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La ciudad es un ecosistema complejo. Mucho más allá de ser lugares en los que se vive, se comercia o se trabaja, las urbes constituyen en buena medida la materialización de ese concepto, a veces tan abstracto, que conocemos como Estado. Son centros de poder y de toma de decisiones, de encuentro y discusión, de filiación política; las ciudades explican la evolución de nuestra especie y son, en cierto modo, una radiografía de nuestras capacidades, como sociedad, de ir satisfaciendo una serie de necesidades que cada vez se complejizan más y requieren de un sistema urbano cada vez más complejo. Álvaro Sevilla Buitrago (Alcázar de San Juan, 1978) ha logrado escribir un ensayo perfectamente comprensible para epígonos o agnósticos del urbanismo. Hemos podido charlar con el profesor de la Universidad Politécnica de Madrid de su última obra, Contra lo común: una historia radical del urbanismo, publicada este 2023 de la mano de Alianza Editorial.
En un sentido urbanístico, ¿qué implica ir contra lo común?
En realidad el título es una provocación. No se trata de ir contra lo común sino todo lo contrario. Es también una descripción de lo que argumenta el libro: en el urbanismo… la propia historia de la disciplina y los modelos que van surgiendo [y que se detallan muy bien a lo largo del ensayo] pueden leerse como una sucesión de paradigmas que surgen para lidiar con el problema de que grupos subalternos de la clase trabajadora tengan la capacidad de apropiarse del espacio o de producir sus propios espacios o utilizarlos como una fuente de poder o autonomía. Este es un aspecto que normalmente es invisible dentro del estudio de la disciplina. Hay siempre una especie de… alusión, más o menos vaga [al interés común], porque el urbanismo siempre se ha presentado como un conjunto de técnicas esencialmente benignas orientadas a mejorar los lugares para incrementar el nivel de vida de las personas, pero no es algo que forme parte de cómo se enseña o se practica la disciplina a día de hoy. Detrás de ese discurso [del bien común], que siempre se ha utilizado para legitimar la necesidad de planificar, si escarbas un poco, lo que encuentras es que a pesar de la invisibilidad sobre estos temas, en realidad siempre han sido una pieza central de las preocupaciones de la gente que es responsable de la planificación espacial.
Me llama la atención que el ensayo arranque con la acumulación primitiva. En Italia las familias ricas de hoy en día son mayoritariamente las familias que eran ricas hace cinco siglos. En España hay ciudades en las que este patrón se repite. En el libro se ejemplifica la parcelación de terrenos de Inglaterra, pero, ¿el origen de la desigualdad parte de la desposesión de la tierra o del derecho sobre ella?
Es un fenómeno que muestra que se distribuye muy desigualmente en distintos contextos; en el libro se estudia el caso clásico de uno de los procesos de cercamiento que Marx asocia en El Capital a su concepto de la llamada acumulación originaria. Este tipo de casos de desposesión se ha reproducido en otros países de forma similar a lo que sucedió en Inglaterra, pero está más circunscrito a los siglos XVIII y XIX. Después aparecen procesos similares con mucho apoyo normativo y cartográfico y masivo en otros lugares de Europa, como en Suecia. El caso de España es un poco distinto; es más tardío; y, en parte, las desamortizaciones incorporaron la extinción de derechos comunales. Respondiendo a tu pregunta, ¿desposesión de la tierra o desposesión de derechos?, insisto: creo que la articulación puede ser muy distinta porque la trayectoria previa de estos espacios puede ser muy cambiante. Para mí, lo destacable es cómo estos procesos masivos de reestructuración de la propiedad se interpretan ya no solo como una acaparación de tierras, sino como una estrategia para desposeer a las clases trabajadoras de formas de subsistencia o reproducción que se encuentren al margen de un sistema que emerge y se está extendiendo, que es el capitalismo. En el caso de Inglaterra, estas estrategias parten de la necesidad de crear una fuerza de trabajo amplia y dependiente de un salario y que permita proporcionar la mano de obra necesaria a las manufacturas que en ese momento se están expandiendo por el país. Una estrategia pensada para poner a todo el territorio nacional a trabajar para poder rivalizar en el comercio internacional con Holanda.
