EDUARDO STRAUCH / ARQUITECTO, SUPERVIVIENTE DEL VUELO 571
“No sabíamos quién iba a ser el que iba a alimentar a quién”
Rafa Recuenco 28/01/2024
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Eduardo Strauch Urioste nació un 13 de agosto de 1947 en Montevideo, en el seno de una familia de ascendencia alemana y vasca. Tenía veinticinco años cuando se convirtió en uno de los supervivientes del Vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya que se estrelló en los Andes el 13 de octubre de 1972. No se considera supersticioso porque el supuesto número de la mala suerte siempre ha sido el suyo. Asegura que la odisea de aquellos 72 días le ha dejado un saldo muy positivo hasta el día de hoy.
Es arquitecto y un optimista empedernido. Siempre ve el vaso medio lleno porque se salvó contra todo pronóstico. Está convencido de que vivirá treinta años más de los setenta y seis tacos que acumula en la suela de sus zapatos de rugby. Se formó en el colegio religioso Stella Maris. Su familia materna, del País Vasco, era católica. Rezaba en la cordillera, pero niega que su historia fuera un milagro. Tiene cinco hijos y dos nietas, le encanta viajar y conocer gente. Gracias al covid se mudó al campo, donde vive rodeado de naturaleza y de sus perros, gatos y caballos. Disfruta cada vez más de la vida, a medida que le queda menos tiempo.
Enhorabuena por la nominación de La sociedad de la nieve al Óscar a mejor película internacional y a mejor maquillaje, ¿cómo la ha vivido?
Están sucediendo cosas totalmente inesperadas y esta nominación es el broche de oro. Lo que logró esta película hasta ahora ya es suficiente porque la han visto más de una vez millones de personas, agradecen que exista y los jóvenes están fascinados. Estoy viviendo unos momentos muy importantes y muy lindos de mi vida gracias a la película. Si llegamos al Óscar, fantástico; y si no, ya se hizo suficiente.
Usted fue jugador y cofundador del club de rugby Old Christians Club, ¿cómo se produjo esta afición por este deporte?
El rugby era el deporte del colegio, así que jugábamos desde muy chicos. Cuando salimos del colegio, fundamos el Old Christians, el club de exalumnos. Fundamos el equipo con otros chicos y con mi amigo Marcelo, capitán en ese momento y después hasta que murió en la avalancha, al lado mío.
Si algo ha demostrado esta película es que el séptimo arte tiene un papel importante en la construcción de los relatos, y el poder sanador del arte. ¿Cuál ha sido su pensamiento más recurrente tras su visionado?
Nunca me había pasado con ninguna película, la vi seis veces y la quiero ver de vuelta
Nunca me había pasado con ninguna película, la vi seis veces y la quiero ver de vuelta, cada vez siento cosas distintas, descubro cosas distintas. Disfruto tanto de esa belleza, de esas tomas en silencio, de la salida del sol que nosotros vivimos en el mismo lugar, atrás de ese cerro soñado y ese cielo estrellado. La música la tengo totalmente en la cabeza, maravillosa banda sonora de Michael Giacchino. Me vienen imágenes de Marcelo como si hubiera estado viéndolo la semana pasada, es realmente muy conmovedor.
¿Cómo recuerda el momento del accidente?
Son momentos de la vida absolutamente imborrables, por más que uno quiera borrarlos, es imposible porque son demasiado fuertes. Iba mirando por la ventanilla y me empecé a poner un poco nervioso porque los picos estaban demasiado cerca. El avión se partió en dos y siguió en movimiento. Pensé que estaba muerto y que era la sensación de después de la vida. Al final, el avión se paró y quedó reposando sobre un glaciar a 3.800 metros de altura.
Usted viajaba con tres de sus primos: Adolfo Strauch, Daniel Fernández y Daniel Shaw, fallecido en el accidente. ¿Qué recuerdo tiene del fallecimiento de su primo?
Cuando el avión se paró, empezamos a tomar conciencia, empezamos a llamarnos unos a otros, los más amigos, los más cercanos, hasta que íbamos contestando y Daniel no contestó. Ahí fuimos conscientes de que había volado hacia afuera en el momento que se partió el avión. Tuvimos muy pocas esperanzas de encontrarlo con vida. Fue el primer impacto de sufrimiento, de tristeza. Después uno se fue bloqueando y acostumbrando, ahí todavía estábamos totalmente conectados con la civilización y con nuestra vida anterior.
¿Cuál fue su sensación al ver La sociedad de la nieve? Teniendo en cuenta que el testimonio de los supervivientes ha sido la columna vertebral que ha permitido a Bayona hacer la película y no las licencias narrativas que se tomó Hollywood con ¡Viven!
