MADRÍ, ZONA DE OBRAS
San Juan y su cruz: las esculturas
Situada en medio de la Castellana, esta plaza está rodeada por el recuerdo de una estatua franquista, un homenaje a Isabel la Católica y la presencia de Indalecio Prieto y Largo Caballero
Ricardo Aguilera 4/02/2024
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Sin forma definida, casi vacía, vista y no vista. Cuando te quieres dar cuenta ya te la has pasado. Es lo que sucede cuando una plaza está en medio de una autopista. La plaza de San Juan de la Cruz es un no-lugar, una entelequia digna del místico del que recibe el nombre. Sin embargo, también es una zona en pie de guerra, un vórtice de figuras esculpidas a golpes de política. Un museo de arte improvisado que daría que pensar al viandante, si no fuera porque nadie se baja del coche en este sitio.
Situémonos. La plaza de San Juan de la Cruz está en medio de la Castellana. Es esa fuente que nos encontramos cuando nos pilla el semáforo que permite el paso a los que bajan por Vitruvio, o a los que piensan encaminarse hacia Ríos Rosas. La fuente, por cierto, tiene su punto. Fue diseñada por Carlos Buigas, el mismo señor que hizo las cascadas de Montjuic para la Expo de Barcelona 1929. Mucho después, en 1964, realizó esta fuente, pensada para ofrecer un juego de chorros de agua y luces de colores. La recuerdo funcionando: era hermosa. Ahora es estática. No hay color. Alguien decidió que para qué tanto juego ni tanto alarde, si nadie se iba a fijar: todo el mundo va conduciendo a toda leche. Eso que nos perdemos.
La fuente fue diseñada por Carlos Buigas, el mismo que hizo las cascadas de Montjuic para la Expo de Barcelona 1929
Como esta plaza no es redonda y no se sabe bien dónde empieza y dónde acaba, abarca también parte de la fachada sur de los Nuevos Ministerios. Esa gran manzana de burocracia gris no estaba pensada como hoy la conocemos. Su arquitecto, Secundino Zuazo, el mismo que hizo el Palacio de la Música o la Casa de las Flores, levantó este bloque en el solar que ocupaba el antiguo hipódromo, y lo imaginó revestido de ladrillo. Como se comenzó a construir durante la República y se acabó durante la larga noche, los fascistas no respetaron el diseño original y emparedaron todo de granito, cómo no. Algo le pasa a esta gente con esa roca ígnea que les pone cachondos. Una perversión.
En la mencionada cara sur estuvo, durante décadas de ignominia, una enorme estatua ecuestre del canalla del culo blanco. La colocaron allí en 1959. Era obra de José Capuz, que hizo tres copias para sembrar el pánico en otras capitales como Valencia, Ferrol o Santander. En principio, la idea era que el bodrio rematara el Arco del Triunfo, pero al enano sanguinario le parecía que no se le vería bien tan alto, y que al fin y al cabo, subido al caballo y a la peana que sostenía al caballo, ya compensaba suficientemente su corta talla humana. Allí estuvo hasta 2005, cuando lo retiró sumariamente “Mandatela” Álvarez, a la sazón ministra de Fomento. Se armó un alboroto. El facherío nacional, encabezado por la momia incorrupta de Blas Piñar, se personó para regurgitar sus abundantes odios, cantar el Cara al Sol y rezar un Ave María. No hubo piedad. Unos operarios de TRAGSA levantaron el ridículo jinete con una grúa y se lo llevaron sin destino conocido. El entonces alcalde, Ruiz Gallardón, se excusó diciendo que él no sabía nada del asunto, que no le había llegado comunicado alguno del ministerio. Su suegro, Utrera Molina, sí que dio la cara en un artículo publicado en ese panfleto que dice llevar la razón. Atentos. “Franco cabalga aún sereno y majestuoso en el aire de la historia”. Los que vimos la estatua balanceándose en la pluma de la grúa damos fe de que algo de eso había. Bueno, lo de majestuoso, no.