El urbanismo siempre se ha presentado como un conjunto de técnicas orientadas a mejorar los lugares para incrementar el nivel de vida
Para vencer esas resistencias [de las clases trabajadoras], pienso en los modelos de planificación periférica; el modelo estadounidense de suburbanización que segmenta las ciudades y complica las relaciones intervecinales, limitándolas a pequeñas comunidades de vecinos.
En parte es así, pero yo esto lo conectaría directamente con el modo en que la propia estructura urbana comienza a entrar en la óptica de los urbanistas a partir de un determinado momento; en la historia de la disciplina [del urbanismo], esto se produce en momentos distintos; como se cuenta en el libro, este problema con los espacios públicos viene más ligado al siglo XIX, cuando las clases altas tienen que compartir el espacio público con estas poblaciones “indecorosas” y plurales que, de alguna forma, les estropean el paseo de los domingos. Una vez esto se va moderando, las herramientas se simplifican en términos de las políticas espaciales que se ponen en juego. Aquí es donde aparecen los problemas de la comunidad, como una nueva frontera de regulación. El barrio. En el libro se explica cómo estos se acaban viendo de la misma forma que se plantea Central Park en Nueva York: como un espacio pedagógico para educar en conductas correctas. Pero en un momento dado, creo que entra en las coordenadas de la disciplina de los urbanistas de la época. La posibilidad de dar un salto cualitativo en la ambición de sus estrategias y no tratar ya solo de aterrizar sobre los barrios existentes para intentar corregirlos, sino directamente de transformar la estructura urbana.
Lo que observo en los barrios obreros de la ciudad industrial [en el caso de Berlín] es que experimentan un crecimiento muy rápido en el último tercio del siglo XIX; barrios con condiciones de vida muy duras. En medio de este escenario de miseria material, surgen formas de organización y de asociación que van a ser fundamentales para que esas clases populares solucionen su vida cotidiana, pero también para que desarrollen formas de organización colectiva que, con el tiempo, les van a llevar a constituirse como un verdadero contrapoder muy sólido, que, de hecho, es lo que permite la transición a una República en Alemania y la hegemonía del Partido Socialdemócrata (SPD) durante ese período. Además, en algún momento en el que el SPD se comportó de manera bastante conservadora, estos barrios, y las capacidades que desarrollaron en torno a esas formas de unidad popular, les permitieron resistir esas condiciones de vida bastante complicadas, sobre todo cuando ese Ayuntamiento, repito, de mayoría socialdemócrata, empezó a transformar Berlín en una ciudad global, cosmopolita y a la vez periférica. Periferizar Berlín en el sentido de privar a los barrios de esa centralidad política. Esto significa construir entornos que inhiban esas formas de socialización que habían permitido arraigar en los barrios populares.
Los espacios públicos generan comunidad.
Por eso es importante saber cómo estos espacios nos protegen de la descolectivización; el espacio público es uno de ellos, pero la propia estructura urbana y cómo pensamos en las jerarquías de uso de una ciudad es otro punto importante. Hoy entendemos que los centros urbanos no deben albergar usos productivos, talleres. Las clases trabajadoras están cada vez más desplazadas de los centros. Lo vemos como algo normal, pero esto es algo que se ha construido históricamente.
La gentrificación, ¿es un modelo o una consecuencia?