Son cosas que no se pueden comparar, son cosas distintas, esta es una película que está en otra categoría, en otro nivel. ¡Viven!, la película americana, tiene una cantidad de cosas realmente valederas, pero es una historia de aventura basada en nuestra odisea. La sociedad de la nieve es nuestra historia contada tal cual fue en un 90% o 95%.
¿Qué pensó en el momento que escucharon por la radio que se suspendía la búsqueda hasta que el deshielo permitiera mejor visibilidad?
Nos sentimos abandonados, pensamos que nuestras familias ya habían empezado sus vidas normales. Esa primera sensación de angustia pasó rápidamente a unas ganas de venganza contra la montaña, contra el destino, contra el mundo que nos había abandonado. Nos sentimos con fuerzas, con la seguridad de que íbamos a salir igual, aunque no nos ayudaran desde afuera. Sabíamos que teníamos que empezar nosotros a pensar en salir por nuestros propios medios.
Sus dos primos y usted fueron los que se encargaron de cortar los cuerpos para alimentarse, ¿recuerda algún momento significativo de esta tarea?
Fue muy difícil. Primero, tomar la decisión. Era vivir o morir, pero una vez que vencí el tabú y tomé la decisión, ya me sentí seguro. Me sentí orgulloso de haber podido vencer ese tabú, tan inculcado a fuego en la civilización por cientos o miles de años. Tomar esa decisión y tener que empezar a usar los cuerpos fue difícil, pero como nuestras mentes son una maravilla, rápidamente nos fuimos adaptando. No podías pensar cada vez que estabas comiendo lo que estabas comiendo. Se volvió una cosa casi… natural.
Era vivir o morir, pero una vez que vencí el tabú y tomé la decisión, ya me sentí seguro
Ese pacto de silencio para que los demás no supieran a quién pertenecía la carne me parece de lo más conveniente para una situación de este calibre. ¿Es este el secreto más íntimo de su vida?
Tomamos esa decisión con mis primos y así fue, te diría que es lo único que no se sabe de toda nuestra odisea. Jamás tuve ningún cargo de conciencia. No hay ningún secreto, ningún otro misterio más que eso, que nos guardamos por el respeto a las familias de los que murieron.
¿No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos?
Cuando nos ofrecimos unos a otros como alimento, creo que fue uno de los momentos de mayor solidaridad y amor hacia el otro que viví en mi vida. En ese momento, los que estábamos vivos todavía no sabíamos quién iba a ser el que iba a alimentar a quién.
Otro de los puntos de inflexión de esta historia es cuando se produjo la avalancha, ¿cómo la vivió usted?
Tuve la certeza de que estaba muerto, sentí que había pasado el umbral de la vida y la muerte. Después de tener varias emociones, primero de terror y de pánico, luego de tristeza y de pena por hacer sufrir a mis seres queridos, a mis padres, con mi muerte. Más tarde, empecé a sentir un tremendo placer, una tremenda satisfacción, un estado que nunca había sentido antes y que creo que no sentí nunca después. Hasta que entró el oxígeno al moverse Adolfo, que estaba al lado mío, y volví al horror de la cordillera. Cuando me sentí vivo otra vez, disfruté de estar vivo.
A raíz de la película han surgido memes de lo sucedido, ¿cree que el humor es un buen mecanismo para sobrellevar situaciones dolorosas?
Lo creo cien por ciento. Como decía el escritor Dale Carnegie: “La risa es remedio infalible”. Era difícil reírse en la cordillera, pero buscamos la manera. Al principio con humor normal y después con humor negro, que era bastante fácil de encontrar. Nos reímos más de una vez, era necesario reírse y nos hacía mucho bien.
¿Usted rezaba en la montaña?
Sí, yo soy muy espiritual, siempre lo fui. En la montaña ya no practicaba ninguna religión, pero rezaba mucho. Pienso que cada uno rezaría con distintos fines o sentimientos o propósitos. Trataba de fortalecerme, cada vez tenía más fe y confianza en mí mismo y en el ser humano. Cuando rezaba era más sintiendo eso y no pidiendo ayuda a un ser externo.
En la escena final del rescate, el actor que lo interpreta a usted se lleva el cartel de exit del avión, ¿es verídico este hecho?
Empezamos a escuchar confusos la noticia y los nombres, no sabíamos qué estaba pasando, hasta que empezó a sonar el Ave María de Bach/Gounod. Nítidamente, para mí fue una forma poética y espectacular del cosmos de avisarnos de que estábamos salvados. El cartel de exit era la última luz que quedaba después que se apagaban los cigarrillos. Me concentraba, la miraba y me acompañó mucho durante todas esas noches eternas. Exit es salida en inglés y además lo asociaba con la palabra éxito en español. Vamos a tener éxito, vamos a salir. Lo primero que hice cuando supe que nos iban a rescatar fue arrancar el cartel y llevármelo.
