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Antes de que se me olvide decirlo, creo que la aparición del Girona de Michel en La Liga es una bendición para este fútbol exagerado, ultracapitalista y cada vez más predecible que nos ha tocado vivir. Y no lo digo por los puntos que saque, o los éxitos tangibles que pueda conseguir, que llegarán o no, sino por la frescura que transmite, por la personalidad que tiene sobre el campo y por ser capaz de volver a escribir un cuento de hadas en un deporte en el que cada vez hay menos sitio para los cuentos de hadas.
Y hablando de Michel, lo primero que habría que destacar es quizá el baño táctico que le ha dado a Simeone a la hora de encarar el partido. Algo evidente, que no sé cuánto tiene de mérito propio o de demérito del rival. Sí, porque tampoco es que haya modificado demasiado su idea de fútbol. Todos sabíamos cómo juega el Girona, pero dio igual. A los treinta segundos ya habían ganado la espalda de Lino para tener una ocasión clara de gol (un pase al área marrado por Dovbyk). La ya tradicional actitud complaciente del equipo rojiblanco volvía a aparecer como el fantasma de las navidades pasadas. Un minuto después, tras otra salida de balón del Atleti con la velocidad de un juego del Spectrum 48k, la pelota fue robada por los catalanes, que la metieron a la espalda del otro lateral del Atleti para que Valery no perdonase.
La actitud complaciente del equipo rojiblanco volvía a aparecer como el fantasma de las navidades pasadas
El arranque colchonero fue tan lamentable en todos los aspectos que Simeone tuvo que rotar las posiciones de Riquelme y Llorente a los dos minutos de partido. Aun así, como tantas otras veces, el problema no había estado solamente en lo táctico. Irónicamente, el gol en contra pareció sentarle bien al cuadro madrileño. Aumentó el ritmo (no era difícil), superó su recurrente alergia al balón, comenzó a practicar la presión adelantada, y milagrosamente, o no, el juego se igualó. Parecía que llevásemos toda una vida de partido, pero lo cierto es que solamente habían pasado cinco minutos. El Atleti jugaba en campo contrario, transmitía sensación de peligro y simplemente así, intentando hacer lo mismo que el rival, apareció un pase al área, que Morata remató para meterlo en la red. El línea anuló el tanto por fuera de juego, pero el VAR rectificó la decisión original.
Había partido, parecía. Pero no. El Girona volvió a pisar el acelerador y el Atleti se rompió como un saquito frío construido con pasta filo. Incapaz de seguir el ritmo del rival, incapaz de sacar la pelota jugada, incapaz de robar el balón a más de diez metros de su propia área, los de Simeone se dedicaban a poblar el área y a correr detrás de la pelota. Es decir, a defender, que es muy mal asunto cuando tu equipo defiende tan mal como lo hace el Atleti actual. El segundo gol del Girona vino propiciado por un error de Koke en esas circunstancias. Un balón que el capitán perdió en la frontal del área por lentitud y por falta de intensidad. Algo que resultaría difícil de justificar incluso para cualquier jugador de la liga del ayuntamiento. Oblak fue capaz de rechazar el primer disparo, pero no así el rechace de Savinho, que acabó en la red.
Estábamos asistiendo al peor tramo del partido para los colchoneros y el mejor para los de Michel. El Girona se mostraba como un equipo fresco, alegre y dinámico. Los de Simeone parecían un conjunto espeso, lento y con un fuerte olor a naftalina. No tenían el balón, no basculaban y no presionaban. Se parecían muy poco al equipo que habíamos visto antes del empate. Era como si existiese una ley que impidiera jugar bien al Atleti fuera de su estadio, a menos que esté por debajo en el marcador.
Pasada la media hora, Griezmann disparó a puerta un balón que dio la sensación de chocar dentro del área con la mano de un rival. No tengo criterio para saber si hubiese sido punible o no, porque el árbitro, el VAR y el realizador de la televisión de La Liga se desentendieron de la jugada como si nunca hubiese ocurrido.
