En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Sé que aquí más de uno —y con justa razón— me tildará de ingenuo, de distraído, pero cojo la pluma sintiéndome rotunda, arteramente estafado.
Resulta que ayer me entró una gana ubérrima (Vallejo dixit) de escuchar el Adagio de Albinoni y, para no atorrar a la familia entera, decidí hacerlo con audífonos desde el lector CD del ordenador. Fui a buscar nuestro CD de Tomaso Albinoni [428 657-2]. Y se lo di de comer al Mac…
Mi relación con el Adagio viene de la adolescencia temprana. Y llegué a él en versión de… ladies and gentlemen, from Los Angeles, California: The Doors (¡háganme favor!). Cada quién su educación sentimental, cada quién...
Median los años 80 del pasado siglo. Un amigo de mi palomilla adolescente me pasa a cassette un LP (pertenecía a su hermano mayor): Jim Morrison, An American Prayer [ELK 52 11], que me hace estallar la cabeza. Armado en 1978 por los tres Doors sobrevivientes, se trata de un álbum póstumo con la poesía de Morrison. Terminaría por abrirme mil y una puertas mentales. Bueno, resulta que de fondo en el último poema del lado B, The Severed Garden / A Feast of Friends, asomaba una melancólica melodía que pulsaba todas y cada una de mis fibras juveniles.
Me llegué a saber el American Prayer de memoria. Trataba empecinadamente, entre mis amigos, de ganar adeptos para la poesía de Morrison. Siempre en vano. Fui de descalabro en descalabro. La estocada final la dio un tal Marcelo Lara —Alain y su carnal Marcelo, nos apodaban—, quien rolaba los mejores discos importados y tenía, por ello, gran ascendente musical sobre todos los demás. Su cigarrillo Camel en la mano, Marcelo sentenció inapelable: “Güey, tu rollo ese de Morrison es a-bu-rri-dí-si-mo”. Quizá incluso lo (y me) fulminó públicamente con un “infumable”, un “soporífero”.
Apesadumbrado, le di varias vueltas al desaire y deduje que el asunto, acaso, sería de corte generacional. Yo, por tener medios-hermanos harto más mayores, siempre estuve musicalmente desfasado… Así que me fui a poner mi cassette en el autoestéreo del mítico Volkswagen color café metalizado de mi hermano Jose Luis y él, mientras me llevaba no sé a dónde, me dijo como quien no quiere la cosa que eso que Krieger, Manzarek y Densmore “masacraban” tenía, de hecho, nombre: se llamaba el Adagio de Albinoni...
No mucho tiempo pasó antes de que un primo de mi edad, músico y genuino melómano, me regalara un cassette ornado con el inconfundible marbete amarillo de la Deutsche Grammophon. Algo así como “Obras maestras del barroco europeo”. Puro hitazo. El Badinerie en sol mayor de Bach, trozos del Stabat Mater de Pergolesi, el Canon de Pachelbel, una Estación u otra de Vivaldi… Puro hitazo, culto pero light (como un servidor); barroco de supermercado quizá —aunque no por ello menos sublime—.
En el lado B del mentado cassette venía —¡pero por supuesto!— el Adagio de Albinoni, que descubrí por primera vez sin los redobles de tarola del Door John Densmore.
Y, sí señores, me volvió a conmover.
De que descubrí la versión verdadera, nunca un cassette o CD del Adagio faltó en mis sucesivas discotecas, no obstante las mudanzas internacionales y/o las desgarradas reparticiones postruptura amorosa.
Caso es que ayer saqué del estante el CD Albinoni y me lo traje al escritorio donde esto escribo. El Mac se lo tragó, e iTunes me preguntó en francés (mi ordenador y yo dialogamos en francés) si deseaba importar el disco. Le respondí que no. Me comentó que en las bases de datos de la web había hallado varios álbumes que se correspondían y que, si me apetecía, podía importar los nombres de las pistas. De un golpe de ENTER le pedí que lo hiciera, petición que ejecutó de manera instantánea.
Y —¡ostras!— en el track 1 pude leer:
Giazotto: Adagio in G Minor (Formerly Attrib. Albinoni) | 7:40 | I Musici | Albinoni: Adagio | Classical
¿¿¿Cómo, cómo, cómo??? ¿¿¿Formerly Attrib. Albinoni??? / ¿¿¿Antes atribuida a???
Volví azorado el estuche de mi CD Albinoni.
El track 1 decía: “Adagio para cuerda y órgano en Sol menor” (Arreglo: Remo Giazotto). Ni tardo ni perezoso, busqué en Wikipedia al tal Giazotto.
Y —¡agárrense!— resulta que Remo Giazotto (Roma, 1910 - Pisa, 1998), musicólogo, fue el biógrafo de Tomaso Albinoni (1671-1751). Él reunió y catalogó el corpus de partituras. Él publicó en 1958 —y no en cualquier lado: con la prestigiosísima casa Ricordi— la partitura de un adagio fragmentario, obra mayor, desconocida, de Tomaso Albinoni: el célebre Adagio.