Hay una escena que se me quedó grabada, cuando una de las madres de los supervivientes abraza a su hijo Adolfo Strauch y le dice: “Se hizo un milagro”, y él le responde “¿Qué milagro, mamá, qué milagro?”. Para usted, ¿se trata de la tragedia o del milagro de los Andes?
Ninguna de las dos cosas, yo siempre la llamo odisea. Pero fue una tragedia, un sufrimiento horrible para nosotros, para otros y para las familias que estaban afuera. Para algunos más que para otros. Además de eso, viví los momentos más felices de mi vida y conocí tantas cosas que desconocía. Todo eso que dice Adolfo en la película, se lo dijo realmente a su madre y es exactamente lo que pienso. ¿Qué milagro? Estuvimos 72 días luchando desesperadamente, es un milagro del ser humano. A muchos nos fastidiaba mucho y todavía me fastidia un poco. Milagro es algo que se ha hecho por obra de un ser externo, que logró que saliéramos. No, salimos nosotros rompiéndonos.
¿Qué milagro? Estuvimos 72 días luchando desesperadamente
¿Usted fue a terapia tras lo sucedido o el mismo transcurso de la vida lo llevó a superar un acontecimiento de estas características?
Jamás necesité ayuda psicológica, nunca sentí que la necesitara. No le diría superar, nunca tuve ningún problema de conciencia, siempre sentí que tenía la mente muy sana. Tuve que volver a insertarme en la sociedad, eso me costó mucho, demoré mucho tiempo. Habíamos cortado todos los vínculos, habíamos organizado una sociedad totalmente distinta, la sociedad de la nieve, con otros códigos y otras normas.
Muchos años después de la odisea, un montañista mexicano contactó con usted porque había encontrado su chaqueta con su cartera en la cordillera. ¿Cómo vivió aquella llamada?
Me llamó Ricardo Peña porque encontró mi blazer a casi 5.000 metros de altura, treinta y tres años después. Con la billetera, la plata y el pasaporte. Fue algo rarísimo, impactante y que me conectó de vuelta con la cordillera. Siempre supe que la cordillera me sacó amigos, pero que me los iba a ir devolviendo a través del tiempo. Ricardo es uno de ellos, es mi gran amigo ahora. Fui a casarlo a Estados Unidos, en Colorado. A través de las expediciones que él organiza todos los años, he vuelto veinte veces al lugar de los hechos y he hecho grandes amigos también.
El 12 de diciembre de 2012, cuando se cumplían 40 años de la odisea de los Andes, usted publicó su libro Desde el silencio. ¿Cuál fue su principal motivo para escribirlo?
Antes de reinsertarme en la civilización, siempre me gustó hablar, contar y reflexionar sobre la historia. Pero no había tenido conciencia de la magnitud de lo que vivimos hasta que empecé a salir un poco más al público exterior. La primera fue en Nueva York, hubo una reunión con el actor que me representó en ¡Viven!, Gian DiDonna. Nos hicimos muy amigos y terminé siendo también su padrino de casamiento. Después de la charla, se me arrimaban todos los chicos que me agradecían y me hacían preguntas. Y una segunda vez en un seminario jesuita de un primo de mi mujer, lo mismo. Ahí empecé a reaccionar y a decir “esta historia parece que a la gente le llega y le sirve”. Ahí tuve la necesidad de empezar a dar conferencias y, después de un tiempo, sentí la necesidad de escribir todas esas reflexiones. Busqué escritores que me ayudaran porque no soy escritor y encontré a Mireya Soriano. Ella vive seis meses del año en España, es poeta, escritora e ingeniera de puentes y caminos. Calculé que era ideal para escribir mi libro y así fue. Estuvimos un año y pico, fue un proceso lindísimo, que también reconozco que fue un poco una terapia sin proponérmelo. En mi libro justamente trato de transmitir todo lo que aprendí y se divide en capítulos de temas como el amor, la amistad, la vida, la muerte y la familia. Todo eso que aprendí, quise dejarlo escrito para que quede cuando me vaya.
Eduardo Strauch Urioste nació un 13 de agosto de 1947 en Montevideo, en el seno de una familia de ascendencia alemana y vasca. Tenía veinticinco años cuando se convirtió en uno de los supervivientes del Vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya que se estrelló en los Andes el 13 de octubre de 1972. No se considera...
Autor >
Rafa Recuenco
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí