Historias de lucha
Cinco mujeres tunecinas, en la carrera de los Oscar
La cineasta Kaouther Ben Hania compite con su último documental, que cuenta la historia real de dos jóvenes que después de sufrir el machismo en su país se radicalizan y acaban presas en Libia
Jesús Cuéllar Menezo 7/02/2024
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Kaouther Ben Hania consiguió por primera vez colocar una película tunecina entre las nominadas a los Oscar gracias a El hombre que vendió su piel (2020), una cinta de ficción que, con el trasfondo de la guerra de Siria, reflexionaba de forma novedosa sobre la identidad y la mercantilización de los seres humanos. Con Las cuatro hijas (Les filles d’Olfa, 2023) vuelve a estar seleccionada, en esta ocasión para la categoría de “mejor documental”. Sin embargo, la nueva obra de Ben Hania es difícil de clasificar. Parte de un hecho real ocurrido en Túnez (la peripecia de dos jóvenes hermanas radicalizadas que se unen a la yihad en Libia), pero no se limita a documentar ese hecho entrevistando a la familia de las evadidas, la madre y las dos hermanas pequeñas. Esquiva así el enfoque habitual utilizado para abordar temas similares en cintas como Mujeres de Hezbolá (2000), del libanés Maher Abi Samra, o El retorno: la vida después del ISIS (2021), de la catalana Alba Sotorra. Más bien, introduciéndose, junto con tres actrices y un actor, en el opresivo ambiente familiar, convive con esas tres mujeres sirviéndose de mecanismos propios de la ficción. Olfa Hamrouni, la expansiva, contradictoria y autoritaria madre de las cuatro chicas, que en algunos aspectos podría ser una especie de Bernarda Alba tunecina, no duda en aprovechar la caída del dictador Ben Alí y la primavera árabe de 2011 para liberarse de su marido, pero, a la vez, se empeña en proteger a sus hijas del machismo circundante, que ella misma ha sufrido desde niña, sometiéndolas a una férrea vigilancia e incluso maltratándolas cuando se atreven a transgredir sus rígidas normas de comportamiento.
Ben Hania llegó a Olfa después de escuchar su historia en un programa de radio. Al principio, la mujer, que había sido insultada y denostada en la prensa y en redes sociales por denunciar la desaparición de sus hijas y la inacción del gobierno tunecino, la rechazó, creyendo que también era periodista. “Olfa me dijo que ya había hecho la ronda de todos los periodistas, que estaba harta, que no le había aportado absolutamente nada. Yo le contesté que mucho mejor, porque yo no soy periodista, soy directora de cine y quiero hacer una película”.
A partir de ese momento, no costó nada convencer a Olfa, que, deseosa de estar delante de las cámaras y de contar su historia, incluso le dijo a la directora que, si hacían una película, tenía que ser mejor que la que había hecho Hend Sabri. “Se acababa de estrenar en Túnez La flor de Alepo”, nos explica Ben Hania, “la historia de una madre que va a buscar a un hijo, también radicalizado, a Siria. Y no le había gustado la película. Quería algo mejor”. La conocida actriz tunecina Hend Sabri acabaría interpretando a la propia Olfa en Las cuatro hijas. El rodaje se inició en 2016, con la idea de hacer un documental clásico en el que solo participaran Olfa y las dos hijas que le quedan en Túnez, Eya y Tayssir. Pero la directora, que no acababa de estar convencida con el enfoque, estuvo a punto de abandonar, a pesar del interés de Olfa y sus hijas por contar su historia. En ese momento surgió la oportunidad de dirigir El hombre que vendió su piel, y ese rodaje puso de nuevo en contacto a la directora con la ficción, haciéndole ver que su documental podría beneficiarse de un enfoque híbrido, en el que se combinara la presencia de las protagonistas reales del drama con la de actrices que interpretaran tanto el papel de Olfa como el de las hermanas ausentes, Rahma y Ghofrane. Además, estaría el actor Majd Mastoura, que interpretaría a todos los hombres de la historia, siempre “expulsados” de ese entorno doméstico, netamente femenino, como señala Ben Hania. A esas alturas, la realizadora, Olfa y sus dos hijas pequeñas habían desarrollado una relación de amistad, algo que sería especialmente valioso a la hora de afrontar un proyecto que consiste en ventilar ante las cámaras conflictos íntimos (tensiones familiares, abusos por parte de hombres, maltrato), que también tienen un innegable contexto social y político. El proyecto se reanudó con un equipo mayoritariamente femenino, con el que esas mujeres pudieran sentirse cómodas.
Fotograma del documental Las cuatro hijas (2023). / Kaouther Ben Hania
Desde los primeros compases de Las cuatro hijas, cuando vemos en pantalla a las, a pesar de todo, alegres y risueñas Olfa, Eya y Tayssir, el espectador siente cierta incomodidad, puesto que, a través de los sinceros testimonios de las protagonistas, está accediendo a una intimidad doméstica invadida por la cámara. Al mismo tiempo, vamos conociendo las discusiones y conversaciones de las actrices, y el actor, con Olfa y sus dos hijas, además de reflexiones sobre el propio arte interpretativo, porque, al igual que Looking for Richard,de Al Pacino o Vania en la calle 42, de Louis Malle, la obra de Ben Hania también constituye una reflexión metacinematográfica sobre los problemas que plantea meterse en la piel de un personaje. Esta combinación de testimonios y voces produce inicialmente una sensación de frialdad, de distanciamiento, que, a medida que avanza la película y la familia y las intérpretes van generando un vínculo personal, acaba siendo muy eficaz para extraer emociones profundas. “Quise crear ese distanciamiento, al estilo de Bertolt Brecht”, afirma la realizadora tunecina. “Se trataba de traer el pasado al presente. Pero yo necesitaba entender ese pasado, y para eso era necesario un distanciamiento”.
