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En agosto de 1888, Bertha Benz, sin conocimiento de su esposo, y sin ningún tipo de permiso por parte de las autoridades, realizó el primer viaje en un automóvil. Bertha, con dos de sus hijos, partió al amanecer de Mannheim –su domicilio y el de Karl Benz–, y llegó, ya de noche, a Pforzheim –la ciudad en la que residía su madre–, unas 12 horas después. En un carruaje de caballos hubieran invertido más tiempo en recorrer esos 106 kilómetros. El viaje fue, por tanto, un éxito. Fue el punto de partida, espectacular, nítido, de la industria automovilística. Pero no se trató de un día normal. El vehículo carecía de depósito de combustible, por lo que tenían que ir rellenando continuamente el carburador con ligroína, una nafta ligera que solo se vendía en farmacias. Además, el radiador debía ser refrigerado de forma constante con agua, por lo que tuvieron que parar en todas y cada una de las fuentes que se encontraron a su paso. Llegaron a temer, en varias ocasiones, no encontrar una a tiempo. Bertha usó parte de su vestuario –una horquilla, un alfiler de su sombrero, una de sus ligas– para improvisar reparaciones. También necesitó un herrero para arreglar la cadena de transmisión. En las recurrentes cuestas con las que se toparon, Bertha comprobó que la potencia del coche, y las dos marchas con las que estaba dotado, no eran suficientes, por lo que sus dos hijos tuvieron que empujar el vehículo. En los descensos descubrió que los frenos eran débiles, insuficientes. Durante todo el camino tuvieron problemas, y conflictos, con animales y personas con las que se cruzaban, asustadas por el ruido estruendoso del motor. Todo, en fin, fue nuevo en ese primer trayecto en coche de la historia. E inesperado, como el impensado descubrimiento de un nuevo estado de ánimo, que se hizo patente, en su densidad, al poco de partir. A pesar de la ilusión, del ánimo de la decisión brillante, necesario para iniciar esa aventura, no tardó en hacerse presente la crispación, la fatiga ante los impedimentos continuos. La técnica frágil que amparaba la máquina, así como los conflictos que provocaba, creaban un estado de ánimo perturbador, nuevo por su efectividad y peso. Ese estado de ánimo ha seguido siendo persistente desde entonces. La técnica de los automóviles hoy es precisa y silenciosa, pero entrar en un coche, en esa cabina, sigue cambiando el estado de ánimo. La presencia del otro –al frente, atrás, a los lados–, y la percepción de problemas, que ganan tensión y apremio con la velocidad, provoca un ánimo extraño, paralelo al habitual, en las personas que conducen. Gritan, insultan, o imaginan gritos e insultos. Se trata de un fenómeno espectacular, radical, único. Pero a la vez muy limitado: toda esa excepción, todo ese estupor, toda esa fatiga roja, toda esa catarata inútil, desaparece absolutamente en cuestión de segundos, al abandonar la cabina. Como desaparece el humo.
No sucede así, y para eso he empezado a escribir estas líneas, en las redes sociales, que a su vez no son más que la prolongación de la política, o de la información, esa cosa que suele ser, a su vez, poco más que otra prolongación de la política. El estado de ánimo creado en esa nueva ¿cabina? es duradero. No desaparece al abandonarla. Lo que puede indicar que estamos en otra cabina, descomunal, que lo encierra todo. Una cabina en la que cabe un viaje, también crispado, largo, enojoso, con ruido atronador, con miedo continuado a nuestro paso. Indica que vivimos, ya, en la cabina. Salir a la calle ya no es salir de la cabina, sino seguir en ella.
En agosto de 1888, Bertha Benz, sin conocimiento de su esposo, y sin ningún tipo de permiso por parte de las autoridades, realizó el primer viaje en un automóvil. Bertha, con dos de sus hijos, partió al amanecer de Mannheim –su domicilio y el de Karl Benz–, y llegó, ya de noche, a Pforzheim –la ciudad...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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