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El Atlético de Madrid, ahora mismo, tiene el aspecto de un equipo en descomposición. Y quizá el origen de este olor nauseabundo haya que buscarlo en el hecho de que, basándose en una gestión oscura, rancia y cutre, la gerencia del club optara hace años por devaluar una plantilla ganadora, que entonces competía de tú a tú con la élite. Pero no es menos cierto que la legendaria magia de Simeone parece no funcionar como antaño. Por lo que sea. Ni siquiera en momentos en los que el equipo no debería necesitar ningún tipo de magia. Sí, porque este Atlético de Madrid, con todo, debería ser capaz de plantarle cara a un equipo como el Cádiz, que no gana desde septiembre. Con Simeone y con cualquier otro entrenador. Pero no ha sido así. Ni hoy contra el Cádiz, ni contra muchos otros equipos a lo largo de la temporada. Demasiados. La imagen que deja el cuadro rojiblanco es un pastiche lamentable que se mueve entre el bochorno y la lástima. Y sí, por mucho que lo perfumemos, huele a putrefacción.
La primera parte que hemos visto en el Nuevo Mirandilla es la misma que hemos visto en la inmensa mayoría de partidos que el Atlético de Madrid ha jugado fuera de su estadio. Un equipo plano, frío, poco intenso, vulnerable, frágil, espeso a la hora de crear juego, desprovisto de cualquier tipo de mordiente y con el mismo peligro que un matasuegras sordo. Vamos, un desastre. El guion con el que los rojiblancos saltaron al césped ya lo conocíamos. Una especie de control absurdo, sin profundidad, que tras miles de pases intrascendentes, ejecutados siempre con la velocidad de una balada tierna, acababa en los pies de Lino para que el brasileño intentase hacer algo, generalmente inútil. Todo blando, todo romo, todo previsible. Tan previsible, que cualquier equipo sabe ya que basta con mantener la posición y la intensidad para que los de Simeone acaben disparándose en su propio pie.
La mejor jugada del cuadro colchonero en esa primera mitad, créanme, fue una triangulación por la derecha que Llorente colgó al segundo plano para que Lino no llegase a rematar. Algo difícil de explicar si uno mira los sueldos de los jugadores que estaban en el campo con una y otra camiseta. Y eso fue prácticamente todo por parte rojiblanca. Memphis y Morata parecían un único jugador. O ninguno, en realidad, porque su concurso era irrelevante. La defensa se pasaba el balón entre ellos con la misma creatividad que un peñasco de granito. Los encargados de crear fútbol, ese centro del campo que a veces creo que no existe, caminaban por su particular vía crucis. Koke moviéndose por todos los sitios y no llegando a ninguno; siendo incapaz de dar ritmo o de meter un balón de calidad. De Paul, a sus cosas, ausente, atacando mal y defendiendo peor. Y Saúl… ¡Ay, Saúl! Celebraba doce años desde su debut, cosa de la que nos alegramos, pero lleva demasiado tiempo luchando contra sus propios fantasmas. Otro partido lamentable del alicantino, e inexplicable esa insistencia del entrenador por ponerlo en el campo.
El Cádiz, conocedor de la fragilidad de su rival, solamente tuvo que esperar su momento. Y llegó, claro. Siempre llega. Llegó además con la inestimable colaboración de los famosos errores de concentración, que ya son marca de la casa. Un balón que los gaditanos condujeron con facilidad en el centro del campo, demasiada facilidad, y al que De Paul se olvidó de encimar. Su falta de contundencia hizo que la pelota llegase al lateral izquierdo para que Sobrino, desde allí, colgara un balón al centro del área y que Juanmi lo rematara a puerta completamente solo. Demasiado solo. Primera jugada del Cádiz, primer gol. Un clásico. Un clásico desesperante.
Poco más hasta el descanso. El Atleti, lejos de recuperarse, se hundió todavía más. Llegó al vestuario acumulando errores, tirando balones largos en vertical, como un vulgar equipo de jubilados, transmitiendo desidia y dando la sensación de haberse olvidado de jugar al fútbol. Y casi mejor no pararse a analizar un posible penalti de Paulista por posible mano dentro del área.
Simeone, para variar, intentó cambiar las cosas en la segunda parte. Correa, Molina y Riquelme fueron de la partida por Memphis, De Paul y Saúl. El equipo se colocaba en una especie de 4-4-2, que a veces lo parecía y a veces no. Subió un poco la intensidad, pero duró lo mismo que duran las ganas de apuntarse al gimnasio después de las vacaciones. En esos cinco minutos, al menos pudimos ver un giro de Correa en el borde área, que acabó en un tirito blando al portero, como viene siendo habitual. Y ya está. Cuando nos quisimos dar cuenta, todo había vuelto a la misma situación. Es decir, el Cádiz solamente necesitó esperar un poco más para sentenciar el partido. Un tiro largo y vertical, sin aparente peligro, acabó en tragedia colchonera gracias a un error de Paulista, indigno de un jugador de primera división. El exvalencianista midió mal y su salida en falso dejó a Juanmi delante del portero para que hiciera el segundo gol. Y ni empujoncito previo, ni gaitas. El error es injustificable.
¿Reaccionó el Atleti? Evidentemente no. De hecho, su siguiente jugada fue una metáfora de lo que es este equipo ahora mismo. Un balón que llega a la esquina del área y que Lino lo lanza a la grada con la fe de alguien que no sabe qué es eso. A esto ha quedado reducida la capacidad ofensiva de un equipo que, por lo que sea, sigue jugando en Champions League.
En el minuto 70 salía Vermeeren al campo. Fue difícil de entender que Simeone soltase semejante marrón a un jugador que, de momento, no goza de mucha confianza. Con todo, dejó mejores sensaciones que en partidos anteriores. Dos minutos después Llorente remataba a las manos de Ledesma un buen centro de Riquelme. Y mejor no comentar lo que hace Morata con el rechace, porque me entran ganas de llorar. Antes de terminar el partido, saltó al campo El Jebari, una de las promesas del equipo filial, que dejó buenas vibraciones a pesar de las circunstancias.
Es difícil mantener el optimismo en una situación así, pero esto no para, así que conviene hacerlo. El equipo se juega el miércoles seguir vivo en Champions y uno se pregunta si tiene sentido prolongar esta cruel agonía. Lo más probable es que sí, porque el fútbol es tan inestable, tan difícil de entender, que seguramente, una victoria cambiaría nuestra perspectiva. Confiemos en ello.
El Atlético de Madrid, ahora mismo, tiene el aspecto de un equipo en descomposición. Y quizá el origen de este olor nauseabundo haya que buscarlo en el hecho de que, basándose en una gestión oscura, rancia y cutre, la gerencia del club optara hace años por devaluar una plantilla ganadora, que entonces competía de...
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