Olfa y sus hijas son primero víctimas del machismo y después de la radicalización yihadista, pero Ben Hania no cree que ambas cosas sean manifestaciones de una misma opresión. “Para mí no son lo mismo el machismo y la radicalización. De manera contradictoria, la radicalización ha permitido a esas chicas [evadidas] tener un valor, sentirse importantes, sentirse conectadas directamente con Dios. En una sociedad en la que el machismo es algo banal se las tachó de provocadoras, de mujeres ligeras. Con el radicalismo tienen la posibilidad de sentirse fuertes, de ahí la contradicción”. Rahma y Ghofrane, que comienzan a ponerse velo e incluso niqab por provocación, casi como un juego, acaban intentando que sus hermanas pequeñas actúen como ellas y afean a su madre que no adopte sus costumbres, que no sea una “buena musulmana”.
En alusión a los acontecimientos posteriores a la primavera árabe en su país, Ben Hania ha señalado, citando a Gramsci, que “el viejo mundo ya no está y el nuevo tarda en venir; mientras, aparecen los monstruos”, aunque ella no cree que la situación de la mujer sea peor en este momento que en tiempos de Ben Alí. “En la película se ve un poco cuál es la situación ahora, porque yo creo que tenemos las leyes más progresistas de la región, y la revolución no ha cambiado eso. Durante la dictadura, la propaganda utilizó el estatuto de la mujer para decir que ese régimen era estupendo: mirad cómo están nuestras mujeres, están liberadas. La dictadura reprimió duramente la islamización, y después vino un gran ascenso de esta tendencia, y también una caída. Yo creo que después de la revolución el islamismo se ha disparado, pero, con la libertad, la situación de la mujer sólo puede mejorar, y aunque la historia de Olfa y sus hijas sea trágica, ellas tienen libertad para contar su historia, y yo tengo financiación del Ministerio de Cultura tunecino. La situación de hombres y mujeres siempre será mejor ahora que en una dictadura”, remacha, quizá tratando de zanjar el debate sobre el retroceso democrático que sufre su país.
Las dos hijas menores, una vez que superaron, gracias a ser trasladadas temporalmente a una especie de internado, su breve fase integrista, muestran una actitud y una vestimenta que parecen libres de imposiciones religiosas, y con frecuencia escandalizan a su madre por la libertad con la que expresan sus ideas delante de la cámara. Por otra parte, se diría que esta suscita en los tres testimonios espontáneos poco o nada guionizados, y de consecuencias a veces imprevistas.
Fotograma del documental Las cuatro hijas (2023). / Kaouther Ben Hania
Las cuatro hijas se estrenó en Túnez el pasado 20 de septiembre. “Tuvo cierto éxito”, reconoce su directora, “sigue en las salas y con la nominación a los Oscar ha aumentado el interés”. Pero aún no está claro que pueda inducir al Gobierno tunecino a abandonar el desinterés en la situación de las dos yihadistas presas en Libia (una de ellas con una hija de corta edad), una actitud que se denuncia en el documental. “Con el gobierno tunecino intentamos mantener la presión. Yo sé que hay una comisión interministerial que se ocupa de este asunto y que el caso va siguiendo todos los pasos burocráticos”. Hacia el final de la película, la imagen real en la cárcel de las dos hermanas presas, cubiertas con un niqab, y la hija pequeña de una de ellas es sobrecogedora.
Después de la nueva nominación a los Oscar, la historia se repite: nuevas ofertas y nuevo rechazo por parte de la realizadora
Kaouther Ben Hania, que después de estudiar cine en Túnez se trasladó a París y que posteriormente trabajó durante varios años como documentalista para Al-Yazira, afronta con aparente tranquilidad su segunda nominación a los Oscar. Después de la primera recibió muchas ofertas del mundo cinematográfico estadounidense. “Se buscaba entonces un perfil distinto, mujeres, nuevas voces. Así que se podría decir que el mío era muy interesante”. Y se ríe, consciente de la ventaja que, para Hollywood, quizá supusiera en ese momento ser mujer y tunecina. “La cuestión es que entonces yo ya estaba reflexionando sobre el caso de Olfa y rechacé todas las ofertas, diciéndoles que ya tenía un proyecto. Cuando dije que era un documental en Túnez me topé en cierto modo con la decepción de mis interlocutores, que pensaban que esto era una cosa pequeña, sin ambición”. Después de la nueva nominación a los Oscar, la historia se repite: nuevas ofertas y nuevo rechazo por parte de la realizadora. “Tengo otro proyecto en Túnez. Eso no quiere decir que en algún momento no pueda trabajar en Estados Unidos o en otro país. No se trata de eso. Pero, por el momento, creo que las historias tunecinas me llenan un poco más, tengo más necesidad de contarlas”.
Ese nuevo proyecto en ciernes “es una historia de ficción que se titula Qui fera point d’image”, título alusivo a la prohibición de crear imágenes que constituye un mandamiento de la fe musulmana. “Es un filme de época, que tiene lugar en Túnez, y que habla precisamente de la fabricación de imágenes y del cine en mi país, y también de cómo una leyenda puede ocupar un lugar en las creencias colectivas”.
Kaouther Ben Hania consiguió por primera vez colocar una película tunecina entre las nominadas a los Oscar gracias a El hombre que vendió su piel (2020), una cinta de ficción que, con el trasfondo de la guerra de Siria, reflexionaba de forma novedosa sobre la identidad y la mercantilización de los seres...
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