NOTAS DE LECTURA (XXXII)
La moral del testimonio
Contra la honestidad de la escritura confesional
Gonzalo Torné 9/12/2023
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Pese a que la escritura constituye un mundo al lado del mundo “real” (el de los hechos y el tacto, o quizás sería mejor decir el de las sensaciones compartidas o el de las consecuencias), no existen protocolos fiables para regular sus relaciones más allá de unas cuantas leyes desganadas sobre la intromisión en el honor y las difamaciones más flagrantes.
Claro que una relación tan constante genera roces y fricciones que suelen quedarse sin examinar. Una de las más interesantes es el empleo de “hechos reales” en los textos literarios. Detengámonos primero en los libros de “testimonio”. Pese a la insistencia de editores y autores en que los leamos como novelas, pertenecen a la “no ficción” (o al género de la mínima ficción posible), de manera que no deberían plantear problemas. De lo que el escritor da cuenta aquí es de su vida y su experiencia. ¡Él sabrá!
Y, sin embargo, a poco que lo pensemos se eleva ante nuestros ojos una cuesta de reparos morales. El principal es que al escribir sobre “su vida” el escritor arrastra la vida de otros y los encierra en una versión personal de “experiencias compartidas” sin derecho (a menos que también sean escritores) a réplica. Una especie de “así fue y así lo cuento y tú te callas”.
Uno de los motivos por los que renuncié a escribir sobre mi vida fue que nadie de mi entorno iba a poder replicarme
Inciso: uno de los motivos por los que, de manera bastante consciente, renuncié al principio de mi carrera a escribir sobre mi vida (infancia, adolescencia y juventud) fue precisamente que nadie de mi entorno iba a poder replicarme o matizar mi visión en público, en igualdad de condiciones. Que me apropiaba de una historia que no era solo mía. Que sobre aquel asunto solo se iba a escuchar mi voz. Que las posibles descargas de dolor o resquemores iban a quedarse dentro de los otros. Alcanzado cierto nivel de resonancia (que en aquel entonces ambicionaba pero no tenía), la escritura proporciona un poder algo equívoco, y como la mayoría de poderes trata de convencerte de que conlleva una gran responsabilidad, cuando lo que de verdad ofrece son pasos francos para el abuso.
Soy consciente de que la escritura testimonial contiene un prestigio vivo (al menos entre el gremio de los prescriptores): el “ir de frente”, el ser “honesto”, el contar “las cosas tal y como son”. Pero son lemas bajo los que se cobijaría gustoso cualquier fanático y que amparan el abuso bajo una aparatosa aura de atrevimiento. Una versión del “te lo digo a la cara” que conocen todas las personas sin tacto y con escasa capacidad de flexión. Argumentos que suelen estar poco comprometidos con la complejidad de las situaciones, y ya no digamos con los argumentos y las razones de los otros. Pocas cosas más sospechosas, por escrito, que la profesión de sinceridad.
Otra coartada a disposición del escritor es proclamar que sí, de acuerdo, que se aprovechan de su estatus, pero que lo hacen por el bien de la literatura. Por ofrecer un gran texto. Este argumento suena todavía más estremecedor bajo el signo del sufrimiento: sacrifican sus amistades y las buenas relaciones con sus familiares para ofrecernos “material vivo”. Lo hacen por nosotros. ¿No vamos a agradecerles el padecimiento que les ha costado “atreverse”?
Esta línea argumental suele ser una payasada vergonzosa (a la mayoría se les ve bien ufanos cada vez que vuelven a explicar estos asuntos supuestamente tan complicados de abordar en las incontables entrevistas promocionales y en la conga de ferias y festivales literarios), pero contiene una pregunta intrigante: ¿exculpa la “calidad literaria” los reparos morales? Probablemente sí, y que cada uno se busque sus ejemplos, pero en tantos casos la supuesta “calidad literaria” es algo que proclaman el autor y sus editores mientras que el ajuste de cuentas queda expuesto delante de todo el mundo.
El testimonio tendrá más valor cuando abra un espacio de mundo apenas explorado por la literatura
¿Estoy proponiendo que se dejen de leer novelas de testimonio? Iba a decir que “nada de eso”, aunque por lo que llevo escrito tiene toda la pinta. Pero no. Tan solo pretendía explicarme mis propios reparos con el género (ahora que hay una pasa que ni la gripe), que se desactivan cuando leo un “testimonio” que me interesa o me intriga como me ha pasado recientemente con Eider Rodríguez, Alana Portero, Miguel Ángel Oeste o Sara Torres. ¿Hay una divisoria entre estos libros y el abuso (más o menos descarado) de poder y confianza?
La pregunta es complicada y llevamos ya bastantes párrafos enredando. Así que ensayo algunos rasgos tentativos, en un estilo más bien telegráfico: 1) El testimonio tendrá más valor cuando abra un espacio de mundo apenas explorado por la literatura o que hasta el momento era contado de manera rutinaria y desde fuera por los habituales ostentadores de la palabra; 2) El testimonio tendrá más valor cuando contiene su propia discusión, el esfuerzo (propio de la novela) por contener versiones contrarias o por lo menos divergentes de lo sucedido; 3) El testimonio tendrá más valor cuando el autor no puede más. Esto es difícil de calibrar, pero el lector “lo nota”, vamos si lo nota.
El resultado de cualquiera de estos tres esfuerzos distancia tanto los libros de los testimonios convencionales (ya no digamos de la rumiante autoficción) que quizás deberíamos buscar otra palabra. Porque aquí ya no se recurre y se abusa de la “confesión” para decir cosas ya redichas y que solo benefician al autor, sino que los libros se adentran en lo “declarativo”: textos donde se expone en público algo que se mantenía oculto o disimulado, y exige un lenguaje y una disposición nuevas, aunque el enfoque sea personal. El objetivo de la cámara sigue cerrado, pero al menos vemos cosas que no estamos agotados ya de ver.
Pese a que la escritura constituye un mundo al lado del mundo “real” (el de los hechos y el tacto, o quizás sería mejor decir el de las sensaciones compartidas o el de las consecuencias), no existen protocolos fiables para regular sus relaciones más allá de unas cuantas leyes desganadas sobre la intromisión en el...
Autor >
Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
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