
Portada del Financial Times del lunes 13 de febrero de 1888. / F. T.
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La historia es sencilla. Dios habla con Abrán –no consta que haya hablado con él nunca antes– y, sin más preámbulos o explicaciones, le pide abandonar su tierra natal –Babilonia– y dirigirse a la tierra que le será mostrada. En ese momento, el narrador explica algo sencillo sobre lo que no se detiene y que será, no obstante, el inicio, literalmente, de todo: “Abrán partió”. En el momento de escribirse estas líneas –tal vez entre el 900 y el 550 a. C., si bien algunas de las historias que se narran en el Génesis deberían venir de una tradición oral sumamente anterior, que podría datarse entre el 1400 o el 1500 a. C.–, ya se habían escrito, obviamente, textos sagrados. En hebreo, en griego, pero también en Egipto y, mucho más antiguos, en Sumeria. En la tradición sumeria, la geografía de la que provenía Abrán, los textos religiosos, incluso los textos históricos –aquellos con vocación de establecer, únicamente, hechos, cronologías, datos–, carecían de principio y de fin. Todos esos textos empezaban ya empezados, y finalizan antes de acabar. En esos textos no importaba, por tanto, el principio ni el fin, posiblemente porque se desconocían esos dos hechos. Verdaderamente, las personas empezaron a explicar cosas y, luego, a escribirlas, mucho antes de saber lo que era un principio, un desarrollo y un final. Mucho antes de saber lo que era un planteamiento, un nudo y un desenlace. Mucho antes, en fin, de saber el secreto de los tres actos de la narrativa. Por eso es importante el “Abrán partió”. Es, así como suena, el primer inicio de una historia. Y no es solo el primer inicio de una historia, sino que es el inicio de una historia que, además, no ha acabado. Quién crea que ha acabado, solo tiene que escuchar las noticias del día. Es posible que el legado de la cultura hebrea sea precisamente ese. Inventar, distribuir, asentar la idea de que todo tiene un principio, por lo que todo debe tener, necesariamente, un final. Es la idea de linealidad, hoy una obviedad, pero que fue algo improbable antes de la frase “Abrán partió”. Es más, esa idea de linealidad nacida con esa frase salió, con el tiempo, fuera del ámbito religioso, recorrió el mundo y se expandió, de manera que hoy existe en todos los ámbitos. Una película, un suceso, una vida, una mañana, una noche, una receta, un beso, un golpe, tiene un principio y un final. Incluso la vida absolutamente laica, la vida sin ningún tipo de contacto con ninguna creencia ni religión, ha adoptado la idea de principio y de final como una de sus herramientas cotidianas, de manera que sabes, por ejemplo, que este texto, que ha tenido un principio, tendrá un final, que no tardará en llegar, y que no puedes sospechar, pero que acabará ordenándolo todo, pues el principio, el final, es una forma de ordenarlo todo. Todo. Todo. Absolutamente todo. Salvo un ámbito, consagrado no solo a las creencias, sino a las creencias más arcaicas, aquellas que, sin importarles lo más mínimo, carecían de principio y de orden, e interpretaban el tiempo como algo cíclico, repetitivo, reiterativo. ¿Qué ámbito, qué religión anciana e inhumana sostiene que no hay inicios ni finales sino, como en Sumeria, tan solo ciclos?
Para contestar a esa pregunta he empezado a escribir estas palabras, que llegan ahora a su fin. La idea anciana de que la vida son ciclos no sobrevive en una Sumeria recuperada. Sobrevive, vive, es la esencia de las páginas salmón de los diarios. De la economía.
La historia es sencilla. Dios habla con Abrán –no consta que haya hablado con él nunca antes– y, sin más preámbulos o explicaciones, le pide abandonar su tierra natal –Babilonia– y dirigirse a la tierra que le será mostrada. En ese momento, el narrador explica algo sencillo sobre lo que no se detiene y que será,...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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