La gentrificación no deja de ser otra manifestación de la pugna que hay por el espacio
Bueno, la gentrificación no deja de ser otra manifestación de la pugna que hay por el espacio, la urbanización es una esfera de luchas. En este caso sucede como casi siempre: que las fuerzas en esta lucha son desiguales. La planificación tiende a inclinarse hacia quienes tienen más poder. Son pugnas por significar los espacios, y la gentrificación es una expresión más de estas dinámicas de desplazamiento o de resignificación. En el libro, en realidad, hablar de gentrificación sería algo anacrónico; yo prefiero utilizar el término a partir del momento en que existen estrategias coordinadas de abandono. Lo que ocurre es que esta serie de dinámicas se han ido sucediendo de forma más o menos dispersa, sin un proyecto claro; poco a poco se ha ido consolidando en distintos lugares, activando determinadas estrategias de mercado que buscan llevar a cabo esa línea de desplazamiento [de la población] y la revalorización de otros espacios. La gentrificación se da en un momento en que las políticas urbanas convencionales se han visto agotadas y este tipo de dinámicas se han percibido como una oportunidad de generar valor que no podía lograrse con las políticas anteriores de nuevos desarrollos. A partir de ese momento, lo que vemos son estrategias más concertadas, con colaboraciones de la administración pública y grupos del capital inmobiliario.
Esto que dice sobre el abandono coordinado. En la ciudad de Cartagena, el desmantelamiento de la industria en los ochenta y noventa la convirtió en un páramo, económicamente hablando. Ahora, la expansión del polígono industrial y los cruceros han reactivado la economía, pero dudo que esas dos décadas de abandono hayan sido más una estrategia que una consecuencia.
Aquí lo importante es identificar el contexto. Pueden darse ambas circunstancias a la vez. En uno de los capítulos de Contra lo común expongo el caso de Milán. Hay vías de gentrificación que siguen diferentes trayectorias; en algunos casos tenemos barrios que evolucionan por el abandono más o menos espontáneo. Y lo hacen por la vía del mercado, a través de una acumulación de iniciativas dispersas, de rehabilitación de edificios, por ejemplo. Pero hay otros barrios en los que los promotores aprenden a identificar esas dinámicas más espontáneas, las incorporan y acaban jugando un rol protagonista. En estos casos, son los agentes inmobiliarios quienes despliegan una serie de estrategias para intentar activar esas dinámicas. Y, finalmente, hay un tercer escenario: es aquel en el que la propia administración pública es quien promueve el abandono y la destrucción de las dinámicas en colaboración con agentes inmobiliarios. Y esto es lo más peligroso.
¿Qué opina de la tendencia a romantizar la vida rural?
Esto quizá lo podríamos ver como una nueva manifestación de esta cosa que Marx decía de la urbanización del campo que lleva funcionando varios siglos a través de diferentes mecánicas. Hay gente que no se va al medio rural, se va a un medio que está totalmente urbanizado, en el sentido de que está conectado a las dinámicas urbanas y no abandonan el modo de sustento urbano [porque sus trabajos suelen estar, telemáticamente, en una ciudad]. En Inglaterra lleva décadas sucediendo, porque hay una ideología de gentrificación del campo que proviene de los cercamientos del siglo XVIII. De todos modos, esa gente de la que hablas, la que vive en el medio rural, en cierto modo está también urbanizada, por activa o por pasiva, en negativo o en positivo. Yo creo que la vida, entre comillas, “rural”, en los países occidentales lleva ya una trayectoria muy larga de sucesivas oleadas de urbanización. Lo rural se convertirá simplemente en un espejismo, en una especie de mercancía que se consume, que se oferta, que se puede construir, que se puede ofrecer como reclamo turístico, como estilo de vida, etcétera. Y recuperarlo supone pensar otras formas de organizar el espacio y el trabajo.
La ciudad es un ecosistema complejo. Mucho más allá de ser lugares en los que se vive, se comercia o se trabaja, las urbes constituyen en buena medida la materialización de ese concepto, a veces tan abstracto, que conocemos como Estado. Son centros de poder y de toma de decisiones, de encuentro y discusión, de...
Autor >
Aldo Conway
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