gobierno y exdirigente de uno de los partidos más emblemáticos de la izquierda española, y por eso si desde esa tribuna se pone más interés en perseguir, señalar y denostar a periodistas de izquierdas que en denunciar el expolio medioambiental y la sevicia fiscal de las grandes empresas, el retrato se hace solo. Y si uno le reprocha a Antonio Maestre o a Elizabeth Duval sentarse en el mismo plató que Ferreras mientras él no ha tenido problema alguno en compartir Consejo de Ministros con Grande-Marlaska, el retrato, además, sale feo.
En 1996, Pierre Bourdieu se preguntaba en qué condiciones debería uno acceder a expresarse en televisión. Aún había por entonces un desprecio generalizado hacia el medio televisivo, desprecio del que participaban la mayor parte de los intelectuales, los políticos y los periodistas clásicos, los de la prensa escrita. Lo que se dio poco después no fue un simple cambio de actitud, una resignificación, por así decirlo, de la televisión y sus códigos, sino una ampliación del medio televisivo a los demás espacios: la intelectualidad, la política, la prensa escrita. De hecho, esta última acabó pareciéndose cada día más a las revistas del tipo Teleprograma que funcionaban como espejo en la cuatricromía del mundo televisivo. Bourdieu todavía se planteaba unos requisitos mínimos, unas reglas claras para el debate intelectual y político. Porque asumía, y creo que con razón, que las virtudes intelectuales y políticas no se agotan en el acto performativo de decir verdades como puños o llamar al pan, pan y al vino, vino. Eso puede hacerlo cualquiera.
Creo, con Bourdieu, que los periodistas y colaboradores de los medios de comunicación tienen la responsabilidad de llevar a esos medios un nivel de exigencia intelectual y moral, si no idéntico a la que se le suponía tradicionalmente a la academia, al menos de su mismo signo, con sus mismas intenciones virtuosas. Habrá de todo, claro, pero me parece que el sentir general, incluso en nuestros hiperventilados e incestuosos corrillos de izquierdas, es que los enemigos del bienestar son muchos y muy diversos, pero entre ellos no figura ninguna progresía mediática especializada en atacar a Podemos. Defender otra cosa y hacer de ello una cruzada personal entra dentro de las veleidades de cada cual, pero pretender hacerlo pasar por un programa político es, simple y llanamente, una estafa. Y esto también es llamar a las cosas por su nombre.
Uno de los textos más conocidos y citados de Karl Marx es la Crítica del programa de Gotha. Es un texto breve, sencillo, con esas pinceladas de sarcasmo de empollón que tanto abundan en la obra de Marx. A los comunistas les gusta más que otros textos de Marx porque es de los pocos donde aparece la...
Autor >
Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
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