El storytelling —nombre con que el marketing se ha apropiado de la narrativa— es irresistible: Dresden, día de San Valentín de 1945. Los Lancasters de la RAF y los B-17 de la USAAF se alejan en el cielo nocturno habiendo largado, por millares, bombas incendiarias y explosivas sobre la ciudad mártir. Un voraz incendio devora y arrasa el centro histórico. Durante varios días llueve ceniza. Dresden, la joya de Sajonia, no es más; es el páramo de ruinas de la célebre y tremenda fotografía de Richard Peters.
Ahora: entre los escombros de la biblioteca derruida, alguien, silueta en sombras que no podemos imaginar sino hambrienta y asustada, se agacha y recoge un legajo de viejos papeles (ya que estamos imaginando, hagámoslo a lo grande: como un film noir dirigido por Carol Reed). Son papeles manuscritos, partituras antiguas perdonadas —primer milagro—por las llamas...
Segundo milagro: quien hurga entre los escombros mira las partituras y las sabe reconocer como barrocas. Acaso las lee ahí, furtivamente, entre cascajo y vigas quemadas y escucha dentro de su cabeza una melodía celestial. Se guarda el legajo dentro de la gabardina. Ya a resguardo, la melodía se apaga y el rastro de la partitura se vuelve borroso...
Doce semanas después del asedio aéreo y de la aniquilación de la ciudad, la Alemania nazi capitula.
Las partituras —tercer milagro— van cambiando turbiamente de manos hasta caer en las —idóneas— del musicólogo erudito Remo Giazotto, quien a trece años del fin de la Guerra da a conocer una melodía perfecta, cuya fuerza emotiva se abrirá paso de manera imparable a través del mundo.
Salvo que... todo fue una superchería. El minucioso Giazotto, compenetrado hasta la médula con su objeto de devoción y estudio, en un punto supo, de súbito, que había roto el Código Albinoni. Conocía a Tomaso Albinoni mejor que Tomaso Albinoni mismo. Del divertimento, del pastiche ante las teclas, lo que comenzó a brotar del arpa del piano escaló a lo sublime. Giazotto compuso (mejor que Albinoni) un “Adagio a la manera de Albinoni”. Y ayudado por una sabrosa mentira y el aval irresistible de un bombardeo, de una biblioteca en llamas, de un rescate fortuito, optó por suplantar a su ídolo. Atribuyó a Albinoni la composición que éste le inspirara.
El mayor hit de cualquier recopilación de Albinoni, el track 1, no es pues el “Adagio de Albinoni” sino un “Adagio a la manera de Albinoni”. ¡Tal es la pieza que, sin ser suya, le granjeó la posteridad! Tan barroco es el Adagio como góticas las fachadas de las venerables universidades norteamericanas, o neogóticamente fake la fachada de la Catedral de Barcelona...
¡Vaya fraude!
¡Vaya estafa!
Imaginen que saliera de súbito a la luz que Las señoritas de Avignon las pintó Roland Penrose. Así es como acusé el golpe.
Pero, un momento... ¿No nos está eludiendo un enigma mayor?
¡Vaya misterio, la psicología de Giazotto!: nunca en su vida compuso o publicó en su nombre ninguna otra pieza musical; prefirió la elegante oscuridad del erudito a la gloria del creador.
¿Qué razones pudo darse?
Remo Giazotto —paz a su alma— pasó a mejor vida en 1998.
Pero no fue, la suya, una mentira impune. Tan tardíamente como 1990, la Biblioteca Nacional Sajona de Dresde publicó una carta en la que declaraba que nada hay en su acervo, o en su antiguo catálogo, que —ni remotamente— se parezca a lo que clamaba haber hallado Giazotto. Los flujos de información no eran todavía, por ese entonces, ni instantáneos ni globales, y yo estaba de lo más ocupado cumpliendo veinte años: el Comunicado de prensa me esquivó con facilidad. Giazotto guardó silencio. Por mi parte, seguí conmoviéndome con el Adagio.
Borges opinaría que el caso bien parece un argumento de Chesterton, “discurridor y exornador de elegantes misterios”. Harto más pedestre, yo digo nomás, con Pedro Navajas: “La vida te da sorpresas / sorpresas te da la vida”.
Sé que aquí más de uno —y con justa razón— me tildará de ingenuo, de distraído, pero cojo la pluma sintiéndome rotunda, arteramente estafado.
Resulta...
Autor >
Alain-Paul Mallard
Escritor, coleccionista, fotógrafo, viajero, cineasta, dibujante, Alain-Paul Mallard (México, 1970) es autor de 'Evocación de Matthias Stimmberg', 'Nahui versus Atl', 'Altiplano: tumbos y tropiezos'. Vive en Barcelona.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí