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Apeado de la Champions League con la sensación de no haber dado la talla –la misma impresión que quedó, por cierto, tras la eliminación de Copa–, al Atlético de Madrid le toca ahora renunciar a la gloria de otros tiempos y remar como buenamente pueda hasta alcanzar la orilla de esta Liga por la que ha pasado sembrando dudas, economizando alegrías y demostrando unas hechuras más bien mediocres. El Atleti está en crisis, sería absurdo negarlo, pero está también a cuatro partidos de que su presupuesto sea uno o sea otro. Faltan doce puntos para que los sueños de su afición puedan seguir siendo de colores o tengan que volver a ese blanco y negro que hoy parece olvidado. Y sí, sé que la tendencia es la de despreciar la realidad y vivir en lo que será el equipo de la próxima campaña, pero ya sabemos los efectos que provoca eso de jugar alegremente con las expectativas. Insisto, esto no ha terminado.
El Atleti saltó a Son Moix con todas las dudas de la temporada acumuladas en la espalda y la necesidad de, a falta de gloria, solventar este último tramo con la fiabilidad que no ha conseguido tener en todo el año. Para ello, Simeone utilizó un 5-4-1, que no es un sistema nuevo, porque ya lo hemos visto en algunos tramos de los últimos partidos disputados, pero sí uno de circunstancias. Uno que, seguramente, responde a las bajas recientes y a esa galopante vulnerabilidad defensiva que ha mostrado el equipo.
Apenas había pasado nada cuando Riquelme inauguró el marcador con un soberbio gol
El caso es que el partido comenzó bien. El Atleti parecía concentrado y el Mallorca no mostraba la intención de imponer demasiada intensidad al juego, lo que agradeció mucho el equipo visitante. Apenas había pasado nada, cuando un balón despejado al centro del área por la defensa mallorquina fue recogido por Riquelme para inaugurar el marcador con un soberbio gol. El recurso técnico con el que el canterano colchonero se giró en muy poco espacio para eliminar a dos rivales es de mucho nivel. El remate posterior, fuerte y a la base del palo derecho, tampoco le va a la zaga.
El gol estropeó el plan del equipo de Aguirre, que normalmente se siente más cómodo esperando que construyendo. También asentó a un Atleti que, por una vez, decidió controlar el partido con el balón, en lugar de rifarlo para tener que encerrarse. Bien es verdad que el ritmo de juego era tan bajo, que pudieron hacerlo sin abandonar su habitual juego pausado. Y así pasaron los minutos. La primera parte murió sin grandes aspavientos, aunque con la sensación de que el equipo colchonero jugaba guardando fuerzas, recursos e ideas. ¿Por qué? Sinceramente, no lo sé. Puede ser por incapacidad física, puede ser por miedo, puede ser por falta de confianza o puede ser que todo sean imaginaciones mías. Con todo, la única jugada de peligro que recuerdo fue una buena salida de Hermoso, que triangulando con sus compañeros se presentó dentro del área y entre la precisión y la fuerza eligió lo segundo para mandar la pelota al exterior del palo derecho.
Nahuel Molina no debería salir a jugar ni un solo minuto. Es un futbolista constreñido por la falta de confianza
La vuelta al césped después del descanso vino con sorpresa. Hermoso no salió al campo y Nahuel Molina lo sustituyó. Raro. Debemos suponer que el madrileño tenía algún tipo de problema físico, porque deportivamente es un cambio que no se entiende. Primero, porque el central estaba siendo de los mejores del equipo, especialmente en lo que respecta a sacar el balón. Después, y sobre todo, porque Nahuel Molina, ahora mismo, no debería salir a jugar ni un solo minuto. Es un futbolista completamente superado por las circunstancias, constreñido por la falta de confianza y que se muestra como un completo desastre.
Tuviese que ver o no, la imagen de los de Simeone en el segundo tiempo fue mucho peor. Tanto que, sinceramente, acabaron coqueteando con la mediocridad. El Mallorca puso marcas individuales, aumentó –muy ligeramente– la intensidad y se hizo más vertical. Simplemente con eso, el Atleti decidió olvidarse del balón y dedicarse a defender. La buena noticia es que, al menos esta vez, lo hicieron suficientemente bien. Con concentración, con criterio y con esas ayudas constantes, que en otros tiempos fueron marca de la casa.
La mejor ocasión del segundo tiempo, y que podría haber sentenciado el resultado, fue además del Atlético de Madrid. Como viene siendo habitual, se desperdició de forma incomprensible. El empeño de Correa, uno de los más activos y, junto a Riquelme, uno de los mejores del partido, provocó el error rival. El argentino construyó un veloz contraataque que acabó en los pies de Llorente, dentro del área y delante del portero. Un mal control y la tradicional intolerancia colchonera por el gol hicieron el resto.
El último tramo del encuentro fue básicamente un aburrido paseo por la espesura, que solo la incertidumbre de un resultado tan corto hizo que la emoción permaneciese flotando por el césped. El Atleti robaba muy atrás y era incapaz de salir. Y no sabría decirles si era por incapacidad técnica, anímica o física, pero a estas alturas de temporada me temo que ya da lo mismo. El Mallorca lo intentaba con disparos lejanos y balones colgados, pero Witsel y Giménez no dieron opción a que los agoreros repitieran: “Ya te lo decía yo”. Cabe destacar también que, a diferencia de muchos otros partidos, la segunda línea tuvo claro que lo mejor para evitar que los balones lleguen bien colgados al área es dificultar el pase todo lo posible. Hasta De Paul o Morata, que salieron en ese último tramo, se sumaron a la causa. Por cierto, cómo estarán las cabezas, y cómo estará ese vestuario, para que dos de los futbolistas que deberían ser referencia de este equipo, por ficha y por trayectoria, aparezcan solamente durante los minutos de la basura en un partido importante como el de hoy.
Así que vuelvo al principio: esto no ha terminado. Quedan doce puntos. Hacen falta siete. El resto, ahora mismo, es completamente secundario.
Apeado de la Champions League con la sensación de no haber dado la talla –la misma impresión que quedó, por cierto, tras la eliminación de Copa–, al Atlético de Madrid le toca ahora renunciar a la gloria de otros tiempos y remar como buenamente pueda hasta alcanzar la orilla de esta Liga por la que ha pasado...
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