Un par de décadas antes, ya se intentó compensar el hedor escultórico de los Nuevos Ministerios, y se colocaron sendas esculturas de miembros destacados de la Segunda República. Una es la de Indalecio Prieto, ministro de Trabajos Públicos e impulsor de los edificios ministeriales de nuevo cuño. Y allí está, inmortalizado en una pieza de Pablo Serrano que tiene todos los rasgos de su autor: potencia visual, fuerza masiva y brutalismo expresivo. Una joya. Muy cerca, en la arcada de los ministerios, está la estatua de Largo Caballero, presidente del gobierno de la Segunda República, obra de José Noja Ortega, que sigue fielmente los patrones estéticos de Serrano. Ambas esculturas son regularmente vandalizadas por jóvenes de ultraderecha que, claro, no saben quiénes fueron ni Prieto ni Largo Caballero. Otra tradición.
Al otro lado de la Castellana también hay tela que cortar. El paño más rancio se remonta al siglo XIX, porque ahí encontramos el grupo escultórico que homenajea, ni más ni menos, que a Isabel la Católica. Está ubicada a los pies de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros, en medio de un estanque que tuvo peces de colores y que ahora solo tiene agua cuando tiene agua. Es obra de Manuel Oms y Canet, y representa a la reina montada a caballo, con velo, corona y blandiendo una cruz como otros blanden un garrote. A sus pies, un soldado y un cura. El militar es el Gran Capitán aquel que cuadraba las cuentas a favor de caída. El religioso es Pedro Mendoza, un cardenal que enchufó a toda su familia en las más altas jerarquías del Estado. Dos pillos. Esta obra del romanticismo épico del XIX lleva por título, agárrense: “La apoteosis de Isabel la Católica marchando a la realización de nuestra unidad nacional”. Nada que añadir.
Frente al bello edificio del Museo de Ciencias Naturales, está enclavado el Monumento a la Constitución de 1978
Un poco más adelante, frente al bello edificio del Museo de Ciencias Naturales, está enclavado el Monumento a la Constitución de 1978, del arquitecto madrileño Miguel Ángel Ruiz-Larrea. Se inauguró el año del Naranjito y consiste en un cubo de hormigón de 7,75 metros de lado, recubierto de mármol almeriense. La gracia consiste en que está hueco, formando la figura geométrica de un teseracto (esto ya hay que mirarlo en el diccionario), o sea, que las caras del cubo permiten entrar al interior, donde hay otro cubo más pequeño perfectamente vacío. No sé si se trata de una alegoría sobre nuestra sacrosanta Constitución, pero lo parece. Antes había una escalinata dentro del cubo que permitía al personal llegar a ese meollo constitucional donde no hay nada. Luego cegaron las escaleras con losetas de mármol. No convenía que la gente profundice en nuestro orden político. Hoy las han repuesto. A saber qué traman.
La última escultura en llegar a esta plaza es la conmemorativa a la Legión, una pieza por la que ha luchado denodadamente el alcalde capitalino, ese señor con cara de niño o con cara de viejo, según se mire. Es un regalo de la Fundación del Museo del Ejército que se ha sufragado por crowdfunding: 58.000 euros de 743 donantes, a una media de 78 euros por barba patriótica. Representa a un legionario blandiendo un mosquetón con bayoneta calada, y luciendo el uniforme de cuando la guerra del Rif. Por algún motivo, su artífice, el escultor Salvador Amaya, no optó por la figura más emblemática del cuerpo, la cabra, y decidió elegir al macho de la especie. Hay quien pone pegas a la ubicación de la estatua, pero no hay que perder de vista que se encuentra frente a la sede del Estado Mayor de la Defensa, un edificio que parece un búnker por la sencilla razón de que es un búnker.
En medio, literalmente, de todas estas alegorías escultóricas de fuerte calado político, se encuentra otra de las piezas con las que Botero se puso las botas en Madrid: la Mano. Está ubicada en el mismo recinto de la fuente de San Juan de la Cruz, y para darle cabida hubo que remodelar toda la estructura de la infortunada fuente. Total, que ahí está, en medio del tráfico vertiginoso de la Castellana, levantando la mano como si quisiera parar un taxi. Mal sitio. Allí no para ni dios.
Sin forma definida, casi vacía, vista y no vista. Cuando te quieres dar cuenta ya te la has pasado. Es lo que sucede cuando una plaza está en medio de una autopista. La plaza de San Juan de la Cruz es un no-lugar, una entelequia digna del místico del que recibe el nombre. Sin embargo, también es una zona en pie...
Autor >
Ricardo Aguilera
Iba para biólogo pero las cosas se torcieron y devine en periodista. Por favor, no se lo digan a mi madre.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí