En Mayúsculas
¿Y tú, de quién eres?
Proceder como votante desde la responsabilidad y en aras de un frente común progresista que cuide de nuestros intereses exige conocer también nuestros orígenes
Ana Bibang 17/06/2023
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Esta pregunta me lleva directamente a mi infancia en Asturias, tierra de mi familia materna, por ser la forma en la que los paisanos del lugar te requerían con extrañeza para identificarte y ubicarte.
En ese momento tu nombre de pila no era tan importante como el de tus abuelos, padres o parientes cercanos, por supuesto acompañado de su correspondiente mote si lo había; así, estaba ‘Quique Teléfonos’ porque su padre trabajaba en la compañía Telefónica, o ‘Patricia, la de Chusa’, nombre de su señora madre.
Servidora siempre fue “la nieta de Milio” (Emilio, a lo familiar) y Maruja, nombres de mis abuelos, porque primaba el ascendiente más antiguo, aunque por mi condición de única niña racializada en todo el pueblo y probablemente en toda la comarca, me conocía hasta el último lugareño, así que mis padres tomaron relevancia y también fui “la de Pilina y Jesús (el negrín)”.
Con el tiempo y ya fuera de tierras astures, pasé a ser “la hermana de Jota”, por serlo de un artista mayúsculo y aún mejor persona.
No cabe más orgullo por un árbol genealógico, que el que siente quien escribe estas líneas. Pues bien, toda esta genealogía peculiar es el mejor de los instrumentos para saber quién eres y hacia dónde vas, así como para distinguir quiénes son los que realmente te cuidan y velan por ti; esos con los que hay que estar con razón y sin razón, aunque en ocasiones os matéis. Que en todas partes cuecen habas y en algunas, a calderadas.
Toda esta genealogía peculiar es el mejor de los instrumentos para saber quién eres y hacia dónde vas
Pero extrapolando estas premisas a la situación política actual, llego a la conclusión que tal vez dichas propuestas no están tan claras. Parto de la base de que nuestros ilustres políticos tienen una obligación ingente, desde el punto y hora en que son elegidos por el pueblo llano y soberano para hacer un trabajo y hacerlo bien. Por supuesto, cuando no cumplen su cometido, toca exigir responsabilidades e investigar el motivo del incumplimiento. Solo faltaba.
Sin embargo, antes, durante y después de este recorrido, se oye como un mantra de boca del respetable, aquello de “la culpa es del gobierno” (ahora de Pedro Sánchez, antes lo era de Pablo Iglesias, pero eso ya es otra historia), “todos los políticos son unos ladrones” o “son todos iguales”. Y ya. Así que quizá no estaría de más hacer un poco de autocrítica y reflexionar de un modo más profundo respecto a la parte que nos toca y también por la cuenta que nos trae.
Toca reflexionar sobre por qué el votante progresista enjuicia y castiga con mayor severidad a quienes más se acercan a la defensa de sus intereses que a aquellos que atacan frontalmente sus necesidades; sorprende ver cómo provoca más indignación un mal proceder o una decisión equivocada de un político afín que aquellas conductas que han acabado siendo condenadas por delictivas, cometidas por parte de los que están enfrente y a quienes su servidora acuñó como “los hombres de siempre” en una anterior entrega de esta humilde columna.
También corresponde preguntarse por qué el votante de clase trabajadora desdeña a quien elabora reformas laborales que mejoran las condiciones de trabajo, ya sea elevar el salario mínimo, promover los contratos indefinidos o establecer mecanismos de vigilancia para evitar el fraude laboral y acaba votando al populismo que hace ruido como una emisora de radio mal sintonizada, que no propone nada, ni resuelve nada, tan solo instrumentaliza la precariedad y la necesidad para allanarse el camino al poder. Estos mismos que les facilitan el camino, son también objeto de su desprecio, porque las demandas de los trabajadores “son cosas de pobres”.
La sanidad, la vivienda, la educación o las pensiones públicas, entre otras cosas, están en juego, poca broma
En suma, desde las posturas progresistas de base nos toca pensar en acuerparnos a nivel interno por nuestro propio bien y fortalecer un corporativismo externo que permita proteger el Estado del bienestar que provee el poder público, cada vez más diezmado por las políticas liberales. La sanidad, la vivienda, la educación o las pensiones públicas, entre otras cosas, están en juego, poca broma.
Y esto pasa, necesariamente, por proceder como votante desde la responsabilidad y en aras de un frente común progresista que cuide de nuestros intereses, como bien saben los conservadores que ejercen su voto hacia quienes protegen los suyos, ya sea con razón o sin razón. Como mujer progresista, racializada, feminista y trabajadora, tengo claro de quién soy. Desde que era “la nieta de Milio”.
Esta pregunta me lleva directamente a mi infancia en Asturias, tierra de mi familia materna, por ser la forma en la que los paisanos del lugar te requerían con extrañeza para identificarte y ubicarte.
En ese momento tu nombre de pila no era tan importante como el de tus abuelos, padres o parientes...
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Ana Bibang
Es madrileña, afrodescendiente y afrofeminista. Asesora en materia de Inmigración, Extranjería y Movilidad Internacional y miembro de la organización Espacio Afro. Escribe sobre lo que pasa en el mundo desde su visión hipermétrope.
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