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Mi trabajo es observar datos y lo que surja, si bien es el apartado lo-que-surja el más extraño. Dentro de lo-que-surja hay objetos de extraña codificación, como los off the records. Que son cosas que te dicen los malos a cambio de no publicarlas. Son muy útiles porque confirman y ordenan cosas que sabes. Por lo que, si bien no puedes publicarlas –sencillamente porque diste tu palabra al respecto, y la palabra, en términos generales, mola–, te permiten publicar todo aquello que confirman, autorizan y ordenan esos datos. Te hacen, vamos, más listo y más libre. Otros lo-que-surja, aún más rarunos son sensaciones, sobre las que tampoco puedes hablar mucho, pues en tanto que sensaciones nunca están confirmadas. Se trata de cosas que quedan entre tu nariz y tú. Esto es, dos trozos de carne que solo se deben a sí mismos. En ocasiones, esas sensaciones no existen, o al menos son gaseosas y difíciles de identificar. En ocasiones no son más que estados de ánimo colectivos, de los que nadie habla, pero que, de alguna manera, son palpables. En términos generales esas sensaciones son importantes, porque son la época. Son la plataforma sobre la que se desarrollan las cosas. Por eso mismo, en ocasiones son más importantes que las propias cosas que transportan y tras las que se esconden. O, al menos, pesan más. Bueno, el sentido de estas líneas era explicarles algo importante –una carta es un cacho de espacio-tiempo que contiene al menos un dato importante; cuando era pequeño tuve ocasión, durante un periodo, de leer cartas que mi mamá me enviaba, y en todas había un dato importantísimo, que nunca jamás he olvidado; este: “Hijito, abrígate mucho”–. Si bien ese algo importante, en este caso, no es más que una sensación. Lo que obliga a tratarla como lo que es. Un quizás. Un lo-que-surja.
La sensación es la siguiente. Percibo poco ambiente electoral. Algo extraño en una campaña de elecciones municipales que, por definición, alude a un ámbito real, eléctrico, del que carecen el resto de elecciones. Se trata de una comunidad real, física, efectiva: el municipio, un punto en el que transcurriría casi todo en la vida si no hubiera canales de radio y tele que te informan constantemente de que la vida transcurre en otra dimensión política, en palacios, en parlamentos, en canales de radio y de tele. Interpreto esa ausencia de ambiente electoral como el fin efectivo de un periodo. En efecto, todo lo iniciado en 2011 ha finalizado. Y lo que queda, salvo sus excepciones, es algo muy parecido a lo que había antes. Política. Un ruido constante, inasequible a los cambios y, usualmente, sin mucha relación con ellos. El Régimen del 78, precario, frágil, recosido, sigue siendo lo más sólido. Lo que habla de una gran ausencia de solidez ambiental. No sabemos cuánto tiempo podrá arrastrarse, ni la calidad de sus movimientos hasta entonces. Pero vuelve a ser consistente, en ausencia de nuestra consistencia, que hizo temblar a la política, recordémoslo, una última vez, durante varios años. Sea como sea, no volvemos al punto anterior a todo esto. Volvemos a un punto más incalculable e inestable. No volvemos a los ochenta, aquella apisonadora de derrotados, que acaeció tras unos setenta optimistas y luminosos y repletos de posibilidades, sino que volvemos a algo mucho menos estable y mucho más precario, posiblemente a un punto en el que nunca habíamos estado, y que tendremos que descubrir.
No obstante, y aun no volviendo a una suerte de años ochenta tras esta última década, en la que fue posible un abanico de realidad mayor del que disponemos ahora, detecto –con mi nariz, un cacharro tan fiable, o tan poco fiable, como el tuyo– ciertos parecidos a aquella década tan mangui. Uno de ellos es lo que se espera de la prensa y del periodismo por parte de los políticos, incluso de los nuestros. Se espera algo parecido a lo que la prensa y el periodismo ofreció desde el 78. No intensificar la derrota, apostar por el optimismo, crear cohesión, animar a la tropa. O, al menos, no desanimarla, con datos o meditaciones derrotistas que no aportan valores positivos. Esto es, una nueva generación de políticos que, nuevamente y tal vez, no ha estado a la altura, nos vuelve a pedir que rebajemos la altura, para que no nos dé morriña ni yuyu.
El objetivo de esta carta era precisamente ese. Explicaros que el optimismo, o el pesimismo, no tienen nada que ver con la información. Que la información depara datos buenos y datos nefastos, siempre. Y que es bueno encararlos. En ese sentido, esta carta es para daros las gracias. Gracias por permitirnos no construir cohesión, no transmitir ideas sencillas, sino hacer periodismo. Gracias por permitirnos no ser optimistas todo el día. Gracias por no insistir en que los periodistas tenemos que transmitir estados de ánimo chachis e, incluso, pirulis. Gracias por permitirnos experimentar con la realidad aspectos penalizados desde los ochenta, como la desconfianza ante la clase política. Gracias por permitirnos no reeditar otra vez otra Cultura de la Transición, muy sensible a la propagación de mensajes políticos pop, positivos e inútiles.
A todos vosotros, muchas gracias. Nada desanima más que ser tratado como tropa sensible de ser animada. Gracias por la parte que les toca.
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Mi trabajo es observar datos y lo que surja, si bien es el apartado lo-que-surja el más extraño. Dentro de lo-que-surja hay objetos de extraña codificación, como los off the records. Que son cosas que te dicen los malos a cambio de no publicarlas. Son muy útiles...
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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