MADRÍ, ZONA DE OBRAS
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Cuatro Caminos se fue urbanizando a puñetazos, sin orden estético ni concierto de delineantes. Esa es su gracia. En tiempos de la República fue la Glorieta del 14 de Abril. Hoy es un pastiche de edificios
Ricardo Aguilera 3/12/2023
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Cuatro Caminos, Cuatroca, 4K. Glorieta fea y descuajeringada, tráfico delirante de toda la vida, intensamente viva. Mezcla de vecinos puretas, copiosa inmigración, estudiantes camino de la Universitaria, vendedores callejeros, chulos de farola y pitillo, viejos al sol de los bancos, evangelistas evangelizantes, riders a la espera del pedido, gente haciendo la compra. No hay turistas: un alivio.
Cuatro Caminos aparece en las novelas de Baroja y Galdós. Por entonces no era parte de Madrid, sino del quinto pino. Ni siquiera figuraba en los planes del ensanche. Por allí no había más que ventas, cabras, campurriales y el camino que llevaba a Tetuán de las Victorias. Se fue urbanizando a puñetazos, sin orden estético ni concierto de delineantes. Esa es su gracia. En tiempos de la República fue la Glorieta del 14 de Abril. El nombre le duró poco, tan poco como la ilusión de tener un país digno. Hoy es un pastiche de edificios que no comparten ni edad, ni estilo, ni estética. La plaza nunca fue peatonal: demasiado tráfico. Tampoco es de las que tienen un parking debajo porque no había sitio: profundizando encontramos varias líneas de metro, una de ellas, la más antigua de Madrid. Y además, una vía subterránea. Como para aparcar…
Durante 35 años, la Glorieta estuvo dominada por uno de los muchos scalextrics con los que jugaba el entonces alcalde de Madrid, Arias Navarro, Carnicerito de Málaga, que decidió cambiar las penas de muerte de su ciudad natal por la construcción de carreteras volantes en la capital. Aquello era de órdago. El tráfico de Cuatro Caminos en dos niveles rivalizaba con todos los infiernos de Dante. Otro fascista de su misma cuerda, pero sin sangre en las manos, Ruiz Gallardón, lo desmontó en 2004, para dedicarse a su vicio particular: usar la tuneladora. El juego de luces y sombras del scalextric acogía mucho ruido, un kiosco de flores y unos pocos bancos para desahuciados de la fortuna. Uno de ellos era Rafael Romero, el Gallina, cantaor cabal, enorme por peteneras, hombre de tanta elegancia innata que lucía una chaqueta llena de lamparones y sietes con más prestancia que el Duque de Edimburgo.
Tirando hacia el norte, Bravo Murillo, calle comercial de baratillo. A mano izquierda las antiguas cocheras de la EMT se han convertido en una urbanización de medio pelo. Para qué un parque, habiendo tantísimos en el barrio… En la otra acera, el fabuloso Mercado de Maravillas que algún día nos quitarán por el interés compuesto de los que cobran del erario municipal y del otro. En frente, el Malecón de Almansa: refugio de la emigración caribeña, emporio del locutorio, docenas de peluquerías para pasar el rato. Por doquier, chiringuitos para enviar dinero a ultramar, bajos de “compro oro” y gitanas vendiendo ajos sobre una caja de cartón. Una casa de baños averiada desde hace tiempo. Centenares de comercios. Los cines, eso sí, desaparecieron todos: el Cristal y sus billares, el Montija, el Lido… La calle, un río de gente. Mucha animación, bullicio. Todas las razas, todas las edades, todos los acentos. Solo faltan los pijos. No se les espera.
Bravo Murillo, un río de gente. Mucha animación, bullicio. Todas las edades, todos los acentos
Hacia el este, Raimundo Fernández Villaverde, primer ministro con Alfonso XIII. Pese a estos antecedentes, le dedicaron una calle que es como un tobogán que desciende hasta la Castellana a toda pastilla. Lindando con la glorieta se amontonan los mil autobuses que tienen parada final o punto y seguido. Al subir o bajar del bus, se atisba la lúgubre belleza del Hospital de Maudes, antes Hospital de Jornaleros, obra de los arquitectos Antonio Palacios y Joaquín Otamendi Machimbarrena. Impresiona. Fue una donación de una marquesona caritativa para los más menesterosos. En tiempos de Leguina, la CAM le echó el guante. Ya no es hospital, ni de jornaleros ni de nadie, sino oficinas de la Comunidad.
Mirando a la puesta de sol, Reina Victoria. Haciendo esquina con la glorieta, el macizo de los edificios Titanic, obra de Julián Otamendi y Casto Fernández-Shaw, en su momento los más altos de Madrid. En su tiempo, un alarde de solidez y modernidad. Hoy los Titanic sufren una vía de agua descomunal porque chocaron con el iceberg de la especulación, y en medio de ellos se ha levantado el Hotel Metropolitano –gris, impersonal, feo a rabiar– que rompe la continuidad estilística por un puñado de euros que vaya usted a saber en qué bolsillo acabaron. Un poco más adelante, la Cruz Roja, puro ladrillo gótico neomudéjar. Bonito, como de cuento. A mano izquierda, el vacío de las cocheras del Metro. El horror vacui de las inmobiliarias se ocupará de rellenarlo, previo intercambio de sobres. Al lado, la fachada del antiguo Mercado de San Antonio de Padua, también neomudéjar, aplastada por un bodrio de ocho plantas con colorines. En los bajos se ha instalado la Oficina de Atención al Ciudadano del Ayuntamiento de Madrid, como alegoría de qué es lo que se puede esperar de ella.
Tirando al sur, dos calles importantes: Santa Engracia y la parte de Bravo Murillo de Chamberí. En esta última mora el imponente palacete del colegio El Porvenir. Allí se impartió una enseñanza digna de tal nombre durante la larga noche del franquismo, con la excusa de ser evangelistas. No sé cómo lograron que colara, pero coló. Menos mal. En la esquina de Santa Engracia con la glorieta, la antigua Casa de Socorro, hoy Centro Juvenil Chamberí, un edificio bajo, de ladrillo humilde, que han estropeado con un chirimbolo de cristal en el tejado que nadie sabe a qué obedece, más que a las ganas de fastidiar. Al lado, la biblioteca Ruiz Egea, del mismo porte, que aún conserva el rótulo de Biblioteca Popular. Lleva ahí más de siglo. Un milagro.
Cuatro Caminos, Cuatroca, 4K. Glorieta fea y descuajeringada, tráfico delirante de toda la vida, intensamente viva. Mezcla de vecinos puretas, copiosa inmigración, estudiantes camino de la Universitaria, vendedores callejeros, chulos de farola y pitillo, viejos al sol de los bancos, evangelistas evangelizantes,...
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Ricardo Aguilera
Iba para biólogo pero las cosas se torcieron y devine en periodista. Por favor, no se lo digan a mi madre.
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