-LE GRATIN DAUPHINOIS. El plato nace formalmente en 1788. Es decir, nace mucho antes, y de forma anónima y colectiva –tal vez hecho con nabos, el antecesor de la patata en muchos platos–, en el Dauphiné –al sur de los Alpes–, e ilustra lo que Alfonso Reyes, citando a Curnonsky –1872-1956; el gran crítico gastronómico francés– decía de la cocina francesa. Decía que son cuatro cocinas. La a) alta cocina, la b) cocina burguesa, la c) cocina regional, y d) la improvisada, aquella que se hace con lo que se pilla. Pues bien, el gratin dauphinois –a partir de ahora, GD– ha sido, en el tiempo, a), b), c) y d). Todo empieza con la Journée des tuiles, un motín previo a la Revolución y que la presagiaba, en el que la ciudadanía del municipio de Gap se rebotó en defensa de una convocatoria de los Estados Generales de la región. La cosa podría haber acabado en un baño de sangre si no hubiera sido por la actitud del jefe militar del territorio, el duque de Clermont-Tonnerre, que no solo consiguió parar el calentón, sino que el rey se comprometiera a convocar los Estados Generales de todo el reino. Cuando todo quedó un tanto aliviado, el duque, para hacer un momento pelillos-a-la-mar, ofreció un cenorrio a los cargos municipales de Gap, en cuyo menú aparece por primera vez el término GD, que adquiere valor simbólico y revolucionario. Como la Revolución, el plato recorrerá el territorio con fortuna y rapidez. En 1830 ya existe en París un restaurante denominado Au gratin dauphinois. Sobre el GD hay muchas variables, incluso contradictorias. Estos ojos, que se van a comer los gusanos, han visto, por ejemplo, GD hechos, simplemente, con leche entera en una fuente, a los que una mamá arroja cachos irregulares de patata, sal y nuez moscada desde la puerta de la cocina. Les paso la receta del que hago en casa, que viene, creo de Poitiers, en el Atlántico, como quien dice. Ahí va. Cortar patatas –800 gr, pongamos– con la mandolina. Disponer en una bandeja para el horno, previamente frotada con un ajo, y sobre la que se ha vertido un charquito de nata. Una vez culminado un primer piso, salpimentar, y echar emmental y parmesano rallados, sin pasarse, cinco nueces discretas de mantequilla y, otra vez, la nata, que todo lo ahogará, si bien evitando anegarlo. Y así hasta el infinito. Es decir, formando no menos de tres pisos. Meter al horno, con fuego solo inferior, una hora y media. Sencillamente delicioso y rotundo. Como la revolución. Como el regalo de Parmentier. Hasta la próxima.