En la segunda parte vimos una epifanía del cuadro de Simeone, que no acabó en final feliz por razones que se alejan de la lógica
Llegando ya al descanso, Oblak tuvo que atajar un disparo de Yan Couto que envió a córner. El saque no parecía especialmente peligroso, pero la defensa del Atleti decidió defenderlo con la tensión de un jubilado bebiendo café turco a las orillas del Bósforo. El balón llegó plácidamente al segundo palo, donde Blind lo empujó para hacer el tercer gol.
Si les soy honesto, pensé que ese era el final del partido y que todo lo que podía venir después no sería más que hacer la herida más grande. Curiosamente, porque el fútbol es así, lo que vivimos fue todo lo contrario: una epifanía del cuadro de Simeone, que si no acabó en final feliz fue por razones que se alejan de la lógica o de la justicia. Ya vimos un avance en los pocos minutos que faltaban para el descanso. Primero con una jugada prodigiosa de De Paul –otro buen partido del argentino– que acabó en un pase al hueco para Morata, que el madrileño convirtió en gol. El mismo Morata marcaría en la jugada siguiente, pero el VAR anularía el tanto por claro fuera de juego. El Atleti pudo empatar todavía antes del pitido final, si Hermoso no hubiese rematado al portero una ocasión clara y Morata no hubiese lanzando el rechace a las nubes.
En la segunda parte, como digo, vimos a otro equipo. Nahuel sustituyó a Lino, pero el cambio no fue sólo ese. Actitud, velocidad, tensión, personalidad, ambición, calidad en el juego y bastante fútbol. Es decir, vimos a ese equipo que solemos ver en el Metropolitano. La salida fue, de hecho, arrolladora. Hasta cinco ocasiones claras tuvieron en los primeros minutos. Morata de cabeza, Griezmann después, por dos veces, Llorente empotrando al portero y Morata otra vez, tras un buen pase de Riquelme. El gol del empate no tardaría en llegar y como no, fue gracias a Morata y a otra excelente conducción de De Paul, que metió el enésimo pase filtrado a la espalda de la defensa.
El partido entró entonces en un tramo algo más igualado, con ocasiones para los dos bandos, que creo que, a los puntos, perteneció a un cuadro madrileño que, ahora sí, no ahorraba un átomo de energía. Tanto fue así, que los jugadores empezaron a acusarlo. Aparecieron algunos episodios en los que el equipo se rompía por falta de físico. Es normal que en situaciones de este tipo el entrenador recurra al banquillo y cambie las piezas. El problema son las piezas que tiene. ¿Es mejor lo bueno deteriorado o lo malo sin deteriorar? Simeone optó por lo segundo, y fue letal. Saúl parece ahora mismo una rémora. Correa hace meses que no toma una buena decisión. Memphis está lejos de estar cerca de coger la forma. Los cambios hicieron al equipo vulgar. Perdió verticalidad y solamente ganó en mediocridad.
Y así, llegamos a los minutos de descuento, que es donde ocurrió la tragedia. Iván Martín cogió un balón en la esquina del área, Koke, de forma incomprensible, decidió no entrarle y el jugador del Girona aprovechó para hacer el gol de su vida, elevando la pelota por encima de Oblak y metiéndola por la escuadra.
Derrota muy dolorosa de los de Simeone, que probablemente podrá considerarse injusta, aunque ya sabemos el valor que tiene la justicia en esto del fútbol. Derrota que también aleja al equipo de la cabeza de la Liga, abonando de paso ese fértil terreno de las dudas que los colchoneros arrastran durante toda la temporada. Dudas que hacen difícil explicar esa especie de ciclotimia enfermiza e imprevisible que envuelve al equipo, que está lastrando su competitividad y que tiene muy mala pinta. Esperemos que alguien dé pronto con la cura.
Antes de que se me olvide decirlo, creo que la aparición del Girona de Michel en La Liga es una bendición para este fútbol exagerado, ultracapitalista y cada vez más predecible que nos ha tocado vivir. Y no lo digo por los puntos que saque, o los éxitos tangibles que pueda conseguir, que llegarán o no, sino por...
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